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Construir confianza: un objetivo central del nuevo liderazgo educativo

Artículo de opinión

  • 10/06/2015

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Jordi Longás Mayayo, Director del Máster de Liderazgo de la Innovación Pedagógica y Dirección de Centros Educativos de la FPCEE Blanquerna, Universitat Ramon Llull (Barcelona)
Nadie duda en la actualidad que los centros educativos se están abriendo a la innovación. Me atrevería a decir que "ya era hora", porque venimos de fuertes resistencias al cambio y ciertas tendencias endogámicas, fruto de poner más la mirada en lo que pasa dentro de la escuela que en la sociedad misma. No niego con ello las notables excepciones de centros que llevan décadas mostrando cómo recorrer caminos alternativos a los estrictamente diseñados por las fugaces reformas educativas de nuestro país. Pero todavía las personas que visitamos cada año muchas aulas del país nos sentimos invadidos por el sentimiento de intemporalidad, cuando no de nostalgia. Ordenadores aparte, la organización de personas, espacios, horarios y actividades en los centros educativos es prácticamente la misma que vivimos en nuestra ya lejana infancia y adolescencia.
 
Que los directivos y docentes empiecen a sentir esta necesidad o deseo de innovar en la escuela es algo positivo. Un hecho que sólo puedo valorar con esperanza dado el enorme capital de creatividad y compromiso que caracteriza a gran parte de los profesionales de la educación.  A primera vista, lo más sorprendente es que esta corriente renovadora aparezca en un período con un marco legislativo conservador, tendente al control, que despierta gran controversia, y en un escenario de recortes y grave carencia de recursos. Quizás simplemente ocurre que con el tiempo la realidad se impone. Y así, después de décadas de conocer aunque no siempre aceptar los avances en Pedagogía y Psicología del Aprendizaje, la complejidad social, la revolución tecnológica y la globalización están provocando lo que puede definirse, en su estricto sentido etimológico, como crisis en la educación.
 
No es pues de extrañar que ante tormentas y tempestades, en esta sociedad nuestra de incertidumbres y comportamiento líquido, se reivindique con fuerza el liderazgo educativo. Aunque a su vez vaya de boca en boca que "educa la tribu". Quizás no sean ideas antagónicas, pero cuando realmente se piensa que la mejora educativa debe venir de la mano de la corresponsabilidad, es preciso reflexionar sobre el liderazgo que se requiere. Porque sino cabe el peligro que la emergencia del concepto liderazgo en la escuela "empodere" a iluminados y salvadores de la sociedad. Y sin duda una escuela no es una secta con líderes y adeptos, ni debería ser un partido político con sus liderazgos mediáticos, las luchas de poder y "el que se mueva no sale en la foto".
 
El liderazgo educativo, por su misma consustancialidad, ha de ser capaz de construir conjuntamente un proyecto que, necesariamente, es un proyecto de valores y ciudadanía. Su eficiencia y sostenibilidad se dirime en cada aula, en cada relación educativa. Una realidad muy intangible -que los alumnos y docentes se sientan apreciados y animados a dar lo mejor de si mismos- que no se desarrolla en plenitud sin el compromiso de todos y cada uno de los profesionales de la educación. Y desde la irrupción de la Psicología Humanista en la Teoría de Dirección bien sabemos que dicho compromiso se fragua en la horizontalidad, el diálogo, la colaboración en alcanzar un proyecto compartido y la complicidad en la mejora continuada. Sin duda, un tipo de adhesión que sólo se produce cuando el proyecto común otorga sentido personal y profesional a quienes lo comparten.
 
En el argot disciplinar se manejan conceptos densos, como los de liderazgo "distribuido", "transaccional", "estratégico",… que fácilmente pueden ser banalizados o aplicados a conveniencia. Desengañémonos, la escuela no necesita un líder sino muchos. El liderazgo es una función que debe ser compartida, porque la tarea actual de la escuela es liderar el aprendizaje, proponer, ofrecer, inducir, seducir hacia el aprendizaje. Y hacerlo para todas las áreas, para todas las competencias, para todas las edades. Declarar la guerra al aburrimiento y despertar en todos los alumnos y docentes la pasión por conocer, aprender a hacer, a ser y a convivir. En este sentido me parece muy estimulante el proyecto Ambientes Innovadores de Aprendizaje (ILE por sus siglas en inglés) de la OCDE. Este macroproyecto de investigación está evidenciando que las mejores escuelas en todo el mundo lo son porque se focalizan plenamente en el alumno y su aprendizaje, con frecuencia menos centradas en el currículum (de los Administraciones) y más orientadas al desarrollo de entornos de aprendizaje "nutritivos", es decir, a las conexiones alumno, aula, escuela, entorno, información y vida.
 
Llevo dos décadas impartiendo cursos a directivos escolares. En los últimos años muchos me dicen que la escuela se ha vuelto muy compleja, que la gestión les supera, que hay demasiada burocracia… Cuesta ver a dónde vamos y que es pertinente hacer. En diferentes contextos algunos directores veteranos, con años de vuelo y mucha sabiduría acumulada, han coincidido en transmitirme su definición actual de la dirección escolar: facilitar que los docentes estén con los alumnos, que hagan clase en condiciones, que convivan en el patio... Como si la progresiva complejidad alejase al docente de las aulas y de la enseñanza misma, muchos profesionales de la dirección parecen cuestionarse qué pasa con la gestión del tiempo, los recursos y las prioridades para que se expulse de su lugar central a la relación educativa con el alumno y al trabajo reflexivo del equipo docente.
 
Si el análisis tan sólo apuntado está bien orientado, deberemos plantearnos cómo ganar tiempo al tiempo. El nuevo liderazgo deberá proponer un modelo de escuela para la nueva era, mirando al futuro y conectado con las nuevas posibilidades del siglo XXI. Un modelo que debe indagar en factores estructurales hasta la fecha casi inmutables, como la provisión y organización de espacios, la distribución de los tiempos y la agrupación de los alumnos. Pero que en cualquier caso no deberá ser una propuesta líquida o gaseosa, porque no habrá escuela sin un proyecto de educación individual y colectiva claro y compartido. Algunas de las investigaciones que hemos realizado en los últimos años desde el grupo PSITIC de la Universidad Ramon Llull, compartidas también con colegas de la Universidad de San Diego, nos dan evidencia científica del valor de la confianza y su relación con el éxito escolar. Hasta el punto que sería suficiente medir los niveles de confianza entre los miembros de una comunidad educativa para anticipar su calidad y eficiencia. Cuando los alumnos confían en sus profesores, los profesores en sus alumnos, los padres en "sus" profesores y los profesores en "sus" padres, la dirección en los docentes y los docentes en la dirección, los alumnos en la dirección y los padres en la dirección… el aprendizaje y buen rendimiento aparecen como resultados. No es tarea fácil, pero sí apunta hacia un apasionante programa de dirección y liderazgo: Construir confianza en los centros educativos es eliminar el miedo, instalar el diálogo y crear espacios de oportunidad para que la buena voluntad y el talento fluyan. ¡Tan sencillo y tan complejo!
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