Ante una comunidad de padres y profesores cada vez más alarmados por la falta de habilidades emocionales de los jóvenes nos podemos preguntar: ¿es posible la educación emocional? Sí, es posible, la experiencia de esos mismos educadores, psicólogos, padres y de los propios jóvenes nos permitirá encontrar respuestas eficaces. El objetivo del presente artículo será tratar de justificar esta respuesta.
Para delimitar bien este área de estudio se hace necesario definir qué se entiende por "educación emocional", según Bisquerra se trata de:
"Un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo integral de la persona, con objeto de capacitarle para la vida. Todo ello tiene como finalidad aumentar el bienestar personal y social" (Bisquerra, 2003)
Es por lo tanto un proceso complejo y exigente que comporta no sólo atender a la mera educación emocional de forma aislada, sino que se debe integrar dentro del proceso de crecimiento y maduración de la persona para alcanzar la felicidad. El hecho de subrayar que se trata de una educación continua y permanente lleva a situar a los educadores en una posición perenne de trabajo, de visión sagaz del objetivo a alcanzar, pues la persona se forma cada día y en todo momento. Como se ha mencionado el objetivo es absolutamente grandioso: capacitar a la persona para la vida. Ello pasa por llevar a término la máxima griega de "Conócete a ti mismo". De la filosofía clásica la psicología y la educación recogen la importancia de esta pregunta hallada en el tempo de Apolo en Delfos. El hombre siempre ha sido un misterio para sí mismo y precisamente por su naturaleza dinámica y en creación renovada no deja nunca de conocerse a sí mismo. La frase "Conócete a ti mismo" hace referencia al ideal de comprender la propia conducta humana, moral y el pensamiento, capacitándonos así también para comprender a los demás. Tomar en consideración esta frase supone ponerse delante de la verdad y "tocar" nuestro propio límite. Tanto educadores como educandos deben partir de esta máxima para lograr el desarrollo de dichas competencias emocionales que lleven a la persona a la plenitud de su desarrollo. Puesto el punto de partida para iniciar la educación emocional podemos constatar que, si bien es un contenido introducido hace poco tiempo en el currículum educativo actual de la mayoría de países occidentales, no es una materia nueva ni mucho menos.
Delimitado por tanto el área de estudio se hace imprescindible definir ahora el objeto del mismo, es decir, qué entendemos por emoción. La definición clásicamente empleada en psicología y en educación es la enunciada por Lazarus (Lázarus en Bisquerra, 2003):
"Una emoción es un estado complejo del organismo caracterizado por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada. Las emociones se generan como respuesta a un acontecimiento externo o interno"
A la complejidad de la población diana de la educación emocional, a la del ámbito de estudio se suma ahora la del objeto. Se define la emoción como una respuesta, como una manifestación a un acontecimiento que impacta en la persona. A lo complejo de estas respuestas se une también el hecho de que sean permanentes, pues las excitaciones o perturbaciones de la vida cotidiana son continuas.
Sabiendo la materia con la que se trabaja y lo complejo de la misma toca ahora desmembrarla en objetivos a trabajar por los alumnos. A continuación se señalan algunos que pueden a su vez aplicarse mediante ejercicios prácticos a situaciones concretas de la vida de los estudiantes.
Los objetivos de la educación emocional serán por lo tanto los siguientes (Bisquerra, 2003):
- Conciencia emocional. Se trata de ahondar en la competencia de conocerse a sí mismo y más en concreto de identificar y conocer las propias emociones. Una vez logrado este autoconocimiento se persigue la meta de señalar las emociones de los demás, incluso siendo capaz de saber dentro de un determinado ambiente social cual es el tono o clima emocional en el mismo. Se hace necesario por tanto poner como pilar una actitud adecuada para captar y estar atento el movimiento emocional propio y de los demás.
- Regulación emocional. El segundo objetivo hace alusión a la habilidad para gestionar las propias emociones adecuadamente. Se trata de poner en conexión el vínculo ente cada emoción, los pensamientos y las conductas que la siguen. Consecuencia de ello y también objeto de trabajo serán en este punto las estrategias de afrontamiento ante eventuales problemas donde la emoción inunde y la posibilidad de evocar emociones positivas que minimicen y contrarresten cualquier situación negativa.
- Autonomía personal (autogestión). Si la persona ha logrado señalar qué emoción está viviendo y la ha logrado regular ahora tocará gestionarla dentro del mar de emociones que se pueden dar en una misma situación. Estas emociones estarán conectadas con otros constructos como la autoestima, la forma de encarar determinadas situaciones, el pensamiento crítico ante los acontecimientos sociales, la habilidad para buscar elementos de ayuda y la propia independencia emocional.
- Inteligencia interpersonal. Mucho se habla de las inteligencias múltiples enunciadas por el famoso psicólogo Howard Gardner, entre las cuales se encuadra la inteligencia interpersonal. Hace referencia al hecho de generar vínculos emocionales positivos con otras personas. Dentro de este concepto amplio se incluye saber gestionar emocionalmente situaciones, comunicar de forma respetuosa opiniones, generar conductas de ayuda a otros o saber defender un punto de vista propio de forma asertiva.
- Habilidades de vida y bienestar. Aludiendo al objetivo principal de la educación emocional: lograr la plenitud de la persona y que esta llegue a desarrollar todas sus potencialidades, el último punto de trabajo persigue lo mismo. Consiste en posicionarse y tomar partido por conductas emocionalmente adecuadas ante cualquier evento problemático que se presente a la persona.
Bibliografía:
Bisquerra Alzina, R. (2003). Educación Emocional y competencias básicas para la vida. Revista de Investigación Educativa, 2003, Vol. 21, n.º 1, págs. 7-43.