Cuando hablamos de paz, inevitablemente se tiende a hacer referencia al conflicto, concretamente a la guerra. Esta se entiende como "la ausencia de la guerra", esto es, un estado de no agresión intergrupal y físicamente violento.
Ahora bien, si se centra la cuestión en el polo "opuesto", en la guerra, entendiendo esta como una agresión colectiva en la que se busca la eliminación física de bienes y personas, se puede plantear la misma siguiendo determinadas concepciones de la sociología, la antropología y la psicología social, como: "un momento dentro de un proceso en el que se presentan una serie de intercambios, que ocupan un periodo temporal concreto en el cual, la agresión se conforma como uno de dichos intercambios". Este momento considerado como la forma específica, aunque asumiendo diversas modalidades, de un conflicto, se refiere a una situación en la que dos o más personas o grupos entran en oposición o desacuerdo debido a que sus posiciones, intereses, necesidades, deseos o valores son incompatibles, o son percibidos como tales. En estos desacuerdos juegan un papel fundamental las emociones y sentimientos, y el conflicto se presenta como un proceso.
Siguiendo a Lederach (2000), dentro de un conflicto, se presentan una serie de elementos:
En este punto, nos adentramos en la cuestión central, que es la educación para la paz. Esto puede entenderse desde una doble perspectiva, no excluyente, sino complementaria, que es la educación para evitar el conflicto y la centrada en la gestión de este.
Dentro de la educación para la paz, se tiene que partir de la premisa de que el conflicto es inevitable, y para determinadas corrientes teóricas, es beneficioso para el grupo, y estos son planteamientos en los que debemos detenernos someramente, con el fin de tratar de aportar algo más de luz en la concreción de la educación para la paz.
La inevitabilidad del conflicto debe ser entendida como el hecho de que en diferentes momentos de la existencia de una persona y/o colectivo, se va a dar una situación de competición, de desacuerdo, por la distribución en la tenencia de algo material y/o inmaterial o dificultades para la comunicación. Estas situaciones, en sí mismas, no encierran riesgo de ningún tipo para las partes implicadas. Sin embargo, en la manera en la que se gestiona dicho conflicto y cómo se asuma, es radica el riesgo de que este se torne destructivo para una o ambas partes o conlleve a un enriquecimiento para las mismas.
Esto último hay que verlo como el hecho de que, en el proceso de redistribución, la manera en la que se gestione el conflicto se desarrolle desde la perspectiva "yo gano-tú ganas", lo que conllevará a que ambas partes en conflicto obtengan una parte significativa de sus demandas.
El tránsito del conflicto hacia una situación de agresión, de conflicto agresivo, entendido como la existencia de intención y la provocación, no solo una advertencia de causar daño sea físico, emocional, de limitación en el acceso a un recurso, etc., sino que tiende a desarrollarse cuando el planteamiento de la negociación en un proceso conflictivo excluye a una de las partes de la distribución de los aspectos demandados, desarrollándose mediante el denominado "yo gano-tú pierdes".
Hasta el momento, se han planteado las bases, la forma general de la guerra, esto es: el conflicto. Sin embargo, ¿Cuándo se puede considerar que un conflicto se ha convertido en una situación de guerra? La definición general sobre la misma hace referencia al "conflicto armado entre dos grupos humanos más o menos masivos, empleando todo tipo de estrategias y tecnologías, para imponerse violentamente sobre el otro, ya sea causándole la muerte o solo la ¡derrota, y presentando daños de elevada intensidad".
Asimismo, si nos centramos en el concepto de violencia social o colectiva, considerada como "la utilización de la violencia como una herramienta, un recurso, por parte de una serie de sujetos que se autoidentifican como miembros de un grupo, contra otro conjunto de individuos, con la finalidad de alcanzar una serie de objetivos políticos, económicos y/o sociales", se incorpora la idea de la guerra, de la violencia colectiva que supera el ámbito interpersonal, como un instrumento, un recurso, utilizado para la consecución de unos fines.
Hasta ahora hemos visto cuales son las implicaciones en torno al conflicto, pero ¿cómo se puede trabajar desde las aulas? En función de lo expuesto hasta ahora, las opciones de trabajo para educar para la paz deben seguir tres líneas de trabajo paralelas. Dos de ellas tienen un carácter preventivo, mientras que la otra vía de trabajo es más reactiva.
En la línea reactiva, se hace referencia a los procedimientos de resolución de conflictos en el aula. Hablemos de adultos o hablemos de niños, es bastante inevitable que cuanto más tiempo se encuentren compartiendo tiempos y espacios, surjan situaciones de conflicto, las cuales, en muchos casos, requerirán la mediación del profesorado para tratar de eliminar dicha situación. En este caso, se tiene que buscar una solución satisfactoria para las partes implicadas, buscando que ambas salgan ganando por igual, buscando acabar con el conflicto manifiesto y con lo que lo ha llevado a surgir. Esto conlleva no solo determinar la situación de conflicto concreta, sino también cuáles son sus raíces, sus motivos.
En la vertiente preventiva, nos encontramos con dos vías de trabajo. Por un lado, en el caso del alumnado de Educación Infantil, Primaria y Educación Secundaria Obligatoria, es necesario trabajar juntamente con las familias proporcionándoles recursos para la gestión y la resolución de conflictos con sus hijos, y para evitarlos.
Por otro lado, en las aulas y de mano de los docentes, se deben trabajar valores para la convivencia y la paz, tanto de manera directa, a través de talleres, como de forma indirecta, a través de los mensajes transmitidos por ellos y su metodología de gestión de las situaciones potencialmente conflictivas.
Se trata de que la idea de la paz se vaya instaurando en el cuerpo de valores del alumnado a través de mensajes explícitos, pero también del modelaje, de la observación de las personas referentes en el centro educativo y de un planteamiento transversal de dicha educación para la paz a través del desarrollo de los valores mencionados y de las habilidades sociales, muy especialmente de la escucha activa, la empatía y la asertividad.
Manteniéndonos en la línea de la prevención y de la formación del alumnado en los valores de la paz, cuando nos centramos en personas adultas, dicho trabajo se tiene que centrar en la incorporación de la cooperación y la resolución pacífica de los conflictos. Esto se puede lograr a través de la transmisión indirecta de estos elementos, mediante el uso de técnicas como la ejemplificación de buenas prácticas en, la integración del alumnado en los procesos de toma de decisiones, la experimentación de los efectos positivos del seguimiento de estas estrategias o el establecimiento de puntos de unión entre estas formulaciones y los aprendizajes previos que tienen los estudiantes. Todo ello unido a una formulación transversal en la formación en habilidades sociales, destacando, tal y como se mencionó en líneas anteriores, la escucha activa, la empatía y la asertividad.
El conflicto y la violencia forma parte de nuestra vida, tanto a título personal, como en contextos más amplios, adoptando múltiples formulaciones, lo que hace que el desarrollar una estrategia de educación para la paz sea arduo complicado, pero del todo imprescindible si queremos evitar el mantenimiento de procesos de gestión de los conflictos que sean perjudiciales para todas las partes y, de esta manera, minar las bases de la convivencia y de un progresivo y creciente desarrollo humano, abocando a nuestra especie a mantenerse en lo que Platón consideraba la "entrada de la caverna".
Ahora bien, si se centra la cuestión en el polo "opuesto", en la guerra, entendiendo esta como una agresión colectiva en la que se busca la eliminación física de bienes y personas, se puede plantear la misma siguiendo determinadas concepciones de la sociología, la antropología y la psicología social, como: "un momento dentro de un proceso en el que se presentan una serie de intercambios, que ocupan un periodo temporal concreto en el cual, la agresión se conforma como uno de dichos intercambios". Este momento considerado como la forma específica, aunque asumiendo diversas modalidades, de un conflicto, se refiere a una situación en la que dos o más personas o grupos entran en oposición o desacuerdo debido a que sus posiciones, intereses, necesidades, deseos o valores son incompatibles, o son percibidos como tales. En estos desacuerdos juegan un papel fundamental las emociones y sentimientos, y el conflicto se presenta como un proceso.
Siguiendo a Lederach (2000), dentro de un conflicto, se presentan una serie de elementos:
- Los protagonistas: esto es, las personas o colectivos implicados, real o potencialmente, directa o indirectamente, en la situación.
- La distribución de poder en la relación: aspecto que hace referencia a la posición que tiene cada una de las partes en conflicto.
- Las percepciones del problema: cómo captan e interpretan, las partes implicadas, la situación.
- Las emociones y los sentimientos.
- Las posiciones: lo que hace referencia a las posturas asumidas por las partes implicadas de forma directa.
- Intereses y necesidades: cuáles son las demandas y si se manifiestan de forma explícita o no.
- Los valores: las normas culturales por las que se rigen los individuos implicados, y que afectan positiva o negativamente al proceso, pudiendo facilitar su resolución o agravándolo.
En este punto, nos adentramos en la cuestión central, que es la educación para la paz. Esto puede entenderse desde una doble perspectiva, no excluyente, sino complementaria, que es la educación para evitar el conflicto y la centrada en la gestión de este.
Dentro de la educación para la paz, se tiene que partir de la premisa de que el conflicto es inevitable, y para determinadas corrientes teóricas, es beneficioso para el grupo, y estos son planteamientos en los que debemos detenernos someramente, con el fin de tratar de aportar algo más de luz en la concreción de la educación para la paz.
La inevitabilidad del conflicto debe ser entendida como el hecho de que en diferentes momentos de la existencia de una persona y/o colectivo, se va a dar una situación de competición, de desacuerdo, por la distribución en la tenencia de algo material y/o inmaterial o dificultades para la comunicación. Estas situaciones, en sí mismas, no encierran riesgo de ningún tipo para las partes implicadas. Sin embargo, en la manera en la que se gestiona dicho conflicto y cómo se asuma, es radica el riesgo de que este se torne destructivo para una o ambas partes o conlleve a un enriquecimiento para las mismas.
Esto último hay que verlo como el hecho de que, en el proceso de redistribución, la manera en la que se gestione el conflicto se desarrolle desde la perspectiva "yo gano-tú ganas", lo que conllevará a que ambas partes en conflicto obtengan una parte significativa de sus demandas.
El tránsito del conflicto hacia una situación de agresión, de conflicto agresivo, entendido como la existencia de intención y la provocación, no solo una advertencia de causar daño sea físico, emocional, de limitación en el acceso a un recurso, etc., sino que tiende a desarrollarse cuando el planteamiento de la negociación en un proceso conflictivo excluye a una de las partes de la distribución de los aspectos demandados, desarrollándose mediante el denominado "yo gano-tú pierdes".
Hasta el momento, se han planteado las bases, la forma general de la guerra, esto es: el conflicto. Sin embargo, ¿Cuándo se puede considerar que un conflicto se ha convertido en una situación de guerra? La definición general sobre la misma hace referencia al "conflicto armado entre dos grupos humanos más o menos masivos, empleando todo tipo de estrategias y tecnologías, para imponerse violentamente sobre el otro, ya sea causándole la muerte o solo la ¡derrota, y presentando daños de elevada intensidad".
Asimismo, si nos centramos en el concepto de violencia social o colectiva, considerada como "la utilización de la violencia como una herramienta, un recurso, por parte de una serie de sujetos que se autoidentifican como miembros de un grupo, contra otro conjunto de individuos, con la finalidad de alcanzar una serie de objetivos políticos, económicos y/o sociales", se incorpora la idea de la guerra, de la violencia colectiva que supera el ámbito interpersonal, como un instrumento, un recurso, utilizado para la consecución de unos fines.
"En las aulas y de mano de los docentes, se deben trabajar valores para la convivencia y la paz, tanto de manera directa, a través de talleres, como de forma directa, a través de mensajes transmitidos por ellos y su metodología de gestión de las situaciones potencialmente conflictivas".
Estrategias de educación para la paz
Hasta ahora hemos visto cuales son las implicaciones en torno al conflicto, pero ¿cómo se puede trabajar desde las aulas? En función de lo expuesto hasta ahora, las opciones de trabajo para educar para la paz deben seguir tres líneas de trabajo paralelas. Dos de ellas tienen un carácter preventivo, mientras que la otra vía de trabajo es más reactiva.
En la línea reactiva, se hace referencia a los procedimientos de resolución de conflictos en el aula. Hablemos de adultos o hablemos de niños, es bastante inevitable que cuanto más tiempo se encuentren compartiendo tiempos y espacios, surjan situaciones de conflicto, las cuales, en muchos casos, requerirán la mediación del profesorado para tratar de eliminar dicha situación. En este caso, se tiene que buscar una solución satisfactoria para las partes implicadas, buscando que ambas salgan ganando por igual, buscando acabar con el conflicto manifiesto y con lo que lo ha llevado a surgir. Esto conlleva no solo determinar la situación de conflicto concreta, sino también cuáles son sus raíces, sus motivos.
En la vertiente preventiva, nos encontramos con dos vías de trabajo. Por un lado, en el caso del alumnado de Educación Infantil, Primaria y Educación Secundaria Obligatoria, es necesario trabajar juntamente con las familias proporcionándoles recursos para la gestión y la resolución de conflictos con sus hijos, y para evitarlos.
Por otro lado, en las aulas y de mano de los docentes, se deben trabajar valores para la convivencia y la paz, tanto de manera directa, a través de talleres, como de forma indirecta, a través de los mensajes transmitidos por ellos y su metodología de gestión de las situaciones potencialmente conflictivas.
Se trata de que la idea de la paz se vaya instaurando en el cuerpo de valores del alumnado a través de mensajes explícitos, pero también del modelaje, de la observación de las personas referentes en el centro educativo y de un planteamiento transversal de dicha educación para la paz a través del desarrollo de los valores mencionados y de las habilidades sociales, muy especialmente de la escucha activa, la empatía y la asertividad.
Manteniéndonos en la línea de la prevención y de la formación del alumnado en los valores de la paz, cuando nos centramos en personas adultas, dicho trabajo se tiene que centrar en la incorporación de la cooperación y la resolución pacífica de los conflictos. Esto se puede lograr a través de la transmisión indirecta de estos elementos, mediante el uso de técnicas como la ejemplificación de buenas prácticas en, la integración del alumnado en los procesos de toma de decisiones, la experimentación de los efectos positivos del seguimiento de estas estrategias o el establecimiento de puntos de unión entre estas formulaciones y los aprendizajes previos que tienen los estudiantes. Todo ello unido a una formulación transversal en la formación en habilidades sociales, destacando, tal y como se mencionó en líneas anteriores, la escucha activa, la empatía y la asertividad.
El conflicto y la violencia forma parte de nuestra vida, tanto a título personal, como en contextos más amplios, adoptando múltiples formulaciones, lo que hace que el desarrollar una estrategia de educación para la paz sea arduo complicado, pero del todo imprescindible si queremos evitar el mantenimiento de procesos de gestión de los conflictos que sean perjudiciales para todas las partes y, de esta manera, minar las bases de la convivencia y de un progresivo y creciente desarrollo humano, abocando a nuestra especie a mantenerse en lo que Platón consideraba la "entrada de la caverna".