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Hoy, ¿merece la pena estudiar?

Artículo de opinión

  • 01/02/2024
  • Tiempo de lectura 2 mins

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Esther Fernández Lago. Orientadora educativa en el Colegio Madre de Dios de Madrid.
Como perteneciente que soy al "baby boom", he conseguido sobrevivir a aulas en las que convivimos 40 alumnos y en las que primaba la cultura del esfuerzo, el trabajo y la superación, no pasaba por nuestras mentes el planteamiento de estudiar o no, simplemente se hacía.
 
Nuestras familias estaban muy implicadas en nuestra educación, quizás no controlaban tanto como ahora nuestras tareas y fechas de pruebas escritas, pero sí tenían claro que la única manera de "mejorar en la vida" o de posibilitar un ascenso social, era a través de la educación, por eso la gran mayoría de nosotros fuimos empujados a realizar una formación universitaria y puedo decir con orgullo que fui la primera en obtener un título en dicho nivel educativo.
 
En mi caso, mi formación me ha posibilitado mejorar las condiciones de horarios y económicas en las que vivían mis padres y me ha permitido realizar un trabajo intelectual, no manual.
 
Actualmente las generaciones se encuentran con un panorama social muy diferente al nuestro. Vivimos en un momento generacional en el que no se prima ni la cultura ni el esfuerzo, incluso se dan situaciones, en las que es mejor enmascararlo, para poder mimetizarse con un ambiente que no prima la educación ni el respeto, sino el que puedo opinar de todo y de todos, aunque mis opiniones no tengan ni fundamento ni criterio, y esto último sólo lo podemos obtener a través de la educación.

A nuestros jóvenes les llegan historias de universitarios sobrecualificados que terminan cubriendo puestos laborales con una remuneración muy por debajo de su formación, lo que imposibilita que vivan una "vida de adulto" con las responsabilidades y el nivel de autonomía que conlleva: vivienda propia, vida en pareja, posibilidad de tener hijos. 
 
Al mismo tiempo conviven con perfiles sociales muy conocidos de influercers y youtubers que se convierten rápidamente en ídolos sociales simplemente por su número de seguidores o sus likes y con un estilo de vida que aparentemente es fácilmente imitable y no supone un gran esfuerzo. No estudian ni trabajan, disfrutan de grandes eventos y su poder adquisitivo está muy por encima de otros de su misma edad que sí decidieron formarse.

La dinámica vital que perciben nuestros jóvenes es que la formación no supone una recompensa económica ni una mejor calidad de vida cuando empieza su vida adulta, entonces ¿merece la pena hacer ese esfuerzo?
 
La respuesta que tendríamos que hacerles llegar los que cuidamos de su mundo hasta que ellos lo hereden, es que sí, sí merece la pena formarse, porque abre nuestras mentes, nos hace aspirar a futuros mejores y nos abre puertas porque el mundo es muy grande y quizás nos necesiten en otro sitio donde sí valoren nuestro esfuerzo y nuestra capacidad de superación y todo lo que podemos alcanzar a través de nuestra profesión, nuestra realización personal.

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