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Valores para la Misión educativa

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Luis M. Esteban Martín, Profesor de Lengua Castellana y Literatura del Colegio La Salle-Nuestra Señora de las Maravillas (Madrid)
La idiosincrasia de las organizaciones educativas ha hecho que históricamente la existencia de unos valores se haya sentido como algo implícito a su propia naturaleza y que, por tanto, no era preciso explicitar, ni mucho menos publicitar, de manera que el mero hecho de tener un carácter laico o religioso, o ser una organización con una tradición conocida dejaba entrever los valores que la inspiraban y que, por lo tanto, desarrollaba en su actividad cotidiana. Sin embargo, la necesaria modernización de la educación, el incremento de la oferta de centros educativos, la mejor información de padres y alumnos a la hora de elegir una u otra institución y la incorporación de estas organizaciones a los procesos de calidad han hecho que la explicitación de los valores que rigen una organización educativa sean esenciales para su éxito en un modelo educativo moderno, de calidad y competitivo.
 
Pero antes de fijar cuáles son los valores que han de presidir una organización educativa es fundamental tener claro que estos no pueden estar desligados de la Misión y Visión que tenga, ya que serán los valores los que identifiquen la forma peculiar en la que dicha organización intenta lograr los objetivos que se ha fijado y la manera en la que quiere ser percibida por sus clientes y la sociedad. Y es por esto por lo que a la hora de establecer los valores fundamentales haya que tener en consideración, en mi opinión, el modo en el que han de explicitarse y la necesidad de publicitarlos tanto a la propia comunidad educativa como al resto de la sociedad del entorno. Por su propia naturaleza, los valores son abstracciones recogidas en palabras que todos comprendemos, pero cuya interpretación no puede quedar al arbitrio de cada uno de los miembros de la comunidad, de manera que lo esencial a la hora de fijarlos en los Planes Estratégicos de la organización  no será tanto el número establecido como la existencia de  planes de acción concretos que aseguren que la actividad de esa organización está presidida en todo momento por esos valores y que los mismos son conocidos y, por ende, interiorizados por todos los agentes educativos. Además, dichos planes de acción deben recoger la necesaria periodización de la difusión y profundización en esos valores, ya que, a diferencia de lo que ocurre en organizaciones de otros sectores, en el educativo no solo se producen cambios en sus órganos directivos, o en el personal laboral, sino, y esto es muy significativo, en los receptores de su actividad: alumnos, familias y sociedad. Y, además, estos cambios se producen con una rapidez mucho mayor que en otros sectores, de ahí la exigencia de establecer la manera en la que periódicamente la organización dará a conocer los valores en los que se asienta si no quiere que los mismos queden convertidos en letra muerta.
 
Dicho esto, tres son los valores esenciales que considero que deben regir una organización educativa y que, en buena medida, aglutinan un conjunto de otros principios éticos: el sentido de pertenencia, la mejora continua y la coherencia.
 
Respecto al sentido de pertenencia, el hecho de que una organización educativa desarrolle una actividad que recae directamente sobre personas a las que no solo se quiere transmitir unos conocimientos, sino una formación integral, hace imprescindible que los actores de esa actividad se sientan acogidos, respetados y corresponsables del desarrollo de la misma y, además, que sean conscientes de las diferencias entre su organización y otras. Y si este principio se desarrolla plenamente generará otro fundamental para la pervivencia de la organización: la confianza de todos los agentes educativos y muy especialmente de familias y alumnos. La mejora continua se sitúa como un valor que, en la actualidad, es una exigencia. Los cambios metodológicos, la incorporación de la tecnología y las variaciones en la sociedad hacen imprescindible que las organizaciones educativas adapten constantemente sus modos de trabajo para responder a las demandas de sus clientes y no quedarse obsoletas. Si, como decía anteriormente, la necesidad de planes de acción concretos son imprescindibles para el desarrollo eficaz de los valores, en el caso que nos ocupa es prioritario. Cualquier intento de innovación sin la debida formación previa de quienes han de ponerla en práctica acaba siendo un fracaso ab initio. Finalmente, la coherencia es otro principio capital en una organización en la que la educación y la formación de personas son su epicentro. Este valor va  más allá de predicar con el ejemplo para convertirse en la exigencia de desarrollar la labor directiva y educativa desde la lógica y la conexión de los principios establecidos con el desempeño diario de la actividad.
 
Y todo ello no solo con la voluntad legítima de que nuestra organización sea un referente, sino con la de que la labor docente sea desarrollada cada vez  más por maestros que por meros profesionales.
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