A simple vista, siempre se ha entendido que la orientación vocacional no era necesaria en la Formación Profesional, pues el alumnado se matriculaba en estas enseñanzas ya "orientado". Sin embargo, el estudio en el que he tenido el honor de participar y que recientemente ha publicado la Junta de Andalucía junto a la Universidad de Sevilla y la Fundación Bankia, titulado La orientación en la Formación Profesional andaluza: diagnóstico, retos y propuestas, ofrece datos alarmantes en cuanto al fracaso escolar. Este revela que en el primer curso de la Formación Profesional Básica y en los ciclos de Grado Medio se produce un alto porcentaje de no promoción (que no repetición) a segundo o bien un abandono definitivo al no conseguir la titulación. Asimismo, el cambio de especialidad una vez iniciado el ciclo es también alto y no solo dentro de la misma familia profesional, sino entre algunas muy diferenciadas, abundando aún más en el fenómeno que en alguna publicación he calificado como "nómada universitario" o "estudiante nómada", en este caso.
Parece evidente que estas circunstancias evidencian que falta una adecuada orientación vocacional en la Formación Profesional y, sobre todo, antes de iniciar esta etapa, es decir, en el momento de tomar decisiones. Sin embargo, entender la orientación como el asesoramiento que se produce en los momentos clave para hacer elecciones entre itinerarios resulta insuficiente para generar la calidad y el éxito que necesitamos en la Formación Profesional, ya que responde a un modelo de consulta que dista mucho del acompañamiento propio del modelo psicopedagógico con el que debe hacerse la orientación si quiere ser educativa.
La atención que requiere el alumnado para acertar en sus decisiones vocacionales nos sitúa en un modelo de atención psicopedagógica, de permanencia en centros por el que se comienza a trabajar la orientación vocacional junto al proyecto de vida desde el principio de la escolarización.
Es necesario desarrollar las habilidades de gestión de la carrera desde la Educación Infantil, ofreciendo un conocimiento del mundo de las profesiones como si de un juego se tratara, para que el niño y la niña se atribuya el rol y se sienta en "esos zapatos". Justo ahí es el momento de trabajar con más profundidad la prevención de la brecha de género entre profesiones. Aunque no lo digamos habitualmente, la diferenciación entre las profesiones femeninas y masculinas tiene su origen en estas primeras etapas en que los pequeños juegan a la imitación de roles profesionales. Es en estas etapas cuando asumen valores como el cuidado de las personas, la asunción de la peligrosidad y del riesgo físico, la manipulación de objetos, entre otras y los asocian a determinado género.
Decimos en orientación que es necesario educar a lo largo y ancho de la vida y lógicamente, tras la Educación Infantil hay que seguir acompañando al alumnado en las etapas de Primaria y Secundaria obligatoria en el diseño y desarrollo de su proyecto de vida, así como en el desarrollo de las habilidades de gestión de la propia carrera. Estas pasan no solo por saber a qué quiere una persona dedicar su vida, sino también a cómo actuar cuando las cosas no salen bien, es decir, a identificar las emociones, asumir errores, superar fracasos y a ilusionarse con nuevos proyectos.
Esta hermosa y transcendental tarea de acompañamiento no solo es responsabilidad de los profesionales de la orientación, sino que es una labor de equipo en la que es necesario orquestar el trabajo de los equipos docentes con el que hacen las familias, así como los agentes comunitarios que también influyen en el desarrollo de las niñas y niños, que después serán jóvenes. Coordinación de comunidades y de zonas que comparten recursos, una intervención coral donde nos jugamos algo tan importante como el bienestar de las nuevas generaciones y de la sociedad en su conjunto.
Es necesario recordar el alto nivel de frustración que conlleva el fracaso en los estudios del alumnado, no solo para ellos mismos, sino también para sus familias. Un fracaso económico por el que se han asumido los gastos de la formación, más lo que han dejado de percibir por no haber trabajado y haber invertido ese tiempo en una formación que no ha llegado a producirse. Además, es necesario recordar que el coste emocional del alumnado que abandona estudios es muy elevado y que muchos de ellos quedan más que nómadas, "errantes", por el sistema educativo, sin llegar a culminar ninguna cualificación.
La España moderna que queremos en el siglo XXI no puede seguir soportando el elevado coste del fracaso escolar y del abandono prematuro del sistema educativo, concepto que contrariamente a lo que se cree popularmente, no consiste en el número de personas que no consiguen el graduado, sino en el porcentaje que no han seguido estudiando tras graduarse, es decir, que no han obtenido una cualificación profesional entre los 18 y 24 años.
Lejos quedan los tiempos en que bastaba con tener el graduado para demostrar que se disponía de los conocimientos mínimos o de forma similar, de aprobar Bachillerato para garantizar que se dominaban más contenidos. El mundo en que vivimos cada día más líquido y complejo necesita de personas con cualificación y que además posean una rica formación complementaria, lo que se ha dado en llamar soft skills. Estas son mucho más que habilidades blandas, pues dotan a las personas de herramientas para hacer frente a las contingencias con las que seguramente se encontrarán en el desarrollo de su carrera profesional.
En conclusión, la orientación sí es necesaria, no solo en la etapa de Formación Profesional, ya que tras ella también continua el proyecto de vida y el deseo de seguir cualificándose, sino también a lo largo de todas las etapas de la vida. Desde una perspectiva educativa de acompañamiento en la Educación Infantil y Primaria, con modelos de orientación educativa basados en la coordinación zonal y en la permanencia de los orientadores en los centros, pasando por la prevención y el seguimiento personalizado del alumnado en la etapa de Secundaria. En esta etapa es necesario estar muy cercano a los estudiantes con más riesgo de abandono escolar para ofrecerles alternativas que bien pueden entenderse como una medida compensatoria y preventiva como es la Formación Profesional Básica.
Evidentemente, la orientación debe estar muy presente en el Bachillerato, ya que es una etapa tan propedéutica como orientadora en sí misma y que adquiere su sentido justo en la preparación del alumnado para estudios posteriores. De ahí que no se comprenda cómo sigue sin contemplarse en la nueva ley educativa que exista un tiempo destinado a la tutoría lectiva en esta etapa, por más que lo hemos solicitado los profesionales.
Orientación sí y siempre, y también cuando creemos que ya se han tomado las decisiones, porque siempre hay caminos por los que optar, especializaciones y posibilidades. Orientación también en la universidad, en las enseñanzas de régimen especial y en la tan olvidada educación de personas adultas. Ahí justamente en estas etapas, la orientación debe estar porque puede cambiar la determinación de una vida, el camino hacia un destino mejor.