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Finlandia: educando para la vida
Artículo de opinión
Durante el viaje pudimos observar y profundizar en algunos aspectos del sistema educativo finlandés. En la observación de las aulas comprobamos que los alumnos estaban centrados en sus tareas y cómo los profesores les guiaban en ellas. Nos llamó la atención el carácter práctico del currículum. Los adolescentes, además de lograr excelentes niveles en lectura, matemáticas y ciencias, aprenden a llevar una casa, costura, cocina, carpintería y soldadura.
Mientras estábamos allí, publicaron el nuevo currículum nacional. Los finlandeses no hacen leyes de educación partidistas cada legislatura, sino que crean espacios de debate y consensuan entre todas las partes implicadas qué currículum necesitan y cómo lo van a desarrollar, cada diez años. Se piensan bien los cambios y no actúan según lo que dice el último gurú, ni la última moda. Investigan y contrastan con rigor los métodos pedagógicos, y luego toman las decisiones más apropiadas a su contexto.
Los profesores finlandeses insisten en que no enseñan para pasar exámenes, sino para la vida. Llama la atención cómo atienden las necesidades de cada alumno, especialmente mediante la detección y tratamiento precoz de dificultades o trastornos de aprendizaje, ratios bajas en los primeros cursos de primaria e insistencia en los valores y habilidades que se aprenden con el juego. Esto se combina con un sistema en el que los profesores tienen amplia libertad para concretar el currículum y hacen hincapié en el trabajo en equipo docente. Su nivel de interiorización de principios pedagógicos constructivistas es también un puntal: cada alumno construye sobre lo que sabe, se respetan sus ritmos y el currículum atiende a una diversidad de intereses. Los niños finlandeses aprenden a leer a partir de los siete años. El sistema fomenta la responsabilidad y la autonomía de los alumnos. Desde muy pequeños acuden solos al centro caminando o en bicicleta, limpian las mesas del comedor, emplean de manera autónoma los espacios y recursos comunes.
Pudimos visitar escuelas nuevas y antiguas. En todos los casos nos encontramos con espacios versátiles, cuidados con esmero, de una bella y práctica simplicidad. Los finlandeses no gastan en obras faraónicas sino que invierten cuidadosamente cada euro en ofrecer una enseñanza totalmente gratuita (incluido comedor y material) y de alta calidad. Las escuelas acogen obras de arte de creadores municipales, son espacios versátiles que invitan a quedarse y lanzan el mensaje de que aprender es bello y valioso.
Los finlandeses no tienen escuelas de élite; todas las escuelas alcanzan un alto nivel de calidad. Esto lo consiguen con un amplio apoyo social, con un sistema basado en la confianza en el que ni siquiera hay inspectores, con una gestión local de los recursos. Seleccionan a sus aspirantes a estudiar magisterio por sus expedientes, habilidades artísticas y su perfil personal para atender y educar lo mejor que tienen: sus hijos.
Podemos aprender de los finlandeses su manera sosegada y paticipativa de tomar decisiones en un tema trascendental, la importancia de la educación como garante de la igualdad de oportunidades, el valor de la confianza en todos sus agentes educativos. Ya sabemos que para educar hace falta toda una tribu: tanto el sistema como las personas han de compartir unos valores y centrarse en la eficacia: la eficacia, en este caso, consiste en que cada alumno aprende de la mejor manera posible.
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