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David Domínguez, Coordinador general de los Ciclos Formativos de la Fundació Pere Tarrés (Barcelona)
El objetivo último de la programación educativa ante los retos que nos plantea la educación en el s. XXI no es en esencia distinto al tradicional: planificar el conjunto de decisiones acerca de los elementos que intervendrán en el proceso de aprendizaje de acuerdo con las prescripciones normativas, la finalidades educativas, el modelo docente, el contexto donde se va a aplicar, la naturaleza de los contenidos y las necesidades educativas del alumnado. Es decir, los retos y dificultades que nos plantea la educación en el s.XXI no deben afectar al objetivo esencial de una programación educativa, sino a su estructuración y contenido.
 
A nuestro entender, la programación educativa del siglo XXI debe asumir el reto de centrarse en el protagonismo de cada alumno empoderándole ante su proceso de aprendizaje. Para ello debe facilitarle la toma de conciencia sobre sus capacidades, habilidades y posibilidades de mejora, al tiempo que debe ofrecerle capacidad de decisión sobre las actividades a realizar y habilidades de gestión emocional para afrontar sus propios retos y superar sus actuales limitaciones.
 
Cambios en la terminología
 
Para ello, es necesario, por ejemplo, ante la programación de una unidad didáctica, sustituir el concepto de "justificación" de dicha unidad por el de "dirección" de la misma. La dirección que tome una programación educativa no debe centrarse en un  "por qué" nos proponemos una serie de objetivos y acciones,  sino en un "para qué" competencial que dé un sentido y que apunte al futuro, al progreso, al desarrollo personal.
 
Probablemente sea necesario dejar de referirse a la adquisición y evaluación de "competencias básicas" para  centrarse en "competencias a desarrollar y mejorar" convirtiendo la programación un plan de acción individual (en lugar de una "secuencia didáctica" colectiva) para el desarrollo y la mejora personal de estas competencias. De ahí, que deba desaparecer también el concepto de "actividades de evaluación" para abrir paso a "indicadores de logro" que nos permitan objetivizar el desarrollo y la capacitación cada uno de los alumnos y alumnas.
 
Mayor protagonismo para el aula y el alumnado
 
Más que gestionar la diversidad y la diferencia, una programación educativa debe ser capaz de dar una respuesta consecuente y deferente con las necesidades de desarrollo de cada alumno o alumna. Por este motivo, el modelo docente tradicional, heredado del paradigma educativo del s. XX, debería ser superado para dar paso a un rol docente que se flexibilice cediendo parte de su poder, control y supuesta sabiduría al aula. La programación educativa debe asumir e indicar el rol docente en cada una de las etapas de esa misma programación: maestro, investigador, coach, guía, notario, animador, etc.
 
Finalmente, uno de los principales retos de la programación educativa del s.XXI es el de contemplar el desarrollo emocional de los estudiantes. Para ello, proponemos que las programaciones pongan la emocionalidad al servicio del aprendizaje elevando el nivel de autoconsciencia, potenciando el respeto por la diversidad y la capacidad de empatía. De esta manera, se facilita el espíritu crítico y, sobretodo, se conecta el aprendizaje con la experiencia y los objetivos personales del alumnado.
 
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