Todas las personas somos vulnerables, tú también. Sin embargo, dependiendo de algunas de tus características, tendrás más o menos puntos de poder estar socialmente excluida.
A menudo se piensa que las personas excluidas lo están porque se lo han buscado o han tenido mala suerte. Se las culpa y se les hiperresponsabiliza de las situaciones en las que viven sin tener en cuenta las estructuras que las abocan a vivir como lo hacen.
La clase social en la que hayas nacido, tu sexo y género, tu origen étnico, tu edad, tu religión o las capacidades que se te adjudican, entre otros factores, condicionan tus posibilidades de estar socialmente más incluido o excluido de la sociedad.
Dependiendo de cuáles de estos elementos tengas y de cómo se entrecrucen entre ellos, el clasismo, el sexismo y/o machismo, el racismo, el edadismo o el capacitismo, entre otros "-ismos" impactarán de formas diversas, en forma de discursos y prácticas de exclusión social, las cuales te afectarán en diferentes ámbitos como tus posibilidades de formación, tu trabajo o la falta de este, tu nivel económico, tu salud, el sitio donde vives y tus derechos de ciudadanía.
Por ejemplo, no es lo mismo ser una mujer considerada blanca de clase alta que ser una mujer considerada no blanca, de clase obrera. Las dos padecen el machismo, pero una de ellas vivirá cotidianamente el racismo. Y puede que lo sufra la misma mujer blanca antes mencionada. Tampoco es lo mismo ser mujer blanca de clase alta que ser hombre no blanco de clase obrera. La primera sigue teniendo privilegios sobre el segundo, no por el sexo o género, sino por clase social y origen étnico.
El género, la clase social, la edad y el origen étnico se cruzan entre ellos creando mapas particulares de opresiones y privilegios.
Les cuento una de las experiencias vitales y profesionales más duras que he tenido. Fue en Florencia. Trabajaba como educadora de calle en un campamento de refugiados donde vivían unas 50 familias que habían huido de la guerra de la ex Yugoslavia, algunas desde hacía más de 10 años. Se les había perseguido por ser Roma (gitanos) y musulmanes. No se les dejaba construir, vivían dentro de caravanas o de chabolas de uralita, en veranos que llegaban a más de 40 grados. Había un lavabo externo, de esos de plástico, por cada dos familias. Les habían construido el campamento junto al vertedero municipal. Una niña, de hecho, había muerto encerrada en una vieja nevera mientras jugaba al escondite. Por las noches, salían las ratas. Las personas adultas tenían graves problemas para encontrar trabajo cuando decían dónde vivían. Algunas familias obtenían dinero en trabajos precarios y mal remunerados; otras, de la mendicidad, y otras, de donde podían. Eran un colectivo heterogéneo, homogeneizado por la pobreza y los prejuicios. En estas condiciones, yo hacía refuerzo escolar a los niños que me lo pedían. A veces sobre las capotas de los coches. Es perverso decir que no "se integraban porque no querían". Muchas veces, me preguntaba cómo sería mi vida si hubiera nacido allí, cuánta rabia llevaría acumulada, cuánto rencor, tristeza, impotencia. Y cuánta fuerza me quedaría dentro para salir adelante, a pesar de todo.
En este ejemplo, vemos ejes de desigualdad que interseccionan: personas refugiadas, pertenecientes a minorías étnicas y religiosas estigmatizadas, en situación de pobreza. Las niñas, las adolescentes y las mujeres lo tenían peor que los hombres por la variable de género. Además de la carga de encontrar recursos para subsistir, que recaía en todas y todos, las mujeres llevaban encima la carga de cuidar de los demás, ¿os suena? También ocurre entre nosotros.
Los ejes de desigualdad (género, clase social, origen étnico, edad, capacidades normativas, entre otros) no se suman, son hechos que interseccionan, formando caleidoscopios distintos de la exclusión.
La ayuda mutua, la solidaridad, la lucha individual y colectiva contra las injusticias sociales pueden crear nuevas formas, más equitativas y justas, de ser y estar en el mundo.
Y en ese caleidoscopio de desigualdades que nos atraviesan de formas diferentes, ¿qué puedes hacer tú para ser un agente de cambio?
A menudo se piensa que las personas excluidas lo están porque se lo han buscado o han tenido mala suerte. Se las culpa y se les hiperresponsabiliza de las situaciones en las que viven sin tener en cuenta las estructuras que las abocan a vivir como lo hacen.
La clase social en la que hayas nacido, tu sexo y género, tu origen étnico, tu edad, tu religión o las capacidades que se te adjudican, entre otros factores, condicionan tus posibilidades de estar socialmente más incluido o excluido de la sociedad.
Dependiendo de cuáles de estos elementos tengas y de cómo se entrecrucen entre ellos, el clasismo, el sexismo y/o machismo, el racismo, el edadismo o el capacitismo, entre otros "-ismos" impactarán de formas diversas, en forma de discursos y prácticas de exclusión social, las cuales te afectarán en diferentes ámbitos como tus posibilidades de formación, tu trabajo o la falta de este, tu nivel económico, tu salud, el sitio donde vives y tus derechos de ciudadanía.
Por ejemplo, no es lo mismo ser una mujer considerada blanca de clase alta que ser una mujer considerada no blanca, de clase obrera. Las dos padecen el machismo, pero una de ellas vivirá cotidianamente el racismo. Y puede que lo sufra la misma mujer blanca antes mencionada. Tampoco es lo mismo ser mujer blanca de clase alta que ser hombre no blanco de clase obrera. La primera sigue teniendo privilegios sobre el segundo, no por el sexo o género, sino por clase social y origen étnico.
El género, la clase social, la edad y el origen étnico se cruzan entre ellos creando mapas particulares de opresiones y privilegios.
Les cuento una de las experiencias vitales y profesionales más duras que he tenido. Fue en Florencia. Trabajaba como educadora de calle en un campamento de refugiados donde vivían unas 50 familias que habían huido de la guerra de la ex Yugoslavia, algunas desde hacía más de 10 años. Se les había perseguido por ser Roma (gitanos) y musulmanes. No se les dejaba construir, vivían dentro de caravanas o de chabolas de uralita, en veranos que llegaban a más de 40 grados. Había un lavabo externo, de esos de plástico, por cada dos familias. Les habían construido el campamento junto al vertedero municipal. Una niña, de hecho, había muerto encerrada en una vieja nevera mientras jugaba al escondite. Por las noches, salían las ratas. Las personas adultas tenían graves problemas para encontrar trabajo cuando decían dónde vivían. Algunas familias obtenían dinero en trabajos precarios y mal remunerados; otras, de la mendicidad, y otras, de donde podían. Eran un colectivo heterogéneo, homogeneizado por la pobreza y los prejuicios. En estas condiciones, yo hacía refuerzo escolar a los niños que me lo pedían. A veces sobre las capotas de los coches. Es perverso decir que no "se integraban porque no querían". Muchas veces, me preguntaba cómo sería mi vida si hubiera nacido allí, cuánta rabia llevaría acumulada, cuánto rencor, tristeza, impotencia. Y cuánta fuerza me quedaría dentro para salir adelante, a pesar de todo.
En este ejemplo, vemos ejes de desigualdad que interseccionan: personas refugiadas, pertenecientes a minorías étnicas y religiosas estigmatizadas, en situación de pobreza. Las niñas, las adolescentes y las mujeres lo tenían peor que los hombres por la variable de género. Además de la carga de encontrar recursos para subsistir, que recaía en todas y todos, las mujeres llevaban encima la carga de cuidar de los demás, ¿os suena? También ocurre entre nosotros.
Los ejes de desigualdad (género, clase social, origen étnico, edad, capacidades normativas, entre otros) no se suman, son hechos que interseccionan, formando caleidoscopios distintos de la exclusión.
La ayuda mutua, la solidaridad, la lucha individual y colectiva contra las injusticias sociales pueden crear nuevas formas, más equitativas y justas, de ser y estar en el mundo.
Y en ese caleidoscopio de desigualdades que nos atraviesan de formas diferentes, ¿qué puedes hacer tú para ser un agente de cambio?