Ante la pregunta que motiva este artículo, ¿el profesorado requiere formación específica para trabajar la educación emocional?", nuestra respuesta es un contundente sí. Las razones vienen dadas desde diversos lugares. Los estudios desde las neurociencias y la pedagogía[1] avalan la importancia de la educación emocional, tanto por su trascendencia en el desarrollo del pensamiento como por su valor en el proceso de aprendizaje.
Pretendemos en este artículo mostrar un factor que queda en ocasiones oculto, la salud emocional de los docentes, cómo es afectada por el desempeño del rol y cómo proponemos trabajarla, ya que consideramos es la piedra angular sobre la que descansa la educación emocional de los estudiantes.
¿Qué es la salud emocional?
Por salud emocional referimos al estado de bienestar psicológico general. Incluye la manera de sentirse hacia uno mismo, la calidad de los vínculos, la capacidad para manejar emociones y sentimientos y la forma de encarar las dificultades. La salud emocional no es solo la ausencia de enfermedad, implica capacidades y potencias, como la autoestima, la resiliencia, la capacidad de crear y mantener vínculos y la flexibilidad para adaptarse a los cambios, entre las más importantes.
Es primordial recalcar que salud emocional y salud corporal son dos caras de una misma moneda, como lo son mente y el cuerpo, tal como lo marcan los trabajos centrales de las neurociencias[2]. La emoción es una reacción del cuerpo, con una finalidad, no es buena o mala, simplemente es. Luego se puede calificar como "positiva" o "negativa", pero eso es a posteriori, en su esencia todas las emociones (ira, asco o alegría) son iguales, reacciones corporales frente a estímulos del medio, externo o interno. Entonces el cuerpo/mente está todo el tiempo sintiendo, pensando y haciendo, entre los estímulos que vienen de afuera y los que vienen de dentro, con un objetivo: lograr y mantener el más adecuado equilibrio, la homeostasis.
Educación emocional en los docentes
La educación emocional apunta al desarrollo de competencias emocionales que contribuyan a un mejor bienestar personal y social[3]. Repercute también en una mejora del proceso de aprendizaje curricular. Para poder enseñar algo es necesario poder tener un manejo de eso. A diferencia de lo que pasa con una materia curricular, la educación emocional implica más que un manejo teórico, involucra el manejo de las propias emociones y este punto no es trabajado en la formación curricular del docente. La importancia de este buen manejo es fundamental, ya que como indican las neurociencias, el aprendizaje requiere el modelado del otro. En el caso de aprender a regular mis emociones el modelo que me brinde el otro será "la lección" a aprender.
¿Qué hacemos? Quienes suscribimos este artículo, desde nuestras respectivas disciplinas (la pedagogía y la psicología del desarrollo) brindamos formación a docentes, de Educación Infantil, Primaria y Secundaria. En nuestra labor empezamos por la demanda del grupo, una demanda manifiesta de ayuda para abordar una dificultad, puede ser problemas de conducta, implementación de metodologías activas o problemas de coordinación con el monitoraje del comedor. Nuestra perspectiva sistémica nos impide quedarnos en esto. Entendemos al sistema docente-estudiante como un subsistema que participa de muchos otros sistemas. Pensamos que hacer el foco en el estudiante, o en el docente, acarrea no ver la impronta que marcan estos otros sistemas. A partir de esto realizamos un diagnóstico situacional, para inferir otros componentes que propician esa situación. Con esto evitamos caer en respuestas sintomáticas, esto es, enfocarse en el síntoma y no en la causa subyacente.
"La educación emocional implica más que un manejo teórico, involucra el manejo de las propias emociones y este punto no es trabajado en la formación curricular del docente".
Un caso para pensar
Para plasmar todos estos conceptos explicados anteriormente, veamos un caso concreto. En una de las últimas formaciones que realizamos antes del inicio de la pandemia, nos encontramos con la demanda manifiesta de ayuda para poder trabajar las relaciones conflictivas entre el alumnado.
Indagando más vimos que las herramientas y los esfuerzos utilizados por el cuerpo docente se mostraban fútiles. Frente a esto optamos por analizar el estado general del grupo docente, a la vez que les brindábamos herramientas puntuales en gestión no violenta del conflicto y un acercamiento a la psicopatología infantil, ya que esas eran las demandas iniciales. Para alcanzar este diagnóstico, realizamos pruebas que nos permitieran obtener la mirada más objetiva sobre el grupo y su estado.
Nuestra hipótesis de trabajo era que el grupo se hallaba en una situación de Burn-out, debida no sólo a las problemáticas del alumnado, sino también al poco apoyo institucional que reciben. Para corroborar nuestra hipótesis, aplicamos al grupo el Test de Figley, con el doble objetivo de medir el Burn-out y el desgaste por empatía.
Cómo afecta el Burn-out y el desgaste a los docentes
Estos temas llevan siendo conocidos y trabajados en el ámbito de la medicina desde los años 70 del siglo pasado. El Síndrome de Burn-out (SBO) fue el primero en desarrollarse y actualmente la OMS lo reconoce como enfermedad, tras el largo tiempo en que se ha estudiado. Optamos por utilizar además el constructo Síndrome de desgaste por empatía (SDPE, Figley, 2002), ya que es un término más general para describir el conjunto de la experiencia de agotamiento emocional y físico que los profesionales docentes experimentan debido al uso crónico de la empatía, tratando con personas que están atravesando dificultades y sufrimiento.
Lo anterior, combinado con los obstáculos burocráticos que existen, el estrés en la organización, las dificultades presupuestarias, etc., genera una experiencia de desgaste que ocurre de manera acumulativa a lo largo del tiempo. Implica, entre otras características, una serie de emociones y sentimientos negativos (la frustración, la rabia y la depresión), agotamiento físico y mental y pérdida de interés y motivación para llevar adelante su tarea. Se da en personas comprometidas, empáticas, implicadas y con sensibilidad, que tienen contacto con realidades humanas muy difíciles.
Estas características las presentan los docentes y consecuentemente, la propensión a sufrir de SDPE. Una vez realizado las pruebas los resultados fueron de un alto nivel de riesgo de SDPE y un alto nivel de riesgo de SBO.
Gráficamente podemos ver que el 58% de la muestra se encuentra en los grupos de riesgo alto y muy alto de SBO. En contrapartida sólo el 8,4% se halla en los grupos de riesgo bajo y muy bajo de SBO.
Si nos fijamos en el riesgo de SDPE un 54,2% de los docentes se encuentra en los grupos de riesgo alto y muy alto de SDPE, en tanto un 20,8% pertenece a las categorías baja y muy baja.
Estos resultados, si bien se obtuvieron de una muestra pequeña, coinciden con publicaciones de estudios similares realizados con muestras más amplias, tanto en Catalunya como en otras partes de España[4].
El grupo, la fortaleza de todos
A partir de los resultados anteriores trabajamos con ese grupo, no solo las herramientas de educación emocional que nos requirieron, sino también su propia salud emocional, ya que consideramos que sin una adecuada gestión emocional no puede darse el proceso de enseñanza emocional que solicitaban.
Apuntamos a la potencia del grupo, como reserva de salud, pero también como fuente de recursos. Nuestra propuesta de trabajo implica la creación de grupos de gestión del estrés, siguiendo el modelo de los grupos Balint. Este no es un grupo terapéutico (aunque puede tener efectos terapéuticos) es, con todo lo que esto implica, un espacio de reflexión.
En estos grupos, un coordinador coadyuva al grupo a encontrar los recursos para solventar los problemas, ya que la fuerza del grupo reside justamente en su diversidad. Lo que para uno de sus integrantes puede ser un problema insoluble, será resuelto por alguno de los miembros, o lo más frecuente, por la sumatoria de varias propuestas. Este hecho de co-creación, sumado al respaldo de los pares y la sensación de que lo sucede a cada integrante repercute en el grupo, son las claves de la potencia salutogénica de este encare. En el grupo, ninguno es tan fuerte como todos juntos.
En suma, quienes suscribimos este artículo afirmamos que la educación emocional es esencial para el desarrollo pleno del ser humano. Entendemos que es la acción más lógica por llevar adelante desde cualquier Estado, ya que repercutirá en una mejora de la calidad de vida de toda la población.
Problemáticas sociales diversas como violencia, consumos problemáticos o suicidio y otras no tan evidentes, pero con gran repercusión en nuestra salud como enfermedades cardiovasculares, diabetes y obesidad; así como la adhesión a cualquier tratamiento médico, requieren un adecuado manejo de las emociones.
La educación emocional desborda el ámbito educativo para participar en la prevención primaria en salud, la prevención de la violencia y la mejora en la calidad de vida. Sobre este punto descansa la convicción de nuestro trabajo como formadores.
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