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Los retos formativos ante una nueva etapa de la vida
Artículo de opinión
Los 65 años se consideran como una referencia (quizá una barrera) que divide una etapa vital de la persona. Una cifra que se utiliza como corte de separación en muchos estudios de demografía y en la mayoría de estadísticas de organismos internacionales para fijar el inicio que define a la población mayor.
Pero estas referencias, estas líneas fijas de corte, han entrado en crisis, por el aumento de la esperanza de vida y el aumento en la calidad de vida que incrementan la capacidad de muchas personas para desempeñar tareas, (retribuidas, o no) que contribuyen al bienestar de la sociedad, durante más años, más allá de la citada barrera de los 65 años. Dicha barrera tiende a aumentarse y actualmente se habla de los 67 años y la tendencia es a fijar la cifra en los 70 años.
Nos hallamos en unos tiempos de cambio y transición en los que, todavía, la jubilación temprana se asume como un logro social que no debe perderse, algo que, en no pocas ocasiones coincide con programas de las llamadas pre-jubilaciones en empresas que son simples ajustes de plantilla y que se concentran en los trabajadores de más edad. Algo que, de momento, no ha planteado mucha contestación social, aunque nos hallemos ante casos de clara discriminación por edad.
La discriminación por edad casi no plantea el rechazo social que, en cambio, se da en otro tipo de discriminaciones (p.e.: discriminación por sexo; discriminación por etnia; discriminación por religión, etc…), pero se trata de una situación que, seguro, cambiará en los próximos años, en parte por cuestiones de justicia, pero principalmente por causas demográficas.
Otro aspecto que deja sentir su influencia en estos temas, es de carácter más amplio, derivado de una sociedad en la que se sobrevalora la juventud (que es una circunstancia, no un mérito) fuera de la cual las otras etapas de la vida aparecen como inferiores, de ahí el querer prolongar la juventud como un objetivo constante e inalcanzable.
Como ya hemos indicado, se trata de un área en transición, en la que, por causa de la evolución demográfica (una mayor longevidad y unas menores tasas de natalidad) muchos países han introducido cambios para conseguir una edad de jubilación efectiva sea más avanzada. Se legisla con el objetivo de llegar a los 67 años, pero en países como Alemania, se perfila, todavía en fase de preliminar, el objetivo de los 70 años. Todo relacionado, claro está, con la viabilidad de los sistemas de pensiones públicos.
Aunque lo anterior pueda ser relevante en un futuro, no debemos perder de vista las circunstancias reales y personales en las que se encuentra quien hoy pasa de una vida activa, a otra propia de la jubilación, supongamos a una edad cercana a los 65 años, en una situación de vida plena y de no dependencia.
¿Qué prioridades establecer? ¿Qué actividades desarrollar? ¿Se ha de dedicar tiempo al ocio, a viejas aficiones no cultivadas, a viajar, etc.?, Son algunas de las preguntas que se plantean. Las alternativas y posibilidades son muy amplias, en función de los intereses y de las circunstancias económicas, psicológicas, o familiares de cada persona.
Sea cual sea el camino a seguir, deberá afrontarse la nueva situación con un enfoque renovado, teniendo en cuenta que, una persona de 65 años, en ausencia de enfermedades, es una persona con plenas posibilidades de ser útil y de aprender y avanzar en muchos campos, fuera de los estereotipos falsos sobre la edad que con frecuencia se mantienen en nuestra sociedad.
En relación a lo anterior, la revista The Economist, publicó un informe, preparado bajo el patrocinio de la consultora Towers Watson, cuyo título es lo suficientemente explicativo: Is 75 the new 65? (es decir: ¿Son los 75 años de hoy los nuevos 65?). El texto que está disponible en la red, se centra en las consecuencias de tipo laboral que plantea una población de más edad, por causa de una mayor longevidad, pero sus comentarios también tienen que ver con las expectativas de quien alrededor de los 65 años se ha jubilado, voluntariamente o de forma obligada y tiene ante sí un largo recorrido de actividades y de intereses por fomentar o descubrir y no solamente relativos al ocio, sinó al mundo del trabajo.
Por la acelerada evolución de los conocimientos y la tecnología, se hace imprescindible que alguien de 65 años, se mantenga al día, o bien aprenda materias que en su momento no pudo cultivar. Por ello la orientación en formación en estas edades es de una importancia vital y se convierte en una verdadera prioridad social.
Uno de los problemas que afectan a quienes dejan su actividad profesional, es la falta de información, o la falta y pérdida de contactos, el dejar de saber a quién acudir, o bien, desde otro punto de vista, el sesgo social que induce a pensar que, con cierta edad, ya no pueden iniciarse cursos sobre materias ligadas, por ejemplo, a las nuevas tecnologías, que pueden ser la ventana de acceso a conocimientos de índole muy variada, mediante cursos on line y el uso productivo de la red y los nuevos medios de información y comunicación.
Expertos en recursos humanos como el profesor de la Wharthon School, Peter Cappelli, han puesto de manifiesto que muchas de las preconcepciones sobre las personas de más edad son falsas. La capacidad de aprender no se pierde, aunque puede ser que la información y los tiempos que se precisen sean distintos. Por lo tanto quien a los 65 años tiene tiempo y voluntad puede avanzar y seguir formándose.
En un sentido parecido apuntan las conclusiones del proyecto Goldenworkers, un estudio dentro del 7º Programa Marco de investigación de la Unión Europea, cuyas conclusiones trazan un futuro optimista en el que las tecnologías de la información y de la comunicación, lejos de convertirse en una barrera, pueden ser un poderoso instrumento de potenciación de las habilidades, de las personas de más edad.
Se trata de un tema de una gran incidencia social, pero aparece oculto en el debate y las prioridades de cada día. Las variables demográficas son silenciosas y no forman parte de las urgencias de los llamados agentes sociales, muchas veces con una actuación de corto plazo ligada, por ejemplo, a los ciclos electorales.
Conseguir que las personas sigan activas, después de los 65 años, aparte de ser un derecho de las personas, tiene también efectos macroeconómicos y sociales muy positivos.
Está comprobado que una población de más edad que se mantiene activa, tendrá como efectos directos, una mejor calidad de vida, con una buena salud mental y una conducta competente y creativa. Estas fueron algunas de las conclusiones del citado informe Goldenworkers.
La importancia de la información sobre el acceso a cursos y, en general a la educación para las personas de más edad, es de vital importancia. En especial porque deben superarse varias barreras.
La primera barrera es abandonar la idea de que la formación es solamente para los jóvenes, desde luego que lo es, pero no únicamente, también para otras edades, dentro del concepto de aprendizaje a lo largo de toda la vida (lifelong learning), propio de la sociedad del conocimiento del siglo XXI.
Una segunda barrera a superar es perder el miedo a posibles barreras, tales como la llamada "brecha digital", dejando de lado ideas negativas como la idea de que lo digital es para personas jóvenes. En el caso de los jóvenes hablamos de "nativos digitales" porque ya han nacido es ese entorno, pero las personas mayores, con formación y motivación, pueden convertirse también en "digitales", dejando los prejuicios y estereotipos imperantes a un lado, mejorando la calidad de vida de las personas mayores y contribuyendo a una sociedad más equilibrada.
La nueva etapa vital, la posterior a la jubilación, deberá encararse con fuerza y determinación, adquiriendo conocimientos para afrontar nuevos retos. Unos retos que van, desde el desarrollo de una actividad a tiempo total o parcial, o también, prestando ayuda en entidades de economía social y solidaria, pero estando en el mercado, es decir, aportando valor, sin descartar posibles actividades emprendedoras que contribuyan a la realización personal y a la mejora de la sociedad. En este apartado incluimos las actividades de formación que han de ayudar a las personas a conseguir su desarrollo vital en cualquiera de las sendas que elijan seguir.
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