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La necesidad de un cambio en el actual sistema de ingreso a la función pública docente

Artículo de opinión

Profesor de Secundaria y preparador de oposiciones, Ciudad Real (Castilla-La Mancha)

  • 26/09/2018

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Eduardo José Moragón Gómez, Profesor de Secundaria y preparador de oposiciones, Ciudad Real (Castilla-La Mancha)
Tradicionalmente, los procesos selectivos a personal docente en España han sufrido numerosas críticas, tanto sobre la estructura del proceso en sí, como sobre los contenidos y desarrollo de la cada una de las pruebas que lo componen. Todas estas críticas, tienen su fundamento en un diseño del proceso selectivo que, con el paso de los años, lejos de evolucionar hacia las necesidades reales del proceso de enseñanza y aprendizaje, se ha consolidado permitiendo mínimos cambios que buscan agradar a la mayoría de sectores, sin atender a lo realmente importante, el alumnado.

En los últimos doce años, las oposiciones han sufrido pequeños, pero numerosos cambios. Sin embargo, todos ellos, sin excepción, no se han destinado a mejorar el proceso selectivo, sino a contentar en diferente medida a los aspirantes con mayor o menor tiempo de servicio acumulado. Este primer detalle de hacia dónde se dirigen los esfuerzos en la selección de los aspirantes más competentes es digno de análisis.

Cabe preguntarse, una vez más, si el proceso de concurso-oposición está realmente diseñado para seleccionar a los más adecuados para el desempeño de una de las labores más importantes de cualquier sociedad, enseñar a los más jóvenes. La respuesta es, claramente, que no, aunque bien es cierto que las pruebas que componen la segunda parte de la actual fase de oposición (exposición y defensa de la programación didáctica y una unidad didáctica), sí contemplan entre sus criterios de evaluación y calificación aspectos y competencias importantes que debe reunir un buen docente.

Sin embargo, no hay que olvidar que, a esta segunda parte de la fase de oposición, actualmente, no llegan todos los aspirantes, puesto que antes deben superar otras pruebas de carácter eliminatorio que distan mucho de valorar la competencia de un buen docente, centrándose en la memorización de contenidos y su reproducción, en un formato contrarreloj.

La estructura de las actuales oposiciones docentes, regulada por el Real Decreto 276/2007, modificado por el Real Decreto 84/2018, no ha sufrido grandes cambios en los últimos 20 años, negando el avance y desarrollo de las nuevas perspectivas curriculares, centradas en el desarrollo competencial del alumno y en nuevos modelos de enseñanza de probada eficacia que tanto está costando implantar en nuestro país.
 
"Cualquier nuevo diseño del proceso de oposiciones o modificación del mismo debe recoger la valoración de la competencia docente en un contexto específico, real, es decir, en el aula".
 
Mención especial merece el concepto de objetividad en el proceso selectivo. Mientras los currículos educativos recogen por norma un artículo dedicado al derecho del alumnado a ser valorado con objetividad, el actual sistema de oposiciones brilla por la ausencia de la misma. Las oposiciones docentes son, prácticamente, el único sistema de ingreso a la función pública que no cuentan en su proceso con una prueba tipo test. Un examen tipo test no va a solucionar los problemas que actualmente tiene el sistema, pero quizás debiera considerarse como un aspecto a incluir para mejorarlo.

Otra cuestión destacable es el de los actuales temarios de oposición. Con alguna excepción puntual, todos los temarios, tanto los de las especialidades del cuerpo de maestros como los de aquellos cuerpos pertenecientes a las enseñanzas medias, datan de principios de los años 90 La evolución en todos los campos ha sido abrumadora, imperando la necesidad de un cambio urgente de los mismos, algo que se empezó a plantear en los años 2011 y 2012, cuando se publicaron varios borradores, pero cuyos temarios no llegaron a implantarse.

Actualmente, nos encontramos a la espera de que los nuevos borradores de temarios publicados hace escasos meses, confirmen su entrada en vigor en breve. Sin embargo, el sector educativo no es ajeno a la política y, el hecho de que los dos próximos años incluyan elecciones autonómicas y generales, sin duda alguna, influirá en la fecha en la que tendrá lugar su implantación.

A la vista de los hechos y datos anteriores, cabe preguntarse qué puede hacerse para modificar el proceso selectivo, qué buenas prácticas se podrían llevar a cabo para mejorar la selección docente y avalar sus competencias. No soy especialmente partidario de comparar realidades educativas de diferentes países, más aún cuando distan geográficamente y, además, las condiciones climáticas juegan un papel decisivo durante los meses que dura el curso escolar. No obstante, es cierto que países como Finlandia, obtienen buenos resultados académicos y sus profesores no pasan por un proceso selectivo como el nuestro. En su caso, es determinante la trayectoria académica previa y la valoración de los resultados de los alumnos.

¿Quiere esto decir que España debe implantar un modelo de selección docente como el finlandés? Dar respuesta a esto ha generado muchos debates. Esta idea cuenta con partidarios y detractores, todos ellos con argumentos de peso a favor y en contra de ambas posturas. Quizás, el equilibrio esté en seleccionar lo bueno de estos sistemas extranjeros y el propio, e intentar integrarlo en un proceso que valore aspectos que van más allá de la reproducción memorística de contenidos, que llegue a valorar al profesor en un contexto real, en el aula.

Llegados a este punto, el sistema se encuentra con una limitación muy fuerte, la económica. Un sistema de ingreso que garantice de forma objetiva que el docente tiene las competencias necesarias para desempeñar su función, necesita de una inversión económica mucho más elevada que la actual. Para empezar, se necesitaría evaluar de forma individual a cada aspirante en todas las pruebas del proceso selectivo. Teniendo en cuenta que los aspirantes se cuentan por miles en muchas comunidades autónomas, el coste y tiempo invertido en el proceso sería más que considerable.

Parece evidente que, por ahora, no se ha conseguido diseñar un sistema de ingreso a la función pública docente que satisfaga las necesidades reales del colectivo. Resulta también obvio que cualquier nuevo diseño del proceso de oposiciones o modificación del mismo debe recoger la valoración de la competencia docente en un contexto específico, real, es decir, en el aula (actualmente, esto tiene lugar en la fase de prácticas, una vez que se supera el proceso selectivo).

Por último, teniendo en cuenta la importancia y el peso de la educación como uno de los pilares básicos de cualquier sociedad, se intuye como fundamental el reconocimiento del valor de la profesión docente. Qué mejor forma de garantizar el desarrollo y crecimiento en todos los sentidos de una sociedad, que asegurarse de que los responsables de formar a sus individuos, son los más competentes.
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