Esta concepción, contemplada en los manuales clásicos sobre la materia, es suficiente, pero no del todo. La razón es que cualquier proceso educativo, y por extensión social, debe dirigirse a la totalidad de un alumnado que es en realidad muy diverso. Hablamos de las barreras y potencialidades de aprendizaje, en el nuevo marco teórico y aplicado de la inclusión educativa, que viene a modificar el anterior paradigma de la integración para realzar la capacidad y posibilidad que tiene cualquier organización o sistema, en este caso el educativo, para romper sus límites abriendo su oferta y servicios a todo tipo de alumno y alumna. Si anteriormente eran estos, los estudiantes con barreras de aprendizaje, con necesidades específicas de apoyo, los que estaban obligados a hacer un esfuerzo por adentrarse en los beneficios de la sociedad mediante el acceso a la educación, sanidad, cultura, etc., el modelo inclusivo actual revierte la situación. Ahora es el sistema educativo el que contempla un currículo y unas medidas de inclusión acordes con la multiplicidad de situaciones y barreras del alumnado. La inclusión educativa viene a enfatizar y hacer real más si cabe el principio de igualdad que preconizan las Leyes Educativas.
"Nuestro reto como orientadores y orientadoras es, pues, deshacer la madeja de mensajes interiorizados del alumnado para impulsar sus anhelos, potencialidades y transformar su barrera en un simple obstáculo que se sortea en la carrera hacia un futuro abierto y lleno de posibilidades".
Lo que condiciona que personas en riesgo de exclusión accedan a la orientación
El riesgo de exclusión social, como barrera del aprendizaje, condiciona el acceso a los servicios de orientación académica y profesional por varios motivos. A nuestro entender, el más importante y en el que nos vamos a detener, es de índole ética y cognitiva a la vez, y se relaciona con los valores y las expectativas de las familias o sistema familiar que rodea al alumno o alumna.
Algunos padres y madres de estratos en riesgo de exclusión social muestran, con cierta frecuencia, una falta de interés y motivación por los estudios de sus hijos e/o hijas, que se traduce en la baja expectativa hacia su realización personal en el sistema educativo. Este fenómeno, observable en el trabajo cotidiano, impide que los estudiantes depositen autoconfianza en sus posibilidades y esfuerzo, y podríamos esperar de ellos fenómenos cognitivos derivados como un locus control determinado o un estilo atribucional ineficaz. Debemos ser cautos, no obstante, no generalizar y no llegar a conclusiones deterministas a partir de unos datos que únicamente correlacionan, y no siempre.
Cuando este alumnado, con una barrera de aprendizaje tan férrea y envolvente, como puede llegar a ser el riesgo de exclusión social, accede a los servicios de orientación académica y profesional, tenemos la oportunidad y posibilidad de lograr uno de los mayores retos y satisfacciones de cualquier educador: el de llevar a cabo un esfuerzo que, por mínimo que parezca, va a redundar en una forma de transformación social positiva. Son alumnos y alumnas que posiblemente hayan escuchado un cierto número de veces mensajes distorsionados en relación con sus aspiraciones académicas y profesionales. A todos y todas, el sistema, los sistemas que nos rodean nos lanzan mensajes a veces distorsionados, pero en el caso de las personas con riesgo de exclusión social, la distorsión procede de una experiencia no siempre positiva con la "sociedad de las oportunidades".
Nuestro reto como orientadores y orientadoras es, pues, deshacer la madeja de mensajes interiorizados del alumnado en riesgo de exclusión social para impulsar sus anhelos y potencialidades, y transformar su barrera en un simple obstáculo que se sortea en la carrera hacia un futuro abierto y lleno de posibilidades.