Las noticias falsas o mejor conocidas por su término inglés fake news no son un fenómeno nuevo. Aunque existen claros ejemplos de manipulación o simplificación de la verdad a lo largo de la historia, las noticias falsas comienzan a convertirse en un serio problema con la consolidación de la prensa amarillista o sensacionalista durante el siglo XIX.
En 1898, cuando Cuba todavía pertenecía a España, se produce el hundimiento del buque estadounidense USS Maine en el puerto de La Habana. Aunque no se aclaró la causa –una investigación 70 años más tarde descubrió que fue un accidente–, el dueño del New York Journal, William Randolph Hearst, acusó a España de haber atacado a la flota de Estados Unidos y azuzó a la opinión pública para justificar la guerra que acabó con la independencia de la isla. La prensa sensacionalista influyó de forma decisiva en el inicio del conflicto y ha sido determinante en las guerras posteriores que se desencadenaron durante el siglo XX.
Actualmente, las redes sociales son una herramienta perfecta para la difusión de información y todo usuario puede opinar sobre una cuestión determinada, independientemente de la formación que tenga al respecto. Nadie controla o no se debería controlar lo que se publica o deja de publicar –en esto se fundamenta la libertad de expresión–, y son mucho más eficaces y ágiles en la propagación de las noticias falsas que los medios de comunicación tradicionales.
Según el último informe de Digital News Report, el 67% de los internautas españoles está preocupado por la desinformación, especialmente la que circula a través de redes sociales como WhatsApp. A ello hay que sumarle un hecho aún más desconcertante: las noticias falsas se difunden con más agilidad y rapidez que las verdaderas, según el estudio The spread of true and false news online, publicado en la revista Science. Este fenómeno, además, se agudiza cuando vivimos situaciones desconocidas o de crisis. Después del primer confinamiento, las noticias falsas aumentaron más de un 50%.
Aunque la democracia fomenta el espíritu crítico que ayuda a discernir entre noticias verdaderas y falsas, la libertad que se permite en las redes hace que las fake news tengan más oportunidades de viralizarse entre la opinión pública. La democracia presupone que todos los ciudadanos tienen la capacidad crítica para valorar la credibilidad de un contenido. Por eso, este sistema de gobierno siempre ha insistido en la importancia de la educación, para que todos los individuos cuenten con la autonomía suficiente para valorar a sus representantes políticos y criticar el poder.
En 1898, cuando Cuba todavía pertenecía a España, se produce el hundimiento del buque estadounidense USS Maine en el puerto de La Habana. Aunque no se aclaró la causa –una investigación 70 años más tarde descubrió que fue un accidente–, el dueño del New York Journal, William Randolph Hearst, acusó a España de haber atacado a la flota de Estados Unidos y azuzó a la opinión pública para justificar la guerra que acabó con la independencia de la isla. La prensa sensacionalista influyó de forma decisiva en el inicio del conflicto y ha sido determinante en las guerras posteriores que se desencadenaron durante el siglo XX.
Actualmente, las redes sociales son una herramienta perfecta para la difusión de información y todo usuario puede opinar sobre una cuestión determinada, independientemente de la formación que tenga al respecto. Nadie controla o no se debería controlar lo que se publica o deja de publicar –en esto se fundamenta la libertad de expresión–, y son mucho más eficaces y ágiles en la propagación de las noticias falsas que los medios de comunicación tradicionales.
Según el último informe de Digital News Report, el 67% de los internautas españoles está preocupado por la desinformación, especialmente la que circula a través de redes sociales como WhatsApp. A ello hay que sumarle un hecho aún más desconcertante: las noticias falsas se difunden con más agilidad y rapidez que las verdaderas, según el estudio The spread of true and false news online, publicado en la revista Science. Este fenómeno, además, se agudiza cuando vivimos situaciones desconocidas o de crisis. Después del primer confinamiento, las noticias falsas aumentaron más de un 50%.
Aunque la democracia fomenta el espíritu crítico que ayuda a discernir entre noticias verdaderas y falsas, la libertad que se permite en las redes hace que las fake news tengan más oportunidades de viralizarse entre la opinión pública. La democracia presupone que todos los ciudadanos tienen la capacidad crítica para valorar la credibilidad de un contenido. Por eso, este sistema de gobierno siempre ha insistido en la importancia de la educación, para que todos los individuos cuenten con la autonomía suficiente para valorar a sus representantes políticos y criticar el poder.
"La formación juega un papel crucial en la neutralización de la mentira".
La formación juega un papel crucial en la neutralización de la mentira. En este sentido, la vigilancia de las instituciones públicas no es sólo una cuestión que atañe a los medios de comunicación, sino a cada ciudadano. Según el periodista Marc Amorós, autor del libro ¿Por qué las fake news nos joden la vida?, el 80% de los usuarios recibe noticias falsas cada semana y más del 50% se cree alguna. Los medios de verificación o fact-chekers son muy útiles para orientar al ciudadano, pero no es suficiente. En IMF operamos en áreas de negocios que son muy sensibles a este tipo de noticias, como puede ser la biomedicina o la ciberseguridad. Por ello, una de las labores en las que siempre incidimos es en crear un abanico de fuentes de calidad para que los estudiantes tengan bien claro de dónde pueden extraer información de calidad.
Para valorar la credibilidad de una noticia es necesario, en primer lugar, aprender a argumentar e identificar las fortalezas y las debilidades de una idea. Los centros educativos pueden fomentar este aprendizaje imprescindible a través de la lectura, orientada por el profesor –puede parecer un elemento obvio, pero cada vez se lee menos–, y la redacción de ensayos, un ejercicio que permite al alumno identificar las ideas principales de una tesis, sus contradicciones y conclusiones. Con ello, se busca favorecer la racionalidad, el diálogo entre diferentes puntos de vista ante problemas que no tienen una única solución. Vivimos en un contexto en el que todo el mundo opina y tiene derecho a opinar, y en el que cada uno siente la responsabilidad de avisar a los demás de las falsedades que encuentra.
Asimismo, los centros son cada vez más conscientes de un uso responsable del contenido digital, especialmente entre los más jóvenes. Son ya varias las iniciativas que se han desarrollado para combatir las noticias falsas y favorecer la capacidad crítica. Entre ellas, cabe destacar el proyecto (In)fórmate, una iniciativa de Google y la Fad que cuenta con el respaldo del Gobierno de España, con el fin de ayudar a los jóvenes a que puedan desenvolverse adecuadamente en el mundo mediático. Las actividades que plantean se basan en cuatro pilares: análisis de la información, capacidad de deducción y conclusión, evaluación de la información y producción de contenido propio.
Las fake news no desaparecerán. No todo el mundo dispone de las herramientas para saber la procedencia de las fuentes, para analizar la reputación de un periodista o para verificar si un vídeo ha sido manipulado o no. Sin embargo, sí sabemos que una sociedad bien formada reduce el riesgo de las noticias falsas y fomenta la pluralidad ante la complejidad en la que vivimos.