El cerebro necesita emociones para aprender, buscar nuevos estímulos y acción, y para eso hay que estar motivados y tener curiosidad. Una forma de motivar en el aula es explicar el objetivo de lo que se estudia y cómo se aplica en el día a día. Otra manera es plantear retos para resolver problemas. Incluso la gamificación, es decir el juego, puede ayudar al aprendizaje porque despierta la curiosidad y es placentero. Además, tiene una incertidumbre que puede llegar a motivar.
Aprender y recordar lo aprendido, tiene relación con la dopamina, el placer. Si se estudia para un examen, se olvida pronto, pero si se estudia por curiosidad, interés o placer, se retiene mucho más. Se recuerda más todo aquello que ha tenido un gran impacto emocional, como pueden ser las anécdotas, por ejemplo. También se puede trabajar la memoria a través de la práctica y la repetición, tal como se hace para aprender a tocar un instrumento musical.
El cerebro necesita atención para aprender, estar concentrados haciendo una tarea y no tener en cuenta estímulos externos que no sean importantes. No se pueden hacer varias cosas a la vez de forma simultánea, no somos multitarea. Lo que hacemos es saltar de una tarea a otra y esto puede hacer perder el foco y la atención, provocando errores.
Para trabajar la atención, es bueno hacer ejercicio físico, practicar mindfulness, para estar en el aquí y ahora, y también poder dormir bien para regular toda la química del cerebro y favorecer un mejor estado emocional.
La concentración a nivel cerebral no dura más de 40 minutos seguidos, por lo que es necesario tener en cuenta este tiempo para ir cambiando de conceptos o dinámicas durante las clases. Por eso, es importante hacer pausas, para moverse, cambiar de contexto o relajar la atención para activarla de nuevo cuando se necesite.
Por ejemplo, el alumnado con trastorno de déficit de atención (TDAH) necesita movimiento y hablar, por lo que, si se le reprocha su comportamiento, le afectará a nivel anímico. Una forma de ayudar es permitir el movimiento y que pueda cooperar más con sus compañeros mediante actividades grupales.
El cerebro aprende socialmente cooperando entre iguales porque somos seres sociales. Una forma de aplicarlo en las aulas es mediante los proyectos de aprendizaje y servicio (APS), donde se aprenden contenidos haciendo un servicio a la comunidad que genera competencias sociales y emocionales, y también mediante el aprendizaje basado en proyectos (ABP).
El alumnado nativo digital tiene un aprendizaje distinto porque el uso de las nuevas tecnologías les hace funcionar de otra manera, incluso a nivel cerebral: necesitan una respuesta inmediata, tienen menos capacidad de memoria porque pueden encontrar la información fácilmente e interactúan más con los datos. Esto hace que la labor docente actúe más de guía y como herramienta para favorecer el pensamiento crítico, analizar, reflexionar y diferenciar la información.
La neuroeducación contribuye a poner al alumnado en el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje y personalizar el aprendizaje en función de sus capacidades y formas de aprender.
Además, puede ser más útil en unas etapas educativas que otras: en la educación secundaria, para la motivación, la atención y la toma de decisiones; en la educación superior, para el aprendizaje autodirigido donde se hacen responsables de sus objetivos de aprendizaje y se preparan para aprender a lo largo de toda su vida.
La tecnología puede ayudar en esa personalización del aprendizaje mediante la inteligencia artificial, para hacer un perfilado del alumnado y ofrecer soluciones de aprendizaje óptimas para ellos y ellas. Y mediante la metodología de aprendizaje invertido (flipped learning), el alumnado puede ser más activo y responsable de su aprendizaje, a su ritmo y según sus capacidades. Con el tiempo que se puede liberar en clase, el profesorado puede trabajar más con los chicos y chicas con necesidades especiales.
Dificultades para aplicar la neuroeducación en las aulas
No es fácil aplicar la neuroeducación en las aulas porque el cerebro es complejo y está en constante estudio. Hay que revisar el currículo, la metodología didáctica y la evaluación.El currículo debería tener flexibilidad temporal para poder avanzar según el ritmo de cada alumno, pero esto implica cambios en la organización de los centros y ciertos cuellos de botella sobre todo al inicio de curso. Se necesitan crear bloques de contenidos adaptados a los periodos de atención. Y se requiere de tiempo y recursos para hacer las personalizaciones, debido al número de alumnos que hay.
Entre las limitaciones para aplicar la neuroeducación en las aulas también destaca la falta de formación específica en esta materia por parte del profesorado.
También hay que revisar los horarios lectivos, porque los y las adolescentes, por su propio proceso de crecimiento biológico, tienen sueño a primeras horas de la mañana y están más activos por las tardes.
Como conclusión, decir que, aun teniendo cerebros distintos, para aprender, hay que querer aprender. Y querer es poder.