Dentro de todas las polémicas y tensiones surgidas en el ámbito de la educación, tenemos unos datos -que probablemente hayan pasado desapercibidos para la generalidad de la opinión pública- sobre el retroceso que experimenta la presencia de mujeres en la elección de las carreras tecnológicas.
En general, nos encontramos unas generaciones mucho más formadas que sus madres y padres, con mayor libertad de actuación, utilización del espacio y el tiempo, mejor nivel de idiomas y capacidad para la movilidad geográfica. Junto con estos datos positivos nos encontramos con unos ítems preocupantes que deberíamos abordar con la mayor celeridad. Éstos son:
- Dificultades para el acceso al empleo.
- Patrones corporales y uso del cuerpo de forma contraria a la salud y/o mercantilización del mismo.
- Datos de violencia de género en la población juvenil.
- Aumento de violencia parental.
- Tratamiento poco eficaz del acoso escolar.
- Lentitud en la consecución de cumplimiento de objetivos relativos a la igualdad de género.
- Falta de percepción de la existencia de desequilibrio en las fases de formación (primaria, secundaria y universitaria) y descubrimiento de las mismas en el acceso al mundo laboral -con mayor intensidad en el ascenso profesional y el período de maternidad-.
Las políticas de las últimas décadas han puesto el acento en cuestiones de índole general, discusiones sobre el modelo de enseñanza, pero desde luego han sido poco concretas a la hora de abordar los problemas que nos atañen.
Las personas que nos dedicamos a la defensa de la igualdad a través de la formación como mecanismo ineludible para la mejora de la calidad democrática y el equilibrio social hemos asistido con dolor a la falta de inclusión de asignaturas obligatorias que incluyeran formación en materia de género; cuanto más, cuando se trata de una determinación legal incluida ni más ni menos que en una ley órganica (LO 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, art. 4), así como, en la ley de igualdad (LO 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, arts. 23 y ss.).
Este clamoroso déficit -no cubierto por asignaturas optativas y de máster a pesar del éxito de las mismas- solo podía provocar un vacío en la educación, en la construcción ética y en la capacidad para resolver cuestiones relativas al sexo-género, en las relaciones intersexuales e incluso intergeneracionales.
¿Y esto qué tiene que ver con la elección de carreras tecnológicas por parte del sexo femenino? La respuesta es: todo. Tiene todo que ver. Puede que las instituciones educativas, familias o el entorno no estén preparadas para abordar ese empoderamiento o incluso ejerzan una acción contraria. Sentencias como "las chicas no son buenas para las matemáticas", "mejor que se dediquen a las letras porque las ciencias son poco femeninas", "los aparatos son cosa de chicos", etc., no son desafortunadamente infrecuentes en varios entornos sociales.
Es muy posible que el talento femenino se apague o no se desarrolle correctamente si no se fomenta desde la infancia. Está claramente estudiado que el comportamiento de las niñas tiende de forma natural a ocultar sus capacidades y plantean particularidades en los casos de superdotación.
Tenemos que tener presente que una educación desigualitaria entre niñas y niños contribuye -junto con otras causas- a que sigan existiendo profesiones donde la infrarrepresentación femenina persiste y se cuenta por siglos la posible superación de las desigualdades, como puede ser el ámbito de la política, milicia, alta dirección y consejos de administración, deporte e investigación.
Creo que es hora de conjurar las tradicionales divisiones ancladas, desde luego, en estereotipos de género que forman parte del pasado. Recuérdese cuando se fomentaba el estudio por parte de las chicas de carreras como Filosofía y Letras, o ,en caso de las ciencias, la carrera de Farmacia. Y se animaba a que los chicos que estuvieran proyectados en las ingenierías. Caso aparte eran las licenciaturas de Medicina o Derecho que hoy son titulaciones claramente femenizadas. Aquellos criterios y recomendaciones pueden resultar actualmente ridículas en atención al número de egresadas.
Pero hoy también existen muchos estereotipos que causan enorme daño. No hay nada más que ver que las dificultades de los niños, que pueden ser muy talentosos jugando al ajedrez o tocando el violín, pero simple y llanamente no les gusta jugar al fútbol y las pocas alternativas que tienen para socializarse. Pero también es verdad que hay posibilidad de disolver roles de género. Algunos programas de televisión muestran a varones volcados en sus éxitos culinarios, otros son concursos con gran audiencia, el resultado de todo ello es el aumento de matrícula en este tipo de formaciones profesionales y la percepción social de que la cocina es un lugar adecuado para los niños y jóvenes (tal vez muy alejados de las tareas realizadas por algunos de sus padres y la mayoría de sus abuelos).
También hay motivos para la esperanza cuando encontramos acciones como Girls Day propuestas por muchas universidades en las cuales las profesoras universitarias acuden a centros de enseñanza secundaria con objeto de informar y animar a las jóvenes a estudiar carreras tecnológicas. Desde luego éste es un ejemplo de éxito. Otra buen ejemplo es la iniciativa asociativa de reciente creación en España de Inspiring Girls que impulsa el empoderamiento profesional de las niñas en edad escolar.
Persistir en roles de género trasnochados es absurdo pero, ante todo, es profundamente injusto. Los espacios, escenarios públicos y profesiones no tienen género, son lugares comunes para las/los jóvenes y así debe enseñarse en atención a los principios democráticos. Como tantas veces ha demostrado la historia, no hay más secreto que educar en igualdad. Cuando a las personas no se les enseña a leer son analfabetas. Si solo se enseña a un sexo a leer, sólo éste podrá dar los frutos adecuados. Ocurre lo mismo con las carreras tecnológicas. Foméntese en las niñas su talento en este ámbito y dará, sin lugar a dudas, resultados positivos. Todo ello no ocurre por ensalmo. La disolución de barreras y estereotipos necesita una decida acción política y social.