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La escuela es por encima de todo un entorno para aprender a convivir

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Jordi Carmona Espinosa, Director Escuela Garbí Pere Vergés d'Esplugues (Barcelona)
Se habla y escribe mucho estos días sobre el cambio metodológico, la innovación educativa y otros aspectos que los conocimientos neurocientíficos y las TIC han puesto de actualidad. De actualidad porque algunas escuelas de la República y algunas otras herederas de estos proyectos pioneros en el tramo final de la dictadura ya vieron florecer en sus aulas este movimiento de renovación pedagógica tan necesario y oportuno.
 
Pero en muchas ocasiones olvidamos que la esencia de la escuela es aprender a convivir. Y con este olvido podemos perder de vista la finalidad última de la escuela que es formar mujeres y hombres para un mundo mejor, más justo, sostenible y solidario. Un hombre y una mujer nuevos. La misión de la escuela es mucho más trascendente de lo que parece. Educamos en nuestros hogares y aprendemos a convivir en la escuela. Ésta es la verdadera finalidad del sistema educativo.
 
Con este objetivo nacieron y florecieron algunos de los proyectos pedagógicos claves de la renovación educativa en los años anteriores a la guerra civil. Un movimiento que tuvo como objetivo convertir nuestro país, de la mano de la educación, en un lugar más moderno y autónomo en el que conceptos como la razón, la clarividencia y el orden fueran los ejes sobre los que construir un modelo educativo que había de contribuir a formar, por encima de todo, ciudadanos libres y responsables, ciudadanos comprometidos con su propio progreso personal y con el de su país.
 
Aparece de esta manera, en Catalunya, bajo los ideales del llamado "noucentisme", el movimiento pedagógico de la "Escola Nova", en el que por primera vez se contempla la educación como un proceso integral que implica la totalidad de la persona, entendida como mente, cuerpo y sentimientos. Nacen así las escuelas "Del Mar", "Del Bosc", "L'Institut Escola", "L'Escola Moderna", o "La Institución Libre de Enseñanza" en el 1876 en Madrid…son los tiempos de Pere Vergés, Rosa Sensat, Galí, Ferrer i Guardia, Giner de los Rios…
 
Se crean escuelas que como en una ciudad ideal, cada persona, alumnos y maestros, tienen una función, unos derechos y unos deberes individuales y colectivos, que se sustentan y refuerzan en el ejercicio diario de la actividad docente, del servicio a la comunidad, de la participación democrática de todos y todas en los órganos de gestión y dirección de la escuela.
 
Esta característica tan importante de participación, donde todos aprenden a mandar y a obedecer, a dirigir y a ser dirigidos, mientras se participa activamente en la toma de decisiones y en la ostentación de cargos y responsabilidades al servicio de la comunidad es la generadora de la convivencia.
 
Por todo ello, cuidar de que no exista ni la más mínima fisura de la convivencia en las aulas es fundamental. Por encima de metodologías y cualquier concepto de innovación tan en boga hoy día. No innovamos tanto como actualizamos aquello que significó un faro y una luz en la oscuridad hace ya 100 años. Un siglo atrás.
 
Empoderar a los alumnos para que participen en los órganos de gobierno de la escuela, escuchar sus sugerencias de manera activa, los programas de servicio aprendizaje, la mediación entre iguales, la atención individualizada y todo lo que significa reproducir en la escuela la realidad social y ciudadana son las herramientas para articular la convivencia en la escuela.
 
Alumnos que se sientan útiles, que participen, escuchados, que sepan que lo que proponen se va a hacer y conscientes de aprender son la garantía de aulas sin acoso, de la escuela ciudad, de la escuela republica de los niños y adolescentes, garante de la convivencia y el desarrollo personal, en harmonía entre iguales y con el entorno. Un hombre y una mujer nuevos.
 
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