Una educación inclusiva, equitativa, de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje para todos y todas, es la función clave del orientador/a en estos momentos. Ahora bien, se trata de una tarea sumamente compleja que necesita de múltiples recursos de naturaleza diversa: funcionales, organizativos, curriculares, personales, etc. para atender a un amplio abanico de situaciones en las que el alumnado requiera algún tipo de apoyo, transitoriamente o a lo largo de toda su escolaridad.
Ahora bien, algunas de las reflexiones que el orientador/a dentro de sus funciones de asesoramiento y de formador de formadores debería de plantear al claustro de profesores para realizar en los centros escolares cambios en la cultura y las prácticas educativas desde la integración a la inclusión, es que estos deberían de iniciarse teniendo en cuenta algunos de los siguientes indicios:
- Cuestionar nuestras creencias profesionales y prácticas educativas para reflexionar sobre si lo que estamos haciendo está posibilitando la inclusión. Los docentes resignifican, interpretan y construyen su saber profesional, a través de procesos de reflexión en la acción y reflexión sobre la acción. La reflexión sobre la práctica se convierte en el motor para ser consciente de lo que tenemos que continuar haciendo porque lo hacemos bien y de lo que tenemos que ir cambiando para convertirnos en mejores profesionales de la educación facilitadores de la inclusión.
- Conocer bien al estudiante, en cuanto cómo aprende, qué le motiva, qué intereses y necesidades tiene. Lo que el alumno o alumna aprenda debe tener sentido en su entorno, le tiene que ser útil y permitirle transferirlo a otras situaciones o experiencias.
- Descubrir y potenciar las peculiaridades y potencialidades que presenta cada alumno. Cada estudiante necesita ser el campeón de algo. Hay que ayudarle a descubrir sus virtudes y a partir de ahí potenciar todo lo demás.
- Adoptar propuestas metodológicas inclusivas basadas en redes conceptuales, enseñanza constructivista, diálogo socrático, significativo, de descubrimiento, conectivo, cooperativo, por proyectos, de resolución de problemas e investigación.
- Mirar y practicar la evaluación desde los ojos de la inclusividad. El éxito de la educación inclusiva radica en la evaluación. Un sistema de evaluación que no valore y respete las diferencias individuales sólo conduce a profundizar en la brecha de la desigualdad. La evaluación a estas alturas no puede tener la finalidad de clasificar o comparar a los estudiantes, sino tratar de identificar la ayuda y los recursos que necesitan para facilitar el proceso de enseñanza y aprendizaje. Además, la evaluación ha de entenderse como recurso para mejorar las oportunidades de aprendizaje.
"Una educación inclusiva, equitativa, de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje para todos y todas, es la función clave del orientador/a en estos momentos".
- Considerar el carácter flexible del currículum para adaptarlo a las características y necesidades de los estudiantes. El docente ha de tener muy claro cuáles son las competencias básicas que se espera que los alumnos y alumnas adquieran y los distintos niveles de dominio para cada uno de ellos.
- No olvidar que cada estudiante es único e irrepetible. Descubrir el valor de cada estudiante nos conduce a respetar sus ritmos de aprendizaje, su maduración, sus estilos en la manera de aprender, los conocimientos previos de los que parte. Si no se identifican todos estos aspectos no podemos valorar el progreso del alumnado ni tampoco prever la ayuda que necesita para su aprendizaje.
- Trabajar de forma conjunta entre los docentes, potenciando prácticas educativas interactivas, estrategias de trabajo cooperativo, por proyectos, programación multinivel, etc., que faciliten la planificación, el desarrollo y la evaluación de situaciones ricas de inclusividad.
- Realizar cambios importantes en la organización y en la gestión de los centros. La institución educativa ha de tener la autonomía suficiente para organizarse de la mejor manera posible para fomentar la enseñanza y la evaluación inclusiva.
- La inspección educativa y los equipos directivos han de asumir un liderazgo para la inclusión. Además, han de facilitar, asesorar, ayudar, flexibilizar estrategias y recursos que potencien los procesos inclusivos. Por ejemplo, aportar protocolos y documentos que faciliten la acción del profesorado.
Como pedagoga estoy convencida de que la reflexión sobre algunos de estos indicios puede marcar las señas de identidad y la oportunidad en los centros educativos, gracias al orientador/a, para avanzar hacia este nuevo paradigma inclusivo ofreciendo intervenciones individualizadas primero en el ámbito académico y luego en lo profesional para prevenir la exclusión social.