Si en el siglo XIX saber leer y escribir se convirtió en un imperativo para poder acceder y mantenerse en el mercado laboral, en el siglo XXI la formación a lo largo y ancho de la vida es imprescindible tanto laboral como socialmente. Si en el siglo XIX la máquina de vapor cambió todo el sistema productivo y social, en el siglo XXI ya lo está haciendo la digitalización y las consecuencias de la emergencia climática.
El modelo productivo lineal clásico se está quedando obsoleto a marchas forzadas y la formación es un requerimiento sine qua non, para que tanto las empresas como la ciudadanía puedan subirse ya no al tren, sino al hyperloop de las nuevas oportunidades. La desigualdad, la polarización, los discursos de odio, los trastornos de salud mental o la utilización en ocasiones de las redes sociales como opio del pueblo del siglo XXI son algunos de los fenómenos sociales que también evolucionan con gran rapidez y a los cuales hace falta dar respuesta, entre otros, con formación y orientación a lo largo y ancho de la vida.
Las buenas noticias son: estamos en un momento de cambios múltiples y acelerados en los que casi todo está por (re)hacer. Si situamos el horizonte de esta reconstrucción en la realización personal y la equidad socioeconómica y medioambiental, ¿qué contribución puede hacer la formación para llegar a buen puerto, y cuáles son los factores que pueden impedirlo o facilitarlo?
Respondamos primero a la segunda parte de la pregunta: algunos de los factores de riesgo para la formación continua, poniendo el foco en la ciudadanía, pueden ser la falta de conocimiento sobre su existencia, el que sea considerada como irrelevante, que falte soporte interpersonal, tiempo o dinero para poder llevarla a cabo.
Si la mirada se pone en las empresas, puede deberse a que algunas no sepan cómo utilizar las posibilidades que ofrece la Fundae o el sistema de acreditación de competencias profesionales, que no se sepa cómo encajar la formación en un horario laboral que sin ella está ya sobrecargado, que se considere innecesaria o un gasto más que una inversión.
Desde las políticas públicas, las propias normativas pueden dificultar la continuidad formativa. Es altamente desconcertante que, por ejemplo, en Catalunya, una persona mayor de 18 años que pase la prueba de acceso a un ciclo formativo de grado medio con un 10 solo pueda encomendarse a la suerte de haberse preinscrito en un centro donde sobren plazas para poder matricularse, debido a que la normativa la excluye de tener cuota directa de acceso a él .
La inconsistencia entre políticas supone también una barrera importante a la formación. Siguiendo con el ejemplo del párrafo anterior, produce aún más perplejidad que por un lado existan políticas de acreditación de competencias que favorezcan, entre otros, que una persona adulta pueda obtener un Grado Medio de Formación Profesional sin cursar todas sus asignaturas, y por otra, normativas como la anteriormente mencionada que dificulta tanto que alguien mayor de 18 años pueda matricularse en él.. La compartimentación de servicios de la administración pública, en ocasiones generadora de confusión, puede suponer también un freno para la formación.
No obstante, es posible identificar así mismo factores de protección, facilitadores para que la formación a lo largo y ancho de la vida pueda fluir como es necesario que lo haga: en general, la ciudadanía quiere aumentar su bienestar personal, emocional, laboral y social; los padres y madres quieren un buen presente y futuro para sus hijos e hijas; cada vez más personas quieren trabajos que les permitan tener una vida digna y a la vez contribuir una sociedad equitativa y a un planeta sano; las empresas quieren encontrar colaboradores que estén preparados para dar respuesta a las necesidades y objetivos de hoy y a consolidar un proyecto de futuro que cada vez más incluye, además de la sostenibilidad económica, la social i medioambiental; las administraciones públicas quieren paz social, bienestar económico, progreso en todos los frentes. Es decir, todos y todas queremos lo mismo desde nuestras distintas esferas de vida y de actuación y probablemente no costaría llegar a un consenso sobre el hecho de que la formación puede contribuir a conseguir los objetivos a los que aspiramos.
Llegados a este punto, podemos ya aportar algunas ideas sobre qué se puede hacer para que la formación contribuya a dar respuesta a los intereses, expectativas, sueños de ciudadanía, empresas y administraciones públicas. Para ello, es necesario tomar conciencia de que la formación es un medio para el bienestar personal, organizativo, comunitario y medioambiental, no un fin en sí mismo. Pero es un medio cuya función va más allá de posibilitar el acceso a ese bienestar; la formación, la educación de modo más genérico, es más que un pasaporte o una llave de acceso a todo ello: es un reactivo, es decir, aquel elemento que, cuando interactúa con otros, fundamentalmente con las fortalezas ya existentes, produce un cambio a mejor. La formación no solo permite acceder al bienestar y a la equidad, permite crearlos.
A medida que se consiga que la ciudadanía, las organizaciones y las administraciones públicas se crean esta última frase, algunos de los factores de riesgo mencionados anteriormente se evaporarán; al grado en que se articulen medidas para que se pueda acceder a ella, el resto podrá disminuir. ¿Quién debe articularlas? Profesionales y organizaciones ya concienciadas desde su esfera y posibilidades de actuación (centros educativos, entidades sin ánimo de lucro, departamentos de responsabilidad social corporativa o recursos humanos, ayuntamientos, etc.) ¿Qué se puede hacer?
- Acciones de sensibilización basadas en evidencias y en los factores de protección de la formación a lo largo y ancho de la vida como generadores de toma de conciencia. Se trata de poner en el centro las aspiraciones, intereses, expectativas… los fines y mostrar a la ciudadanía y a las empresas que la formación es un instrumento para alcanzar una vida buena. Se trata de hacerlo a través de datos, ejemplos, experiencias de éxito no lineales, evidencias al fin relacionadas con sueños, expectativas, etc., que les permitan cuestionar sus creencias actuales y considerar la formación como una opción relevante y necesaria.
- Acciones de orientación para que personas y organizaciones sepan cómo acceder a la formación. Acciones que se dirijan a la pequeña y mediana empresa y la acompañe en la utilización de recursos como la Fundae para el upskilling o reskilling de colaboradores, en cómo acreditar competencias profesionales y en los beneficios que se consigue al hacerlo. Acciones que se dirijan a la ciudadanía para que construyan conocimiento sobre la oferta y recursos formativos existentes para el desarrollo personal y social, para mejorar su economía, sus relaciones, sus derechos… siempre partiendo de las fortalezas para afrontar las necesidades.
- Acciones de orientación para que personas y organizaciones sepan cómo utilizar los recursos existentes para reclamar su derecho a la formación y denunciar cuando éste se les deniegue. Construir conocimiento y redes para visibilizar que la acción colectiva sí da resultados, para saber reivindicar y persistir.
- Políticas públicas a largo plazo y coherentes entre ellas que articulen medidas de acceso equitativo a la formación para todos y todas y ofrezcan apoyo para que dicha formación pueda llevarse a cabo. Con una pirámide demográfica en España que se espera que esté prácticamente invertida en España en el año 2060 (INE, 2022), esto es importante para cualquier edad, pero cobra especial relevancia para personas más allá de los 24 años, que no constan en las estadísticas de abandono escolar prematuro, pero que forman el núcleo de los que solo tienen ESO o menos. No prestar atención a ello puede situar en riesgo de exclusión no solo a personas, sino a todo el país, que no podrá competir con otros que tengan una ciudadanía más formada en todas las franjas de edad.
En el fondo, de lo que se trata con estas propuestas es de poner a la ciudadanía y las organizaciones en el centro, y de habilitar las medidas que posibilitarán que la formación se perciba como útil y sea viable. Se trata de articular evidencias y herramientas para que la formación sea ese reactivo, ese soluble que, una vez se mezcla con sus aspiraciones y fortalezas, las transforma en bienestar y equidad.