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¿Cómo ha afectado la pandemia a las personas mayores?

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Montserrat Garcia-Oliva. Docente, investigadora y directora del Grado en Educación Social y del Máster en Gerontología en la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés
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La pandemia, sin duda, ha hecho estragos en la salud mental de los más jóvenes, pero estos no han sido el único colectivo que ha sufrido sus consecuencias. Entre los grupos más afectados se encuentran las personas mayores que, a menudo, se han confinado solas y, prácticamente, no han podido ver a nadie, ni siquiera en la familia, comenta Montserrat Garcia-Oliva, profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés – Universidad Ramon Llull.
 
"Los síndromes emocionales se han disparado en todas las edades, pero especialmente en las personas mayores", expone Garcia-Oliva. En este sentido, no sólo hace hincapié en aquellas personas que viven en casa y no han podido recibir visitas o ver a la familia, sino también en las que están institucionalizadas, es decir, en residencias donde las medidas han sido muy restrictivas.
 
Durante la primera ola, las personas mayores fueron las principales víctimas del COVID-19. A modo de ejemplo, en abril de 2020, en pleno confinamiento, seis de cada diez muertos eran gente de edad avanzada. Por eso, una vez finalizado el confinamiento, desde el Govern de Catalunya se aplicaron medidas muy restrictivas para blindar las residencias con la intención de que no entrara el virus. Esto conllevó la prohibición de visitas y las salidas de residentes. De hecho, a pesar de que las medidas se han ido relajando de acuerdo con la situación epidemiológica de cada momento, hasta septiembre no se han permitido las visitas con contacto físico a las residencias.
 
En este contexto, Garcia-Oliva argumenta que dejar de tener la red relacional activa ha tenido una gran repercusión para estas personas. "Limitarla mucho tiene un impacto emocional clarísimo, y entonces entran en procesos de depresión. No debemos olvidar que las personas mayores tienen una incidencia importante de suicidio y se ha visto incrementada en la etapa de la pandemia", defiende la profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés – Universidad Ramon Llull.
 
Por otra parte, la pandemia también ha comportado un importante desgaste físico y emocional de las personas cuidadoras no profesionales, es decir, gente que cuida de sus familiares. En este sentido, un estudio realizado recientemente por la Fundación Pere Tarrés, por el que se entrevistaron a 349 personas no cuidadoras, puso de manifiesto que el 83,3% de las encuestadas aseguraron que la pandemia ha tenido algún efecto negativo en su calidad de vida. Además, una de cada cuatro personas remarcó de forma explícita que la situación le provocó un desgaste físico y emocional.
 
Para acompañar a este colectivo, desde 2009, el Centro de Formación Consultoría y Estudio (FCiE) de la Fundación Pere Tarrés ofrece unos cursos para personas cuidadoras no profesionales que tienen a cargo una persona mayor o un niño entre 7 y 12 años en situación de dependencia. Con estos cursos se quiere dar respuesta a las necesidades del alumnado.
 
Desde la entidad se persigue que las personas mayores tengan el mejor acompañamiento posible en la última fase de su vida. Por eso, en la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés – Universidad Ramon Llull se ofrecen estudios superiores en el ámbito de la atención de las personas mayores como, por ejemplo, el Máster en Gerontología y Promoción de la Autonomía Personal.


La brecha digital

Las nuevas tecnologías, asegura Garcia-Oliva, han ayudado mucho a la gente mayor que, durante la época más dura del confinamiento, han podido contactar con sus familiares a través del WhatsApp u otras aplicaciones del móvil.
 
Ahora bien, la profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés - Universidad Ramon Llull, también, remarca que muchas personas de edad avanzada no han tenido acceso a las nuevas tecnologías. "Existe la brecha digital en las personas mayores", expone.
 
Además, recuerda que no sólo se trata de saber cómo funcionan las herramientas digitales, sino también tener las capacidades socioeconómicas para poder tener Internet, un ordenador o un móvil inteligente. "Por tanto, no todo el mundo tiene acceso a la tecnología. Ni acceso ni conocimiento y, evidentemente, la pandemia lo ha agravado muchísimo", argumenta.
 
Otro de los factores que también ha repercutido en la salud mental de las personas mayores en época de pandemia es la forma en la que han envejecido, especifica Garcia-Oliva. "Tenemos la costumbre de poner a todas las personas mayores en el mismo saco y las personas mayores, al final, son fruto de su contexto y de su trayectoria vital", enfatiza la experta que añade que hay personas que llegan a la vejez con diversas patologías, mientras que otras sin ninguna. "Si tienen patologías previas, con el aislamiento se han agravado", asegura.
 
 


El envejecimiento activo

Ir a la piscina, realizar salidas en grupo por el barrio, así como participar en talleres de arteterapia o trabajos manuales son algunas de las actividades que las personas mayores pueden llevar a cabo a través de la Fundación Pere Tarrés para mantener un envejecimiento activo.
 
Esto puede ayudarles a preservar la salud. En este contexto, Garcia-Oliva relata que, normalmente, las personas que se han mantenido activas a lo largo de la vida y que han tenido otros intereses más allá de los ámbitos productivos y reproductivos, suelen estar menos expuestas a la marginación social.
 
En este contexto, recientemente, Garcia-Oliva lideró un estudio de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social y la Xarxa Vives sobre el impacto que tenían los programas senior de las universidades en sus alumnos. Este, que contó con la participación de 18.000 alumnos de universidades de Catalunya, las Illes Balears y Andorra, demuestra que la formación universitaria a mayores de 55 años impacta positivamente en la salud física y psíquica de los estudiantes, así como en su bienestar general. Además, a medida que hace más años que una persona está matriculada en un programa de formación universitaria senior, más beneficios percibe en temas de salud y relaciones sociales.
 
"Los resultados eran óptimos para las personas que participaban en ellos, no sólo en el factor cognitivo y relacional, sino también en el físico, emocional o cultural. Tenían una incidencia positiva", señala.
 
Una de estas participantes es Isabel Devesa que estudia el Programa Universitario para Personas Mayores de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés – Universidad Ramon Llull. "He notado que la cabeza se espabila. Me ha parecido muy positivo", valoraba recientemente la alumna.
 
Ahora bien, Garcia-Oliva recuerda que no todo el mundo tiene la posibilidad de participar en este tipo de programas o en otras actividades de envejecimiento activo. Si bien reconoce que los centros cívicos o culturales realizan talleres para este colectivo, afirma que el reto es conseguir que todo el mundo pueda acceder. "A veces estas acciones no llegan a todo el mundo. Es lo que denunciábamos también con el estudio", matiza la experta en gente mayor.
 
Esto, puntualiza, se debe a que no llegan al ámbito de influencia de estas personas o en los territorios en los que viven. Otro de los problemas, agrega, es que no todos pueden pagar estos cursos, aunque sean baratos.
 
"Cada vez hay más longevidad, esperanza de vida, esto significa que va aumentando el porcentaje de personas mayores en la pirámide de edad poblacional y, a pesar de que se estén haciendo muchas cosas, seguramente, la oferta se debe 'ampliar para que llegue a todo el mundo", concluye.
 
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