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Escuelas de padres y madres o debate educativo conjunto

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Maria Jesús Comellas i Carbó, Doctora en Psicología y profesora emérita de la Universitat Autònoma de Barcelona. Coordinadora del Grup d'Investigació, Orientació i Desenvolupament Educatiu (GRODE)
Curiosamente desde hace mucho tiempo y de manera recurrente se habla de escuelas de padres y madres y las dificultades con las que se encuentran las instituciones, colectivos o personas que organizan esta forma de acercarse a las familias con el objetivo de darles formación y que puedan "aprender cómo educar a sus hijos e hijas y aumentar sus  competencias parentales".
 
A pesar de esta buena voluntad y de las múltiples acciones que se realizan en este sentido  el grado de satisfacción, generalmente, no es positivo ni para quien organiza ni para las personas asistentes lo que aumenta más el desánimo y las interpretaciones que se hacen en clave de juicios de valor: "Las familias no tienen interés" ; " las personas que asisten son las que menos lo "necesitan"" y una larga lista de comentarios que, sin duda, refuerzan positivamente a las familias asistentes con el reconocimiento de ser "las buenas familias" y aparta y tiende a culpabilizar  a la que no asisten.
 
¿Por qué no se cuestiona el enfoque o el modelo? ¿Quizás no sea apropiado?. ¿Por qué hay esta persistencia en un enfoque que no da respuesta?? ¿Por qué, de alguna manera, ya se acepta la  respuesta de las familias con las que hay más acuerdo y no se busca ampliar el abanico de personas participantes con las que no necesariamente habrá grandes desacuerdos?  ¿Por qué esta autocomplacencia pensando que el problema es de las familias y no se deben buscar más alternativas?
 
Para aportar algunas ideas para la reflexión, que no soluciones al tema, se sugieren algunos ejes para valorar y ver si pueden modificar, de alguna manera, la situación actual.
 
Un primer paso, radica en la posibilidad de partir de un cuestionamiento tanto del proceso que se realiza como del enfoque y especialmente del mensaje que se da. El tema no es culpabilizar a las personas que no asisten sino hacer una mirada hacia quién lo organiza no en clave de acusación sino de revisión.
  1. Preguntas previas:
¿Qué es lo que se pretende? ¿Qué espera la escuela de las familias?  ¿Es que las personas que lideran las acciones para las familias (profesorado y cuentos profesionales están relacionados con la educación)  no tienen dudas de cómo educar en el momento actual? ¿Continuamos creyendo que se debe ir a la escuela para aprender y que fuera de ella no existe ni conocimiento ni aprendizaje?
 
Ciertamente no se trata de dar respuesta a todas estas u otras preguntas sino procurar que cada colectivo que se proponga hacer acciones para las familias pueda plantearse previamente no sólo quien organiza las acciones sino, especialmente, a quien van dirigidas sin presuponer previamente que no tiene conocimiento.  Se trata de abrir  la mente hacia cómo se está actuando para, como se dice, poder  partir de "0" sin miedo a las respuestas. Lógicamente estas preguntas u otras se harán también al grupo destinatarios: qué desea, por qué, qué les interesaría, cómo…
  1. Modelo de persona experta o modelo de participación
Cada vez que se ve a una criatura actuando de forma que se considera poco apropiada hay una mirada crítica hacia la familia: "mira como lo educan" ¿a qué esperan para intervenir?", por tanto se supone que la familia no sabe qué debe hacer y hay que explicárselo.
 
¿Creemos que las familias no tienen información?, ¿creemos que no actúan por ignorancia y por tanto debemos hacer reuniones para darles la información? O el tema es otro: con la información e informaciones tan diversas que hay actualmente, la duda se presenta a las familias no tanto en relación al saber sino en cómo actuar que no sea contraproducente: ¿"si le frustro le traumatizo?", "¿si le digo que no le ahogo su personalidad?", "¿hay que dejar libre a la criatura para que decida porque ya sabe?"… y un largo etc.
 
Toda esta diversidad de dudas y posibles respuestas se dan, también,   en muchos momentos, entre las personas profesionales que comparten el reto educativo con las familias lo que no disminuye la impaciencia por las decisiones que se toman y el hecho de que desearían que todas las familias actuaran de forma que las criaturas aprendieran a comportarse, tener autonomía, ser responsables, respondieran de forma respetuosa y un largo etc.  
 
Pero lo que no se explicita es que ni el punto de vista profesional puede ser coincidente  con el de todas las familias ni todas las personas profesionales actúan igual en su casa y en el aula.
 
Esta diferencia es lógicamente fruto de la ideología personal, las experiencias vividas en la infancia, la seducción per una tendencia u otra de la forma de criar y educar a las criaturas lo que provoca que, incluso en el seno de la propia familia, ni la pareja  educa igual.
 
La diversidad está servida, el modelo no es único y no tiene sentido creer que pueden haber donde crear y trasmitir un único modelo educativo y una sola forma de dar respuesta porque las personas no somos máquinas, porque el día a día también condiciona y determina algunas respuestas y porque cada familia es un mundo.
 
Ante esta situación ¿por qué pensar que hay que buscar  una persona "experta" que ponga orden, dé instrucciones y que todas las familias actúen igual?  ¿Por qué hay esta persistente idea que supone que se debe hacer de la misma manera y actuar según mandato?  
 
Hacer de padres y madres no es una acción profesional sino una manera de vivir y relacionarse con las criaturas y sobre todo un proceso de mostrar cómo es el mundo y cómo aprender a actuar en diferentes momentos y según la edad.
 
Si este fuera el eje principal de las relaciones entre familias y escuela implicaría cambiar el foco de las relaciones individuales (tutorías, reuniones a lo largo del curso)  y colectivas, (encuentros de grupo) de los aprendizajes académicos al proceso de desarrollo infantil, como marco general.
 
La temática sería lo que necesitan las criaturas para desarrollarse tanto en la vertiente física, como afectiva, psicológica y relacional por estar en un contexto diverso: centros escolar, barrio, actividades extraescolares… donde necesitan adaptarse y cómo poder dar respuesta a estas necesidades. Posiblemente disminuiría uno de los focos de presión infantil cuando dicen: todos lo hacen, todas lo tienen… porque las personas adultas no hablan entre sí.
 
Por tanto no se trata de recetas, órdenes e informaciones sino de buscar la riqueza que pueden ofrecer los encuentros y  momentos donde se pueda fomentar un debate.
  1. La dinamización del grupo de familias como entorno de debate educativo. Compartir reflexiones i experiencias entre personas adultas
Posiblemente un primer paso sería partir de la base de lo que podemos consensuar como acción educativa que puede ser compartida por cuantas personas estén en relación con la infancia y la adolescencia. Es decir qué implica ser una persona adulta y su relación con personas de menor edad y, por tanto, de menor madurez a las que se debe socializar para una futura adaptación a  la realidad.
 
Es una visión previa que se puede compartir y que debería darse en el contexto del aula donde las criaturas de la misma edad conviven con un número interesante de iguales  durante una serie de horas, días y años acompañados por un equipo de personas que se supone que están coordinadas y comparten una línea educativa.
 
Este grupo de familias que el azar ha agrupado han de compartir los encuentros con el centro durante una serie de años. Este es un grupo idóneo y natural de la misma manera que lo es el grupo de alumnas y alumnos. Por ello y por su relativa estabilidad, pueden compartir ideas, mostrar dudas, hacerse preguntas y con el liderazgo del profesorado, hacer un debate educativo, para compartir los referentes del crecimiento de sus hijas e hijos porque el profesorado tiene experiencia en la edad de las criaturas, tiene formación  e información de los diferentes enfoques. Esta pluralidad de experiencias, más allá del anecdotario que no debería bloquear el encuentro,  puede  favorecer que se enmarquen unos criterios que se comparten con el centro educativo y se puede realizar el aprendizaje entre iguales lo que favorece la coherencia sin que comporte rigidez y obligaciones en casa.
 
Por tanto se trata del proceso de cuidar y socializar a las generaciones jóvenes para que puedan aprender a vivir, convivir, cuidarse y colaborar con las personas del entorno.
 
Sólo partiendo de un debate compartido, de una mirada democrática, de un enfoque de partenariado (acompañamiento) se podrán modificar las relaciones entre las familias y las escuelas evitando reforzar los sentimientos de culpa que sólo fragilizan las acciones educativas y desprestigian a los adultos de la familia delante de sus propios hijos e hijas.
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