Esta es una de las consecuencias de la disrupción tecnológica asociada a la cuarta revolución industrial, en la que ya nos encontramos, y que va a provocar cambios muy importantes en los puestos de trabajo, las profesiones, las empresas, las cualificaciones, el consumo, la inversión, en definitiva, la forma de vivir de la humanidad.
Desde esta perspectiva, los especialistas insisten en que si resulta necesario dotar a los estudiantes de conocimientos técnicos que, sin embargo, se verán sometidos a rápidos procesos de obsolescencia por el rápido avance de las tecnologías, también es imprescindible introducir el aprendizaje de las denominadas habilidades transversales o soft skills, que precisamente son las que tienden a permanecer por más tiempo y ayudan a las personas a hacer frente con éxito a los retos cambiantes del mundo laboral.
Con frecuencia se tiende a pensar que estas habilidades deben formar parte de los procesos de formación asociados al ámbito laboral, cuando las personas acaban los estudios obligatorios y que no se deben incluir en las etapas educativas. Pero esta idea no es acertada en los tiempos que nos toca vivir. Al actuar de este modo, se pierde para los y las jóvenes un período largo, de cerca de 12 años, en el que se van formando, adquiriendo conocimientos técnicos que podrían ser complementados con el aprendizaje y puesta en valor de las soft skills.
Por todo ello, no cabe duda de que es muy importante que los estudiantes reciban orientación académica y profesional desde la Educación Infantil y Primaria, cuando descubren cómo son y qué es lo que realmente les gusta. De esta forma pueden empezar a relacionar sus capacidades con las profesiones que aparezcan, de modo que ello sirva para realizar una gestión eficiente de su carrera profesional en el futuro.
No obstante, todo cambia. Y como las oportunidades de empleo y de vida van a experimentar transformaciones muy destacadas en los próximos años, es evidente que los objetivos, métodos e instrumentos que se utilizan por la orientación académica y profesional deben adaptarse a los nuevos retos. Básicamente, se necesita un nuevo enfoque, distinto del actual, para el que las experiencias y resultados de los procesos existentes van a servir de poco, ya que se tendrá que dar respuesta a necesidades nuevas y hasta ahora no planteadas.
En alguna ocasión, hemos señalado que este enfoque pasa por situar a la orientación profesional, académica y laboral, como eje principal de los procesos de aprendizaje de las personas. Este reconocimiento se debe producir desde el más alto nivel en el diseño de las políticas públicas en el ámbito ministerial competente, hasta el ámbito más pequeño de los equipos docentes en los centros educativos. El orientador profesional debe asumir un papel fundamental en los nuevos tiempos, y acorde con ello definir nuevos métodos de trabajo.
"Es muy importante que los estudiantes reciban orientación académica y profesional desde la Educación Infantil y Primaria, cuando descubren cómo son y qué es lo que realmente les gusta".
La orientación educativa o académica, por ejemplo, en las distintas etapas, debe orientar sus intervenciones para dar más apoyo a las soft skills que deben adquirir los alumnos y valorar su esfuerzo, no solo por los resultados académicos en el aprendizaje de los contenidos técnicos y las materias obligatorias, sino en el desempeño en las nuevas competencias asociadas al ámbito laboral. En ello, los orientadores y las orientadoras deberán colaborar activamente en el diseño de nuevas pruebas de evaluación continua que permitan detectar los progresos en la adquisición de soft skills por los alumnos y las alumnas, incluso desde edades tempranas, y adoptar las medidas necesarias, en su caso, con el apoyo de toda la comunidad educativa.
Para conseguir este objetivo, hay que acercar a los centros educativos el ámbito del mundo real en el que aflora la cualificación profesional, es decir, el entorno productivo, la actividad real de las empresas. Los orientadores y las orientadoras son los que deben conseguir una mayor visibilidad de las empresas y organizaciones en el ámbito educativo, para que los estudiantes, desde edades muy tempranas, vean cómo se facilita la adquisición de las nuevas capacidades que les permitirán desarrollarse en el nuevo escenario de disrupción tecnológica.
Pero es conveniente tener en cuenta que, dada la magnitud del esfuerzo a realizar, no se podrá garantizar este aprendizaje tan solo mediante una relación más estrecha de los centros educativos con las empresas, sino también habrá que dar entrada al entorno tecnológico online, para que permita que los estudiantes, desde edades muy tempranas, se familiaricen con las habilidades blandas, las aprendan y las pongan en práctica de forma sencilla, de modo que sea posible la posterior evaluación de los procesos por los orientadores profesionales. Los portafolios digitales aparecen como una solución para mostrar el resultado de los trabajos de los alumnos y las alumnas que demuestran sus logros tanto en la escuela como en el ámbito externo, con metodologías como el open badge[1].
La orientación deberá introducir metodologías activas y prácticas, para otorgar al estudiante el papel de protagonista, ofreciendo todo tipo de opciones de aprendizaje por proyectos o problemas, y todo ello enfocado a la adquisición de unas competencias que serán necesarias para el progreso personal. De igual modo, los orientadores y las orientadoras tendrán que introducir nuevos métodos de evaluación. La autoevaluación va a jugar un papel principal en el nuevo modelo, haciendo que los estudiantes conozcan bien sus puntos débiles y fuertes, lo que propicia las competencias de autonomía.
Profesorado y profesionales de la orientación deberán trabajar conjuntamente para afrontar los nuevos retos. Los docentes deben jugar un papel fundamental en la trasmisión efectiva de las soft skills a sus alumnos, incorporando las mismas en los contenidos curriculares. Y, sobre todo, fruto de esa colaboración con los orientadores y las orientadoras, será el diseño de que competencias, conocimientos y valores que se deben enseñar en cada etapa de la educación, desde la Infantil a la Primaria.
Desde esta perspectiva, se puede afirmar que a los profesionales de la orientación en la Educación Infantil y Primaria corresponde, en buena medida, que los estudiantes de este siglo sean capaces de convivir de forma pacífica con los robots, de sacar el máximo provecho a la Inteligencia Artificial o a las aplicaciones múltiples de Internet de las Cosas, avances que se van a materializar en los próximos años. Y ello hacerlo con suficiente capacidad de comunicación y organización, de trabajo en equipo, de desarrollo del pensamiento crítico, despliegue de habilidades sociales y automotivación para ser creativos, adaptables, amables, y por supuesto, puntuales, entre otras soft skills que se pueden aprender y desarrollar.