- el estudio (de la gramática, la historia, etc.)
- el uso de la lengua escrita
- el aprendizaje memorístico
Esto es lo que se suele fomentar desde las aulas. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, con los enfoques estructuro-conductistas típicos del método inductivo (más centrado en procesos de estímulo-respuesta enfatizados por la retroalimentación y el refuerzo) se introducen ejercicios mecánicos, de repetición, que evitan un exceso de explicaciones teóricas previas, y que parten del supuesto de que los alumnos aprenden "automáticamente" tras haber realizado un número suficiente de ejercicios. Todos ellos se sustentan de modo general en:
- el aprendizaje como creación de hábitos
- el uso de la lengua oral
- la introducción del contexto
Finalmente, los enfoques por tareas, que se basan en la utilización de modelos contextualizados, el trabajo con documentos auténticos y el aprendizaje dentro de un sistema cultural integral, tuvieron también su entrada en nuestras aulas, pero de un modo más bien testimonial. La enseñanza ha seguido siendo, metodológicamente hablando, principalmente deductiva, con algunas trazas inductivas y pequeñas pinceladas de transversalidad descritas –más que incluidas– en el aprendizaje basado en competencias[2].
Sin embargo, nuestros estudiantes sí han cambiado su modo de aprender. Son nativos digitales: la tecnología es parte de su vida, como para nosotros lo era la luz eléctrica con respecto a la de nuestros abuelos y abuelas. Sus mentes no conciben un mundo no tecnologizado, como las nuestras no concebían que para lavarse hubiera que sacar agua de un pozo con una bomba de agua manual. El acto de aprender, como el de lavarse, sigue siendo en esencia el mismo, pero pretender que los nativos digitales aprendan por medio del estudio de libros de texto, de la memoria y de la repetición es casi como pedirles que saquen el agua de un pozo para lavarse.
"La enseñanza online favorece el acceso a los contenidos y las comunicaciones, facilita el aprendizaje cooperativo y el intercambio, y al mismo tiempo permite la individualización de la enseñanza-aprendizaje".
Adoptar un modelo de educación online, aun a causa de una pandemia, es una oportunidad de acercarse más a nuestros estudiantes adaptando la didáctica. Esta se ocupa, dentro de la Pedagogía, de establecer los procedimientos más apropiados para garantizar la transmisión de los conocimientos: técnicas, actividades, ejercicios, todo aquello que, en cada área, se entiende como metodología.
Ahora bien, aunque la didáctica en ambientes áulicos es bastante distinta de la que se aplica en ambientes virtuales, en ambos medios el educador, el conocedor de la materia y el experto en realizar la transposición didáctica (el proceso que va del "saber teórico" al "saber enseñado")[3], es el docente.
Lo que hemos visto estos días es que nuestros docentes, expertos sin duda en sus asignaturas y en la didáctica de las clases presenciales, de la noche a la mañana se han visto abocados a manejarse en esa otra didáctica online para la que no todos estaban preparados, dejando ver, además, su propia formación oculta: "las estrategias metodológicas y didácticas que se han ido sufriendo, experimentando y asimilando a lo largo de la propia biografía, a partir de la infancia, de los años de estudiante y que, cuando se es profesor o profesora, pueden aparecer de forma inconsciente".[4]
Al igual que ocurre con los estilos de aprendizaje, donde lo presencial favorece lo teórico y visual, esa formación oculta tradicional puede influir negativamente al abordar la enseñanza online. Sin olvidar lo más importante: en la modalidad online, el otro agente activo del proceso, el alumno, tiene que involucrarse libre y voluntariamente en su aprendizaje, lo cual se opone al modelo de nuestras aulas, basado en la autoridad y en la obligatoriedad.
La enseñanza a online consiste en un modelo "mediado", es decir, que utiliza el ordenador u otros dispositivos como medio de comunicación e intercambio de información entre personas: estudiantes y profesorado. Su éxito depende de cómo estén ambos involucrados, pero también de los materiales didácticos, y de un buen modelo pedagógico, basado en los principios de aprendizaje activo, colaborativo, autónomo, interactivo, integral, con actividades o tareas relevantes y creativas, y una evaluación continua y educativa.
Este modelo "mediado" de la enseñanza online favorece el acceso a los contenidos y las comunicaciones; facilita el aprendizaje cooperativo y el intercambio, y al mismo tiempo permite la individualización de la enseñanza-aprendizaje: el estudiante ve aumentada su autonomía y controla su propio ritmo y horario. Además, dado que el ordenador integra múltiples herramientas (textos, imágenes, vídeos, audios) el alumno puede desarrollar a la vez diversas habilidades a través de una gran variedad de ejercicios y actividades; estos admiten la repetición según las necesidades del estudiante sin presiones externas, y con ello reducen la inhibición, rebajan el miedo a intervenir y la ansiedad producida por el temor a cometer errores.
La tecnología permite correcciones y feedback inmediatos y personalizados. Pero también presenta ciertos riesgos: la dispersión, la sensación de soledad y la de que el esfuerzo que debe hacerse es excesivo. El docente debe velar por minimizar esos riesgos, tanto en grupo como individualmente: también para él supone un esfuerzo nada desdeñable. Pasa a ser facilitador, orientador, supervisor, moderador, examinador, motivador, evaluador, e incluso técnico de soporte. Dispone de enorme libertad a la hora de poner ejemplos, dar explicaciones, aclarar dudas, crear itinerarios didácticos, proponer tareas o debates, etc. No obstante, esa libertad no se aviene con la rigidez de las programaciones de aula y los libros de texto, ni es fácil dar continuidad y seguimiento a lo que se venía haciendo en clase en una plataforma online. El paso del aprendizaje en las aulas al online durante el confinamiento no supone el paso del modelo presencial al virtual.
Una crisis como la que estamos viviendo a causa de la pandemia de COVID-19 desde que se produjo el cierre de los colegios sin que hubiera, por parte de las autoridades educativas, tiempo suficiente para poder establecer directrices o elaborar un mínimo plan de acción, nos confronta precisamente con aquello que no es esencial para poder realizar acciones tan elementales como lavarse o aprender.
Yendo, pues, a lo esencial, en cualquiera de sus modalidades el proceso de enseñanza-aprendizaje consiste en un intercambio de información y habilidades entre personas (en el que, si es a distancia, debemos tener muy presente la brecha digital que existe aún en el alumnado). Dichas personas son en gran parte estudiantes en una etapa de escolarización obligatoria, y profesorado poco experto en el manejo de medios virtuales; y la información que han de intercambiarse viene contenida, básicamente, en libros de texto. Difícil tránsito.
Cómo adaptar la enseñanza obligatoria presencial a un sistema online
Como docente con muchos años de experiencia en ambientes virtuales, tuve muy claro desde un principio que el objetivo no podía ser un cambio en el paradigma educativo, sino continuar, como fuera posible y manteniendo pautas parecidas de trabajo, el curso presencial interrumpido por una angustiosa emergencia sanitaria. A apenas un trimestre del final del año académico, ¿qué se puede hacer para adaptar la enseñanza obligatoria presencial a un sistema online?
La tentación, y lo más fácil, hubiera sido poner tareas y dejar que cada estudiante se hiciera cargo por un tiempo de su formación como autodidacta: continuar avanzando en solitario, cada uno con sus textos, separado y en casa. Muchos profesores lo planificaron así en las dos primeras semanas de confinamiento. Pero al ampliarse el periodo de alarma se vio la necesidad de avanzar contenidos y evaluarlos.
"La tecnología aplicada a la educación permite correcciones y feedback inmediatos y personalizados. Pero también presenta ciertos riesgos: la dispersión, la sensación de soledad y la de que el esfuerzo que debe hacerse es excesivo. El o la docente debe velar por minimizar esos riesgos".
En una situación de confinamiento, los materiales en soportes físicos no resultan de utilidad para ello, porque no permiten la interacción. Lo prioritario, pues, era buscar un canal y un espacio para esa interacción. El último día de clase antes del cierre de los colegios había que tomar tres decisiones urgentes:
- Determinar el canal de comunicación. Tras cierta confusión inicial, de entre las múltiples posibilidades online, la mayoría de los docentes optó por la más simple: el correo electrónico. El solo hecho de pedir a los estudiantes anotar el email del profesor o profesora para facilitarle la cuenta de correo con la que fueran a trabajar esos días permitía lograr dos cosas importantes: la primera, mantener la interacción con todos y cada uno de los estudiantes desde el mismo día del cierre; y la segunda, que fuera el propio alumnado el que se involucrara, en lugar de tener que acudir a los listados oficiales de los colegios, donde lo que aparecen son las cuentas de casa o de los trabajos de los padres y madres.
- Fijar el espacio de reunión que sustituya al aula, es decir, crear una comunidad virtual que permita mantener la cohesión de los grupos, la participación de todo el alumnado y un cierto ambiente de seguridad y, en lo posible, de "normalidad" (sin olvidar lo angustioso de la situación sanitaria). El tablón de una plataforma virtual (ya pública, como EducaMadrid, y de libre acceso, como Classroom o Moodle) sirve como "pizarra" donde realizar prácticas comunes. Por último, en un centro educativo hay "pasillos", "patios de recreo" o "cantinas". Es tarea del docente procurar, en lo posible, que la comunicación del alumnado con él sea lo más parecida a esas breves entrevistas de pasillo (para explicar por qué no han podido entregar una tarea a tiempo o acceder al aula virtual por unos días) de forma privada; así como para favorecer momentos de distensión en el grupo, como los que se producen entre los cambios de clase, o en el patio. Un aula virtual no es un jocoso chat grupal, pero debería canalizar también fórmulas para el descanso, la distensión y la jovialidad en el grupo.
- Establecer los recursos didácticos. Dar continuidad al trabajo de clase utilizando los libros de texto habituales sería lo obvio, pero ¿los tendrían todos los alumnos? ¿Habrán tenido tiempo de llevarlos consigo o estarían las cajoneras y taquillas llenas de fotocopias, manuales, cuadernos y libros abandonados en la estampida? Y aunque la mayoría los tuviera consigo, habría un porcentaje de estudiantes a los que el estado de alarma hubiera dejado confinados en segundas residencias o pueblos, o con sus progenitores no custodios en los casos de separación familiar, algunos podrían estar enfermos…
Ante tal abanico de posibilidades, lo más razonable es unificar y hacer uso de materiales específicos para esa situación, fáciles de manejar, responder y evaluar. Porque no se trata de un problema de contenidos, de tan fácil acceso en Internet: los datos se hallan a un clic de cada mano. Se trata de salvar lo esencial: personas que se reúnen para pensar, colaborar, compartir información. Se trata del debate, de las risas, de las bromas. Eso es lo que estamos aprendiendo a valorar en estos tiempos de confinamiento.
[1] Según los contenidos del programa Formación Online de Tutores de Español (FONTE: 7§2).
[2] Orden ECD/65/2015, de 21 de enero, por la que se describen las relaciones entre las competencias, los contenidos y los criterios de evaluación de la Educación Primaria, la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato.
[3] Contenidos del programa Formación Online de Tutores de Español (FONTE: 7§2).
[4] J. Díaz-Corralejo (2004): Aportaciones de la Didáctica de las lenguas y las culturas. En Vademécum para la formación de profesores. Madrid, SGEL.