Las emociones son esenciales en la existencia del ser humano (Öhman, 2008) y pueden ser determinantes a la hora de tomar decisiones cruciales durante todo el ciclo vital de las personas. Los adolescentes y jóvenes se encuentran inmersos en una etapa fascinante que exige de ellos un estado de forma física, mental y emocional que les facilite la transición a la etapa adulta en las mejores condiciones. Las decisiones sobre su futuro académico y profesional son las primeras que realizarán y sus consecuencias perdurarán, probablemente, durante el resto de su vida. En este proceso, las emociones los preparan para adaptarse y responder al entorno. Su función principal es la adaptación, siendo ésta, clave para la supervivencia.
La emoción implica unas condiciones desencadenantes (estímulos relevantes), diversos procesos cognitivos (juicios o valoraciones), cambios fisiológicos (activación) y patrones expresivos y de comunicación (expresión emocional) que se sitúan en el origen de la toma de decisiones personales y profesionales. Además, tiene efectos motivadores, con lo cual, da pie a la puesta en marcha de planes y estrategias que nos acerquen a conseguir nuestros objetivos. Influye, por tanto, en nuestra habilidad para anticipar, hacer planes y tomar decisiones sobre nuestra conducta futura. Estos factores tienen mucho que ver con nuestras capacidades cognitivas y, también, con la activación de la corteza prefrontal (área que se encuentra en pleno desarrollo e integración durante la adolescencia (Siegel,2014)). La capacidad para tomar decisiones a largo plazo es un aspecto fundamental para la adaptación a entornos sociales (Garon y Moore, 2004).
La vieja sentencia cartesiana de "pienso, luego existo", se ha transformado en otro pensamiento más acorde con los conocimientos aportados por la ciencia, el de "siento, luego existo" (Damasio A.R, 1994). Emociones y sentimientos asisten a nuestros jóvenes en la tarea de predecir un futuro incierto y planear sus actos, consecuentemente.
Las investigaciones actuales están demostrando que el desarrollo de programas de educación emocional tiene un impacto positivo en el alumnado. Se ha encontrado que las emociones influyen en la tolerancia a la frustración y facilitan la habilidad de auto motivarse y de adoptar una actitud positiva ante la vida, aspectos esenciales, no solo para la toma de las decisiones correctas, sino para mantenerse en la decisión, el tiempo necesario para alcanzar el objetivo.
Diversos estudios (Young, Paseluikho y Valach, 1997; Young, Valach y Collin, 1996) han confirmado correlaciones moderadas positivas entre la inteligencia emocional y la madurez vocacional. Con relación al desarrollo de la carrera, podemos encontrar argumentos de peso para ver la conexión entre emoción y el desarrollo de la carrera.
Las respuestas emocionales pueden facilitar, inhibir o interferir en la solución de problemas, dependiendo de su valoración (positiva o negativa), y también de su intensidad y duración. Si la regulación emocional no es adecuada, pueden producirse numerosas interferencias o errores. La emoción, a veces, puede impedir la decisión y de la indecisión surge el conflicto. Ocurre lo mismo con las decisiones equivocadas. Las dudas sobre el futuro académico y laboral pueden ocasionar rumiaciones, baja autoestima, bajo bienestar, etc. (Andrés, 2012).
Dado que la buena gestión de las emociones parece tener muchas repercusiones positivas en la vida de los jóvenes y facilitarles la toma de decisiones relacionadas con su futuro, se hace necesario incluir la inteligencia emocional en los programas de orientación educativa y profesional. "La inteligencia emocional es una forma de reconocer, entender y elegir cómo pensamos, sentimos y actuamos. La investigación sugiere que es responsable de hasta el 80% del éxito en nuestras vidas" (Joshua Freedman).
La realidad, según el Estudio Nacional sobre la Educación Emocional en los colegios en España (2021) es que la educación en los centros educativos se centra mayoritariamente en la transmisión del conocimiento y en conseguir las capacidades lógicas, analíticas, numéricas, lingüísticas y digitales. Estos conocimientos no cumplen en su totalidad los fines de la educación y, por supuesto, no contribuyen a una toma de decisiones académicas bien fundamentadas por parte de los estudiantes. Se necesita poner en marcha programas de concienciación emocional y desarrollo personal que preparen a la juventud para afrontar los retos del siglo 21. Sin educación emocional estamos desarrollando personas incompletas, con carencia de recursos y estrategias.
La inteligencia emocional aporta beneficios a la salud de los adolescentes a nivel emocional (López-Zafra y Jimenez, 2009). Las emociones pueden tener un carácter protector en las conductas de riesgo. La atención, la claridad y la regulación de las emociones ayudan en procesos de orientación vocacional y profesional.
El aforismo griego "conócete a ti mismo" inscrito en el templo de Apolo cobra una gran importancia en la etapa adolescente ya que, a través de la inteligencia emocional le va a permitir desarrollar competencias socioemocionales, que incidirán, entre otros aspectos, en la toma de decisiones sobre su futuro. El hecho de tomar conciencia de las emociones que se esconden detrás de nuestras decisiones es fundamental de cara a realizar elecciones acertadas, que permitan obtener excelentes resultados y contribuyan al bienestar.
El reto principal que afrontan los estudiantes al final de su escolaridad es la elección entre unos estudios universitarios o un ciclo de Formación Profesional. Tomar decisiones es algo habitual en la vida de las personas. Todos los días, nos enfrentamos a situaciones que conllevan explícita o implícitamente un posicionamiento o una elección. En los centros educativos debemos enseñarles a diseñar metas profesionales de manera concreta, específica. Debemos ayudarles a cuantificar y analizar estas metas para poder corregir sus posibles desviaciones. Los estudiantes han de ser capaces de ponerse objetivos ambiciosos, pero factibles, ajustados a la realidad, relevantes y acordes con sus habilidades, capacidades y emociones. Deben tener en cuenta sus fortalezas personales y también un propósito de contribuir a hacer del mundo un lugar mejor. Además, han de ser construidos teniendo en cuenta una línea temporal, para evitar la procrastinación.
Cuando a los adolescentes se les pregunta sobre su futuro profesional, la pregunta no debería ser "¿qué quieren ser de mayores o a qué se quieren dedicar profesionalmente?, sino "¿qué tipo de persona quieren ser?". Con esta nueva pregunta estamos fomentando una respuesta emocional que requiere una educación emocional. La mirada se hace hacia dentro, se necesita un tiempo interior para ver cómo se siente la decisión. ¿Qué sentimientos se tienen cuando se piensa en ella? ¿Dónde se localiza la emoción que produce? ¿Cómo de cómodo se encuentra con ella? Cuando la respuesta es afirmativa, se les anima a seguir adelante con la decisión; si no, se vuelve a empezar el proceso hasta encontrar los objetivos que le guíen hacia el desarrollo personal y el bienestar. Solo nuestro yo más íntimo y personal sabe lo que nos conviene. Las emociones cuentan la verdad sobre nosotros, hablan claro y nos indican firmemente el camino. Tomar decisiones, ignorándolas, supone abocarnos al fracaso, la decepción y en ocasiones, al autoengaño.
Ahora bien, la educación socioemocional solo está presente, con programas específicos, en el 6% de los colegios en España. Contamos con directrices internacionales e investigaciones recientes a favor, también con el consenso mayoritario del profesorado de que existen nuevas necesidades del alumnado y que estas no pueden hacerse frente con los programas y currículos actuales. Sin embargo, son muchos los obstáculos que impiden su pleno desarrollo e implementación en los colegios e institutos. Por una parte, la legislación es inespecífica y ambigua. Habla de desarrollo integral del alumnado, pero no establece claramente las líneas de actuación que conducirían a ella, dejando toda la responsabilidad en el profesorado que, o bien adolece de formación en educación emocional o muestra escasa sensibilidad hacia el concepto.
Según un estudio de Criado (2008) "a falta de tres meses para formalizar su matrícula, más del 50% de los estudiantes españoles, que finalmente pasan la universidad, no sabe qué va a estudiar". Por otro lado, hay un 20% que se matricula en titulaciones universitarias no deseadas, lo que ocasiona los abandonos académicos originados en la desorientación vocacional (Alonso y Lobato, 2005). O, como apunta Honoré (2008), muchos jóvenes abandonan sus estudios porque descubren que la carrera elegida no tiene sentido para ellos.
Los adolescentes no han nacido emocionalmente inteligentes. Tienen que aprender a serlo. Los colegios y los institutos conforman el espacio perfecto para que puedan desarrollar la inteligencia emocional a través de las relaciones que entablan con los demás y del conocimiento de ellos mismos, siempre que se cuente con programas y guías adecuados.
En el informe de la Unesco, elaborado por Jacques Delors (1996), se dice que la educación debe apoyarse en 4 pilares básicos: aprender a saber, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos. Hasta ahora, los centros educativos se han centrado exclusivamente en "aprender a saber" y "aprender a hacer", interviniendo en "aprender a vivir juntos", de manera puntual y como resultado de conflictos entre estudiantes, e ignorando el "aprender a ser". Esto, aparentemente, se contradice con las leyes educativas actuales, que presentan un paradigma de la educación donde se considera que el objetivo principal del sistema educativo es lograr el desarrollo integral de los estudiantes.
En una de las investigaciones de la OCDE, en el año 2015, se comprobó la importancia y la necesidad de la educación emocional en los niños y jóvenes, y se promovieron políticas y guías para su implantación en los colegios y entre los docentes. En el informe How to Foster social and emotional skills (2015), se indica cómo las autoridades educativas, las familias y los docentes tienen un rol muy importante en desarrollar las competencias emocionales y sociales de los niños. Estas competencias, juntamente con las cognitivas, son claves para el bienestar individual y el progreso social.
La emoción implica unas condiciones desencadenantes (estímulos relevantes), diversos procesos cognitivos (juicios o valoraciones), cambios fisiológicos (activación) y patrones expresivos y de comunicación (expresión emocional) que se sitúan en el origen de la toma de decisiones personales y profesionales. Además, tiene efectos motivadores, con lo cual, da pie a la puesta en marcha de planes y estrategias que nos acerquen a conseguir nuestros objetivos. Influye, por tanto, en nuestra habilidad para anticipar, hacer planes y tomar decisiones sobre nuestra conducta futura. Estos factores tienen mucho que ver con nuestras capacidades cognitivas y, también, con la activación de la corteza prefrontal (área que se encuentra en pleno desarrollo e integración durante la adolescencia (Siegel,2014)). La capacidad para tomar decisiones a largo plazo es un aspecto fundamental para la adaptación a entornos sociales (Garon y Moore, 2004).
La vieja sentencia cartesiana de "pienso, luego existo", se ha transformado en otro pensamiento más acorde con los conocimientos aportados por la ciencia, el de "siento, luego existo" (Damasio A.R, 1994). Emociones y sentimientos asisten a nuestros jóvenes en la tarea de predecir un futuro incierto y planear sus actos, consecuentemente.
Las investigaciones actuales están demostrando que el desarrollo de programas de educación emocional tiene un impacto positivo en el alumnado. Se ha encontrado que las emociones influyen en la tolerancia a la frustración y facilitan la habilidad de auto motivarse y de adoptar una actitud positiva ante la vida, aspectos esenciales, no solo para la toma de las decisiones correctas, sino para mantenerse en la decisión, el tiempo necesario para alcanzar el objetivo.
Diversos estudios (Young, Paseluikho y Valach, 1997; Young, Valach y Collin, 1996) han confirmado correlaciones moderadas positivas entre la inteligencia emocional y la madurez vocacional. Con relación al desarrollo de la carrera, podemos encontrar argumentos de peso para ver la conexión entre emoción y el desarrollo de la carrera.
Las respuestas emocionales pueden facilitar, inhibir o interferir en la solución de problemas, dependiendo de su valoración (positiva o negativa), y también de su intensidad y duración. Si la regulación emocional no es adecuada, pueden producirse numerosas interferencias o errores. La emoción, a veces, puede impedir la decisión y de la indecisión surge el conflicto. Ocurre lo mismo con las decisiones equivocadas. Las dudas sobre el futuro académico y laboral pueden ocasionar rumiaciones, baja autoestima, bajo bienestar, etc. (Andrés, 2012).
Dado que la buena gestión de las emociones parece tener muchas repercusiones positivas en la vida de los jóvenes y facilitarles la toma de decisiones relacionadas con su futuro, se hace necesario incluir la inteligencia emocional en los programas de orientación educativa y profesional. "La inteligencia emocional es una forma de reconocer, entender y elegir cómo pensamos, sentimos y actuamos. La investigación sugiere que es responsable de hasta el 80% del éxito en nuestras vidas" (Joshua Freedman).
La realidad, según el Estudio Nacional sobre la Educación Emocional en los colegios en España (2021) es que la educación en los centros educativos se centra mayoritariamente en la transmisión del conocimiento y en conseguir las capacidades lógicas, analíticas, numéricas, lingüísticas y digitales. Estos conocimientos no cumplen en su totalidad los fines de la educación y, por supuesto, no contribuyen a una toma de decisiones académicas bien fundamentadas por parte de los estudiantes. Se necesita poner en marcha programas de concienciación emocional y desarrollo personal que preparen a la juventud para afrontar los retos del siglo 21. Sin educación emocional estamos desarrollando personas incompletas, con carencia de recursos y estrategias.
La inteligencia emocional aporta beneficios a la salud de los adolescentes a nivel emocional (López-Zafra y Jimenez, 2009). Las emociones pueden tener un carácter protector en las conductas de riesgo. La atención, la claridad y la regulación de las emociones ayudan en procesos de orientación vocacional y profesional.
El aforismo griego "conócete a ti mismo" inscrito en el templo de Apolo cobra una gran importancia en la etapa adolescente ya que, a través de la inteligencia emocional le va a permitir desarrollar competencias socioemocionales, que incidirán, entre otros aspectos, en la toma de decisiones sobre su futuro. El hecho de tomar conciencia de las emociones que se esconden detrás de nuestras decisiones es fundamental de cara a realizar elecciones acertadas, que permitan obtener excelentes resultados y contribuyan al bienestar.
"Las autoridades educativas, las familias y los docentes tienen un rol muy importante en desarrollar las competencias emocionales y sociales de los niños. Estas competencias, juntamente con las cognitivas, son claves para el bienestar individual y el progreso social".
El reto principal que afrontan los estudiantes al final de su escolaridad es la elección entre unos estudios universitarios o un ciclo de Formación Profesional. Tomar decisiones es algo habitual en la vida de las personas. Todos los días, nos enfrentamos a situaciones que conllevan explícita o implícitamente un posicionamiento o una elección. En los centros educativos debemos enseñarles a diseñar metas profesionales de manera concreta, específica. Debemos ayudarles a cuantificar y analizar estas metas para poder corregir sus posibles desviaciones. Los estudiantes han de ser capaces de ponerse objetivos ambiciosos, pero factibles, ajustados a la realidad, relevantes y acordes con sus habilidades, capacidades y emociones. Deben tener en cuenta sus fortalezas personales y también un propósito de contribuir a hacer del mundo un lugar mejor. Además, han de ser construidos teniendo en cuenta una línea temporal, para evitar la procrastinación.
Cuando a los adolescentes se les pregunta sobre su futuro profesional, la pregunta no debería ser "¿qué quieren ser de mayores o a qué se quieren dedicar profesionalmente?, sino "¿qué tipo de persona quieren ser?". Con esta nueva pregunta estamos fomentando una respuesta emocional que requiere una educación emocional. La mirada se hace hacia dentro, se necesita un tiempo interior para ver cómo se siente la decisión. ¿Qué sentimientos se tienen cuando se piensa en ella? ¿Dónde se localiza la emoción que produce? ¿Cómo de cómodo se encuentra con ella? Cuando la respuesta es afirmativa, se les anima a seguir adelante con la decisión; si no, se vuelve a empezar el proceso hasta encontrar los objetivos que le guíen hacia el desarrollo personal y el bienestar. Solo nuestro yo más íntimo y personal sabe lo que nos conviene. Las emociones cuentan la verdad sobre nosotros, hablan claro y nos indican firmemente el camino. Tomar decisiones, ignorándolas, supone abocarnos al fracaso, la decepción y en ocasiones, al autoengaño.
Ahora bien, la educación socioemocional solo está presente, con programas específicos, en el 6% de los colegios en España. Contamos con directrices internacionales e investigaciones recientes a favor, también con el consenso mayoritario del profesorado de que existen nuevas necesidades del alumnado y que estas no pueden hacerse frente con los programas y currículos actuales. Sin embargo, son muchos los obstáculos que impiden su pleno desarrollo e implementación en los colegios e institutos. Por una parte, la legislación es inespecífica y ambigua. Habla de desarrollo integral del alumnado, pero no establece claramente las líneas de actuación que conducirían a ella, dejando toda la responsabilidad en el profesorado que, o bien adolece de formación en educación emocional o muestra escasa sensibilidad hacia el concepto.
Según un estudio de Criado (2008) "a falta de tres meses para formalizar su matrícula, más del 50% de los estudiantes españoles, que finalmente pasan la universidad, no sabe qué va a estudiar". Por otro lado, hay un 20% que se matricula en titulaciones universitarias no deseadas, lo que ocasiona los abandonos académicos originados en la desorientación vocacional (Alonso y Lobato, 2005). O, como apunta Honoré (2008), muchos jóvenes abandonan sus estudios porque descubren que la carrera elegida no tiene sentido para ellos.
Los adolescentes no han nacido emocionalmente inteligentes. Tienen que aprender a serlo. Los colegios y los institutos conforman el espacio perfecto para que puedan desarrollar la inteligencia emocional a través de las relaciones que entablan con los demás y del conocimiento de ellos mismos, siempre que se cuente con programas y guías adecuados.
En el informe de la Unesco, elaborado por Jacques Delors (1996), se dice que la educación debe apoyarse en 4 pilares básicos: aprender a saber, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos. Hasta ahora, los centros educativos se han centrado exclusivamente en "aprender a saber" y "aprender a hacer", interviniendo en "aprender a vivir juntos", de manera puntual y como resultado de conflictos entre estudiantes, e ignorando el "aprender a ser". Esto, aparentemente, se contradice con las leyes educativas actuales, que presentan un paradigma de la educación donde se considera que el objetivo principal del sistema educativo es lograr el desarrollo integral de los estudiantes.
En una de las investigaciones de la OCDE, en el año 2015, se comprobó la importancia y la necesidad de la educación emocional en los niños y jóvenes, y se promovieron políticas y guías para su implantación en los colegios y entre los docentes. En el informe How to Foster social and emotional skills (2015), se indica cómo las autoridades educativas, las familias y los docentes tienen un rol muy importante en desarrollar las competencias emocionales y sociales de los niños. Estas competencias, juntamente con las cognitivas, son claves para el bienestar individual y el progreso social.