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Exigencia, flexibilidad y autoevaluación en la gestión de centros educativos
Artículo de opinión
Mucho se habla del triangulo de relaciones entre contenidos, alumnos y profesores pero… ¿Qué retos se plantean para aquellos docentes cuya responsabilidad es la coordinación de equipos de profesores? ¿Ha cambiado también el paquete de conocimientos y habilidades que deben cultivar y el valor que se espera que aporten al equipo y al centro?
A poco que reflexionemos, nos daremos cuenta de los numerosos paralelismos que existen entre la relación del docente con los alumnos, y la del coordinador docente con el equipo.
El alumno nos exige (ojo, que el verbo elegido no es casual) que le enseñemos a aprender, que alimentemos su curiosidad y que facilitemos el proceso de construcción de criterio acompañándole en su ascenso a través de la taxonomía de Bloom (elije aquí, querido lector, el marco de referencia que prefieras). No necesitan expendedores de información porque datos, precisamente, es lo que más fácilmente tienen al alcance de su mano en forma de conexión de banda ancha.
En la gestión de equipos docentes en un centro educativo la responsabilidad del coordinador es similar, y nos encontramos con dificultades similares a la hora de decidir dónde ser exigentes y dónde ser flexibles.
En casi todos los oficios dicen que "Cada maestrillo tiene su librillo", y esto es especialmente cierto en el oficio docente: Los alumnos entienden su relación emocional con el contenido según la imagen que tengan del profesor que lo imparte y la imagen la construye cada "maestrillo" según su "librillo": Por mucho que ame su asignatura, el profesor expositivo, de monólogo unidireccional y estrictamente ceñido a lo que marcan desde arriba genera en la mayoría de los discentes estrategias de memorización simulada, respuestas prediseñadas sin criterio alguno y aprobados justos para pasar la materia. En resumen: Aprendo hoy para olvidar mañana.
No podemos perder de vista que el docente actúa de "Celestina" entre alumno y materia, aplicando su estilo, subjetividad y narrativa (sus competencias genéricas, que dirían ahora los modelos del EEES) al noble objetivo de conseguir que el alumno se enamore del acto de aprender en su clase.
Si las diferencias individuales en el estilo de enseñanza del profesor son uno de los factores clave que provocan que el alumno aprenda de manera robusta… ¿Resulta entonces desaconsejable encorsetar a los equipos pedagógicos en modelos docentes que limiten su ámbito de actuación?
La respuesta no es sencilla, ya que un centro que posee un modelo docente aplicado con un estilo exigente permite que la entidad proyecte una imagen clara en todas direcciones, actuando como palanca de prestigio externo y como elemento vertebrador de las decisiones internas.
Como en casi todos los ámbitos, la respuesta está en la aplicación sensata y comedida de un punto intermedio entre la anarquía pedagógica (¡Enseña como quieras!) y el militarismo ciego hacia un modelo docente marcado por el centro. Todos los actores del sistema son importantes en este cometido, y especialmente el coordinador docente.
Si decíamos antes que el reto del profesor es enseñar a aprender y avivar la llama de la curiosidad hacia aquellas materias que imparte, el reto del coordinador de equipos docentes dentro de un centro educativo es igualmente apasionante: Conseguir equilibrar la exigencia en la aplicación del modelo docente de la entidad a la que representa con el respeto del estilo propio de cada profesor.
En la práctica ¿Cuál es la mejor forma de lograr este equilibrio?
Desde mi experiencia, si queremos pedir a un docente que analice su valía profesional y el grado en que se está ciñendo a un modelo, no hay evaluación más potente que la autoevaluación. Esta competencia es la que debemos cultivar en nuestros equipos.
Sin embargo, la respuesta a ese acto de introspección suele estar sesgada en positivo para la gran mayoría de profesionales: Es ejercicio común la reinterpretación de nuestras flaquezas como virtudes, o la desestimación de la crítica de terceros como desinformada o directamente capciosa.
El rol del coordinador de equipos docentes a la hora de fomentar una autoevaluación crítica cobra un papel fundamental. No como jurado que coacciona al uso de determinadas pautas, sino como diseñador de unas reglas de juego que ayuden a la toma de decisiones y compartidas previamente a la aparición de cualquier potencial conflicto.
Aprender a aprender sobre nosotros mismos, en definitiva.
El coordinador de éxito promoverá un entorno donde, por ejemplo, está bien visto el error (creo que si entendemos este concepto como la excelente palanca para aprender que es y dejamos de verlo como sinónimo de "fracaso", podemos prescindir de eufemismos ¿verdad?) o donde existe confianza para preguntar por los criterios que permiten evaluar si tomamos una decisión u otra.
Si al profesor se le requiere cada vez más que actúe como facilitador de la relación entre alumnos y contenido, el coordinador docente se está convirtiendo también en un "facilitador de facilitadores" al que se le pide no tanto que muestre al equipo como "saber hacer" sino que se ayude del ejemplo y del modelo docente para reforzar aquellos estilos individuales que el centro valora a la hora de "saber ser".
Como puedes ver, se trata de un reto apasionante.
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