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La necesidad de educar las emociones en el ámbito educativo

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Amparo Acereda Extremiana. Directora de la Unidad de Investigación. Profesora Agregada del Departamento de Psicología en la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona)
Durante mucho tiempo, el concepto de inteligencia se asoció y limitó a aspectos intelectuales, académicos y racionales, puntuando su eficacia de forma numérica y obviando la parte emocional de la persona. Fue Howard Gardner (1983), quién  empezó a valorar la diferencia entre capacidades intelectuales y emocionales, y de su investigación al respecto extrajo conclusiones interesantes, que postuló en su modelo de "inteligencias múltiples". Desde esta novedosa perspectiva, no sólo se daba importancia a las habilidades verbales y matemáticas, sino que se incorporaban, como nuevas habilidades, el conocimiento del mundo interno del individuo y la inteligencia social. Gardner (1983; 2011) introdujo que no sólo existe un único tipo de inteligencia esencial para el éxito en la vida, sino que hay un abanico de siete variedades distintas, dando una visión de multiplicidad a la inteligencia. Para él, las siete categorías de la inteligencia eran: verbal, lógico-matemática, visual, espacial, cinestésica-corporal, interpersonal e intrapersonal. La teoría de Gardner (2011) sostiene también que estas inteligencias son independientes entre sí, de modo que podemos tener un alto nivel en algunas competencias y bajo en otras, siendo la misma persona. De esta forma, este autor legitimó la idea de que todas las inteligencias tenían la misma importancia para el individuo, y no solo la lógico-matemática, tal y como se había creído hasta el momento. El logro de este autor fue el tener en cuenta las emociones en los mecanismos que subyacen al "acto inteligente". El mismo Gardner reconoció que las inteligencias inter e intra personales constituían el pilar fundamental de la inteligencia emocional, responsable del 80% del éxito en la vida. Estas inteligencias intra e interpersonales forman el eje vertebrador del desarrollo de las competencias de la persona, y de ahí su importancia en la educación del ser humano, a lo largo de toda su etapa de desarrollo.
 
Posteriormente, Goleman (1995;1998;2013), propuso el modelo de las competencias emocionales, definiendo la Inteligencia Emocional como "la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y nosotros mismos" (Goleman, 1998, pg. 430). El modelo de este autor, por tanto, presenta la Inteligencia Emocional con una perspectiva de teoría mixta basada en la cognición, personalidad, motivación, emoción, inteligencia y neurociencia, incluyendo tanto procesos psicológicos cognitivos como no cognitivos. Goleman (1998), indica en su libro "La práctica de la inteligencia emocional" que este modelo consiste en cinco habilidades emocionales y sociales básicas, que son: 1. Conciencia de sí mismo. 2. Autorregulación. 3. Motivación. 4. Empatía. Y 5. Habilidades sociales. Desde nuestra perspectiva, vemos, pues, cómo esta concepción de la inteligencia emocional de los distintos autores es coincidente con las inteligencias intra e interpersonal propugnada por Gardner (1983; 2011).
 
En 1997, poco después de que Goleman formulase su teoría en 1995, surgió el modelo multifactorial de Bar-On (1997), explica la inteligencia a partir de cinco habilidades sociales y emocionales principales que, en conjunto, influyen todas ellas en la capacidad de una persona para actuar de manera eficaz ante los demás y ante las exigencias que nos plantea el ambiente, respondiendo de forma más exitosa a los problemas que el entorno y las relaciones sociales (intra e inter personales) nos plantean.
 
A partir de estos tres grandes modelos, alejados de la mera investigación y contemplación de la inteligencia convergente, analítica y racional, han surgido multitud de investigaciones, que llegan a concluir que las personas socio-emocionalmente inteligentes son capaces de reconocer y expresar sus emociones, comprender a los otros y relacionarse mejor, de modo que pueden mantener relaciones interpersonales satisfactorias y responsables, sin llegar a ser dependientes de los demás. Y, en definitiva serían personas con mayor capacidad de éxito en la resolución de problemas y afrontamiento del estrés (Gardner, 1983;2011; Goleman, 1995;1998; Bar-On, 1997). Desde estas perspectiva, las Inteligencias Múltiples y la Inteligencia Emocional trascienden todas las áreas donde se desarrolla la persona, ya que contempla la identificación, control y expresión de las emociones (propias y de los demás). Este aspecto nos permite conectar de forma mejor o peor con otras personas, estableciendo así diferentes relaciones. Por tanto, la Inteligencia inter e intra personal y, en definitiva, la Inteligencia Emocional, forma parte de todos los aspectos de nuestra vida, por ello se ha convertido en un tema esencial en ámbitos como la educación, la empresa, la administración, la salud y el bienestar psicológico, etc. En el campo laboral, por ejemplo, este tipo de inteligencia suele interpretarse como el conjunto de comportamientos y emociones que se muestran en la gestión de un ejecutivo. En esta línea, Del Valle y Castillo (2012) postulan que esta inteligencia, diferente a la habitualmente considerada inteligencia, puede contribuir a un mejor desempeño individual y organizacional, no sólo en los cargos directivos; por ello considera que los empleados que son "inteligentes" con sus emociones, suelen ser más eficientes y eficaces en sus interacciones y participación con el ambiente de trabajo y con sus compañeros de empleo. Su efecto no se limita sólo al mayor rendimiento, sino que influye en la satisfacción de las personas respecto a su puesto de trabajo. Es por ello que la Inteligencia emocional debería ser un factor clave en todas las empresas, ya que aporta  un gran beneficio a un coste mínimo. Si esto es así, y los estudios así lo confirman, se hace evidente la importancia de educar a nuestros futuros adultos (directivos y no directivos) en algo tan importante como es el desarrollo de las inteligencias múltiples dentro del aula, a edades lo más precoces posibles. Nuestros niños del hoy, con un currículum escolar donde se otorga una importancia excesiva a la inteligencia convergente, dejando el cultivo de la inteligencia divergente (creatividad) y de la inteligencia emocional en un segundo plano, necesitan ser educados en inteligencias múltiples, haciendo un especial hincapié en la inteligencia intra e interpersonal (puesto que el resto se va trabajando en las distintas áreas del currículum). Básicamente, porque educarles en ello permitirá hacer de ellos niños competentes emocionalmente y, consecuentemente, futuros adultos socio-emocionalmente inteligentes.

¿Cuáles son las competencias que se deberían trabajar en la escuela?  

Acabamos de comentar cómo la Inteligencia Emocional ha aumentado su "valor" estratégico, hasta el punto que su estudio se ha ampliado a casi todas las áreas de desarrollo humano. A partir de lo expuesto por Gardner y Goleman y, especialmente, tras lo planteado en el modelo de Bar-On, se torna evidente que debemos otorgar más importancia a las habilidades y competencias emocionales, resultantes de las inteligencias intra e inter personales, que al propio concepto de Inteligencia Emocional, ya que para estos autores lo más importante se integra en el saber, en el saber hacer y en el saber ser/estar. Según los estudios de Bar-On (1997), hay una gran diferenciación entre el desarrollo de la inteligencia cognitiva y el desarrollo de la inteligencia emocional, lo que ha dado pie a considerar que las emociones están muy ligadas a los procesos de aprendizaje que se dan en la Escuela. Según Goleman (2000), las emociones alteran nuestra capacidad de aprender, pensar, planificar, conseguir un objetivo a largo plazo, resolver problemas, etc. estableciendo los límites  de nuestras capacidades mentales innatas, y serán las que determinarán los éxitos que podemos conseguir en la vida. Por ello, este autor considera que la Inteligencia Emocional constituye una faceta personal (intra e inter) que influye directa o indirectamente sobre todas nuestras facultades individuales, favoreciéndolas o dificultándolas en su camino hacia el éxito. En ello, el papel que tiene la escuela es fundamental en el desarrollo emocional de sus discentes, y no sólo en el desarrollo de las inteligencias de carácter convergente.
 
Autores como Abarca (2009) exponen que nuestra sociedad, en la actualidad, está sufriendo una crisis de emociones a causa de la excesiva competitividad, donde cada día nos enfrentamos al reto de "ser mejores, exitosos, competitivos e inteligentes". Así, se está produciendo un efecto paradójico importante: mientras los niños de cada generación parecen cada vez más inteligentes, de forma inversamente proporcional, sus capacidades emocionales y sociales van disminuyendo paulatinamente. Los maestros y profesores reconocen la diversidad de problemas emocionales que presentan los alumnos, no obstante la concreción práctica del currículum escolar ordinario no los resuelve (algo que no beneficia a uno de los objetivos de este mismo currículum, que es el de la educación integral del alumno). Desde esta perspectiva, podemos observar que la regulación emocional no está definida en el currículum, mientras que los estresores en la vida de los niños crecen alarmantemente en los últimos años. Estresores conocidos a los que muchos de nuestros infantes deben enfrentarse, tales como el divorcio de los padres, problemas con las adicciones, maltratos físicos y psíquicos, abusos sexuales, etc. Resulta evidente, en consecuencia, que las estrategias para desarrollar la regulación emocional han de iniciarse en las primeras etapas de la escolarización, alargándose a todos los niveles del desarrollo. Los maestros han de incorporar oportunidades para desarrollar la regulación emocional en el currículum de cada nivel y de cada materia, trabajándose de forma transversal en todas ellas. En base a ello, podríamos considerar que existen una serie de competencias, que se pueden trabajar en todas las áreas del currículum escolar, que harán de nuestros niños unos sujetos con alta inteligencia emocional, y que serían:
  1. Habilidades intrapersonales: situaríamos en este nivel la conciencia de las propias emociones (reconocer los propios sentimientos, diferenciarlos e identificar los elementos que han causado estas emociones), la asertividad (expresar sentimientos y pensamientos de forma no destructiva), la consideración hacia uno mismo (respeto y aceptación), la auto-actualización (percibir el potencial de las propias capacidades) y la independencia (dirigir y controlar los propios pensamientos y acciones).
  2. Habilidades interpersonales: incluyen la empatía, la responsabilidad social (capacidad de cooperación, aceptación del otro y del propio rol social de forma constructiva), las relaciones interpersonales (caracterizadas por la intimidad y la capacidad de dar y recibir afecto).
  3. Adaptabilidad: se encontrarían en este nivel la capacidad de resolución de problemas (identificar, definir y solucionar), la evaluación de la realidad (análisis entre la propia experiencia y las evidencias objetivas) y la flexibilidad (capacidad de ajustar las propias emociones, pensamientos y conductas).
  4. Estado afectivo: incluiríamos la felicidad (capacidad de sentirse satisfecho, disfrutar de uno mismo y de los demás) y el optimismo (habilidad para mantener una actitud positiva ante la vida y condiciones adversas).
  5. Gestión del estrés: comprende la tolerancia a este (soportar las condiciones adversas sin hundirse o desbordarse) y el control de impulsos (resistir, retrasar, etc. una tentativa de actuación, controlando la agresividad y hostilidad)
En el ámbito escolar, habría que montar todo un plan de intervención para el desarrollo de estas competencias, planificando sistemas de programas integrados, o una integración curricular interdisciplinaria, o bien a partir de objetivos o ejes transversales, o en un plan de acción tutorial, etc. Todo ello, dirigido a introducir la educación emocional en la escuela, con el objetivo de  que los docentes ayuden a los niños a desarrollar y gozar de una situación más ventajosa en la vida, siendo más eficientes y más capaces de "dominar" su propia productividad, sus hábitos mentales que les conduzcan al éxito, a la vez que permitiéndoles crecer y desarrollarse en base a valores y principios sociales de cooperación y entendimiento, consigo mismos y con los demás. Estamos inmersos en momentos de seria crisis económica, pero también emocional, donde se torna difícil gestionar las propias emociones y el estado de ánimo, la perseverancia para lograr metas a largo plazo. Estamos abriendo la puerta a estados de angustia, ansiedad, pesimismo, depresión… donde los niños son los más frágiles y sensibles, ya que no saben qué hacer frente a estos sentimientos propios y ajenos. La escuela tiene el deber de velar por ellos, educándoles en competencias emocionales a lo largo de toda su escolaridad, velando por su constante desarrollo físico, mental, emocional y psicológico, con el fin de lograr adultos sanos e inteligentes socio-emocionalmente, capaces de liderarse a sí mismos y conseguir sus objetivos, sin más problemas que los que su propio desarrollo conlleve.
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