Todos sabemos que la digitalización y la automatización están ya, a día de hoy, cambiando la realidad del mercado laboral. También habremos escuchado hablar de la "uberización" del trabajo. En la mezcla de ambas tendencias es donde parece que se están perfilando las nuevas modalidades de empleo.
Para visualizar estas dos realidades, solo hay que ver cómo en unos pocos años hemos pasado de pedir una pizza por teléfono a hacerlo desde una aplicación sin tener que hablar con nadie. Lo mismo que hablamos de pizzas, hablamos de taxis, de vacaciones, de hoteles o casi cualquier cosa que se nos ocurra. Aquí vemos la digitalización y automatización de procesos de manera clarísima e imparable.
El concepto de "uberización" quizás esté menos claro y es, que conste en acta, la forma despectiva de llamarlo. Si preguntas en Silicon Valley, allá donde están todos esos simpáticos gurús informáticos que empezaron sus empresas tecnológicas en garajes seguramente definan esta modalidad de empleo como gig economy, que traducido significa algo así como la "economía del bolo", en referencia a los conciertos, películas, o espectáculos por los que cobran los artistas. Un grupo de música, por ejemplo, cobra (cuando lo hace) por el concierto que va a dar, no está en nómina del ayuntamiento que le contrata. Una actriz de teatro cobra por el número de funciones de la obra que va a hacer, y cuando se acaban, ella deja de cobrar. Pues aquí hablamos de lo mismo: la gig economy o la "uberización", como queramos llamarlo, propone contratar a los profesionales por tareas o proyectos concretos, sin necesidad de tenerlos en nómina.
Este modelo, favorece sin duda la flexibilidad de las empresas para adaptarse a la realidad, muy real, de la que hablan los entornos VICA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos). Es esta nueva realidad en la que las cosas han dejado de ser previsibles, aparecen constantemente problemas nuevos y antes de que nos hayamos dado cuenta, han mutado. Es la realidad del COVID-19, de las crisis que se globalizan y hacen que la luz suba sin límite, eso que dicen de que el mundo está loco y que solo nos falta una invasión alienígena para rematar. Las empresas que utilizan la gig economy pueden adaptarse mejor porque no tienen grandes plantillas, sino que funcionan con una red de colaboradores externos con los que, en el caso de algún imprevisto, no tienen mayor responsabilidad que la que les obliga el contrato por ese proyecto o tarea concreta. De esta forma, las empresas pueden funcionar con mínimos de plantilla estructural, reducir costes, ofrecer mejores servicios y/o precios, generar más ingresos y por tanto, pagar mejor a sus empleado/as y colaboradores/as.
A las personas trabajadoras la gig economy se les ofrece la posibilidad de trabajar en remoto desde donde quieran, trabajar cuanto y cuando quieran. Pueden convertirse en esa o ese joven trabajador o trabajadora que está trabajando con su portátil en la playa con un daikiri. Hasta aquí la teoría, porque está la opción de la playa, o, volviendo al ejemplo de la pizza pedida a través de la aplicación, convertirse en un/a repartidor/a con su propia bici, que elige cuándo, por cuánto tiempo y en qué restaurante va a ponerse a esperar a que le entre un pedido.
Esta nueva forma de contratar personas, de la que podríamos discutir si realmente es nueva o no, de momento y sin que sirva de precedente, está afectando a los dos polos del mercado laboral: por un lado, a las personas con menor cualificación a las que les surge la opción de ponerse de repartidor/a o conductor/a de un Uber y por el otro, a profesionales altamente preparados, principalmente de las ramas tecnológicas, con el daikiri en una mano y el billete de avión a la playa en la otra. Mientras que quienes estamos en medio vemos cómo el cerco se va estrechando.
La diferencia radica en que si te toca ser la persona del portátil en la playa, que cobra muy bien porque lo que hace tiene mucha demanda y poca oferta, podrás permitirte elegir los proyectos que más te convenzan y trabajar cuando y donde quieras e imponiendo tus condiciones económicas. Si por el contrario te toca esperar con tu bici en el restaurante, es muy probable que lo que experimentes sea una inestabilidad absoluta de trabajos e ingresos y tengas que pegarte con el resto de las personas en tu misma situación por ver quién hace más, durante más tiempo, por menos dinero.
Sin pretender entrar a valorar esta nueva modalidad y teniendo en cuenta que la realidad es, de momento, esta, ¿Cómo hacemos para acercarnos más al daikiri y menos a la inestabilidad de ingresos? Pues la respuesta es la habitual: o bien aprendemos a hacer cosas que un algoritmo no puede hacer, o bien empezamos a trabajar con algoritmos. Habilidades de liderazgo y gestión de personas, de proyectos, resolución de conflictos, creatividad, son cosas que, de momento, los algoritmos no saben hacer. Ahora bien, entre más control tengamos sobre los algoritmos o al menos de los software que están detrás de prácticamente todo, más cerca estaremos del daikiri.
Lo que está claro es que no podemos relajarnos ni quedarnos atrás. Debemos ponernos las pilas y dominar la tecnología, cada uno al nivel que le toque, bien sea abriendo una primera cuenta de e-mail y haciendo un curso de ofimática básica, o bien sea aprendiendo a programar en algún lenguaje básico. Debemos de empezar a dar pasitos hacia un mayor control y una mayor autonomía digital. Cuanto más dominemos la tecnología, mayores y mejores oportunidades laborales tendremos y más cerca de la playa y del daikiri, o de la versión más cercana posible.
Este artículo ha sido elaborado por Adrián Bilbao, responsable de Formación Profesional para el empleo en Fondo Formación Euskadi.
Para visualizar estas dos realidades, solo hay que ver cómo en unos pocos años hemos pasado de pedir una pizza por teléfono a hacerlo desde una aplicación sin tener que hablar con nadie. Lo mismo que hablamos de pizzas, hablamos de taxis, de vacaciones, de hoteles o casi cualquier cosa que se nos ocurra. Aquí vemos la digitalización y automatización de procesos de manera clarísima e imparable.
El concepto de "uberización" quizás esté menos claro y es, que conste en acta, la forma despectiva de llamarlo. Si preguntas en Silicon Valley, allá donde están todos esos simpáticos gurús informáticos que empezaron sus empresas tecnológicas en garajes seguramente definan esta modalidad de empleo como gig economy, que traducido significa algo así como la "economía del bolo", en referencia a los conciertos, películas, o espectáculos por los que cobran los artistas. Un grupo de música, por ejemplo, cobra (cuando lo hace) por el concierto que va a dar, no está en nómina del ayuntamiento que le contrata. Una actriz de teatro cobra por el número de funciones de la obra que va a hacer, y cuando se acaban, ella deja de cobrar. Pues aquí hablamos de lo mismo: la gig economy o la "uberización", como queramos llamarlo, propone contratar a los profesionales por tareas o proyectos concretos, sin necesidad de tenerlos en nómina.
Este modelo, favorece sin duda la flexibilidad de las empresas para adaptarse a la realidad, muy real, de la que hablan los entornos VICA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos). Es esta nueva realidad en la que las cosas han dejado de ser previsibles, aparecen constantemente problemas nuevos y antes de que nos hayamos dado cuenta, han mutado. Es la realidad del COVID-19, de las crisis que se globalizan y hacen que la luz suba sin límite, eso que dicen de que el mundo está loco y que solo nos falta una invasión alienígena para rematar. Las empresas que utilizan la gig economy pueden adaptarse mejor porque no tienen grandes plantillas, sino que funcionan con una red de colaboradores externos con los que, en el caso de algún imprevisto, no tienen mayor responsabilidad que la que les obliga el contrato por ese proyecto o tarea concreta. De esta forma, las empresas pueden funcionar con mínimos de plantilla estructural, reducir costes, ofrecer mejores servicios y/o precios, generar más ingresos y por tanto, pagar mejor a sus empleado/as y colaboradores/as.
A las personas trabajadoras la gig economy se les ofrece la posibilidad de trabajar en remoto desde donde quieran, trabajar cuanto y cuando quieran. Pueden convertirse en esa o ese joven trabajador o trabajadora que está trabajando con su portátil en la playa con un daikiri. Hasta aquí la teoría, porque está la opción de la playa, o, volviendo al ejemplo de la pizza pedida a través de la aplicación, convertirse en un/a repartidor/a con su propia bici, que elige cuándo, por cuánto tiempo y en qué restaurante va a ponerse a esperar a que le entre un pedido.
"A las personas trabajadoras la gig economy se les ofrece la posibilidad de trabajar en remoto desde donde quieran, trabajar cuanto y cuando quieran".
Además de esto en España, tengámoslo presente, la forma tradicional de ajuste de las empresas es el despido de trabajadores/as, lo vemos en cada crisis económica que padecemos. Esta modalidad de empleo de la que hablamos sigue en la misma línea, aunque en lugar de despedir, las empresas no tendrían más que no renovar contratos de sus colaboradores. Habrá que ver cómo se las apaña el gobierno actual, dentro de esa derogación o modificación de la reforma laboral de 2021, para reducir la temporalidad de los contratos en estos tiempos VICA y con la gig economy acechando.
Esta nueva forma de contratar personas, de la que podríamos discutir si realmente es nueva o no, de momento y sin que sirva de precedente, está afectando a los dos polos del mercado laboral: por un lado, a las personas con menor cualificación a las que les surge la opción de ponerse de repartidor/a o conductor/a de un Uber y por el otro, a profesionales altamente preparados, principalmente de las ramas tecnológicas, con el daikiri en una mano y el billete de avión a la playa en la otra. Mientras que quienes estamos en medio vemos cómo el cerco se va estrechando.
La diferencia radica en que si te toca ser la persona del portátil en la playa, que cobra muy bien porque lo que hace tiene mucha demanda y poca oferta, podrás permitirte elegir los proyectos que más te convenzan y trabajar cuando y donde quieras e imponiendo tus condiciones económicas. Si por el contrario te toca esperar con tu bici en el restaurante, es muy probable que lo que experimentes sea una inestabilidad absoluta de trabajos e ingresos y tengas que pegarte con el resto de las personas en tu misma situación por ver quién hace más, durante más tiempo, por menos dinero.
Sin pretender entrar a valorar esta nueva modalidad y teniendo en cuenta que la realidad es, de momento, esta, ¿Cómo hacemos para acercarnos más al daikiri y menos a la inestabilidad de ingresos? Pues la respuesta es la habitual: o bien aprendemos a hacer cosas que un algoritmo no puede hacer, o bien empezamos a trabajar con algoritmos. Habilidades de liderazgo y gestión de personas, de proyectos, resolución de conflictos, creatividad, son cosas que, de momento, los algoritmos no saben hacer. Ahora bien, entre más control tengamos sobre los algoritmos o al menos de los software que están detrás de prácticamente todo, más cerca estaremos del daikiri.
Lo que está claro es que no podemos relajarnos ni quedarnos atrás. Debemos ponernos las pilas y dominar la tecnología, cada uno al nivel que le toque, bien sea abriendo una primera cuenta de e-mail y haciendo un curso de ofimática básica, o bien sea aprendiendo a programar en algún lenguaje básico. Debemos de empezar a dar pasitos hacia un mayor control y una mayor autonomía digital. Cuanto más dominemos la tecnología, mayores y mejores oportunidades laborales tendremos y más cerca de la playa y del daikiri, o de la versión más cercana posible.
Este artículo ha sido elaborado por Adrián Bilbao, responsable de Formación Profesional para el empleo en Fondo Formación Euskadi.