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Una formación inicial para un maestro excelente
Artículo de opinión
Aunque las metodologías innovadoras se abordan desde un punto de vista conceptual y teórico en los estudios de magisterio, no existe una coherencia entre lo que se enseña y lo que se predica. En este sentido los universitarios estudian el método de indagación a través de lecciones expositivas y las técnicas de aprendizaje cooperativo sin colaborar con sus compañeros. La falta de vivencias personales y experienciales sobre estas metodologías vanguardistas dificulta que los futuros docentes puedan aplicar de modo conveniente estas metodologías y que, por lo tanto, se limiten a reproducir el modelo del que ellos mismos han vivido con sus puntos fuertes y débiles.
Parece obvio que no se pueden lograr maestros excelentes sin una formación inicial de excelencia. Difícilmente los universitarios interiorizarán su futuro papel de "orientador y guía" en el proceso de aprendizaje recibiendo pasivamente las instrucciones de unos profesores que ejercen el rol de puros "transmisores de conocimientos". Del mismo modo que resulta bastante improbable que los futuros docentes incorporen estrategias para el aprendizaje social y emocional sin haber tenido profesores que se preocuparan por entender sus preocupaciones, sus intereses y sus necesidades.
Las enseñanzas universitarias -y por imitación/extensión, las escolares- se basan en modelos donde el acceso al conocimiento sigue siendo la memorización de un contenido tedioso, poco motivador y descontextualizado. Y esto ocurre porque la formación universitaria se apoya generalmente en la mecanización y en la repetición de la información, antes que en la interrogación y en la duda.
Si en la formación inicial no se enseña a establecer relaciones para generar sentido y significado, el contenido que se aprende no es motivante, no despierta interés. Pero tampoco debería la enseñanza universitaria confinarse al terreno de los contenidos académicos. Es preciso además desarrollar entre los alumnos autonomía, habilidades de observación, capacidades críticas y empuje intelectual, preparándoles conceptual y emocionalmente para su futuro como docentes.
Un magisterio de excelencia sustituye de esta manera las metodologías expositivas e impositivas al estilo "así es" "así se hace", por "metodologías de la vocación", aquellas que fomentan la vertiente práctica y se apoyan en la experiencia, el descubrimiento y la construcción activa de los conceptos. Es así como se forman los maestros excelentes, aquellos que dejan de ser información para convertirse en un estímulo de investigación y de descubrimiento, aquellos que también saben desafiar y retar la mente del niño y que son facilitadores de su proceso intelectual creativo.
Una formación inicial que permita lograr maestros excelentes debe desarrollarse alrededor de métodos innovadores y experiencia práctica que preparen al alumno para enfrentarse a la realidad de las aulas, lo que no significa en modo alguno relegar los conocimientos teóricos. La teoría es útil y absolutamente necesaria, pero lejos de concebirse de forma abstracta y descontextualizada, "la teoría debería verse en la práctica". De hecho, los conceptos teóricos solo adquieren verdadera significación cuando se observan de forma directa en el alumno inmerso en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Se trata por tanto de facilitar espacios de práctica continua del alumnado universitario con el fin de que pueda vivenciar el futuro de su profesión y observar el desarrollo cognitivo de los niños en contextos reales. Al mismo tiempo se trata de incorporar a las aulas universitarias procesos de discusión y diálogo del tipo: "¿Qué pasaría si…?" "Supongamos que…" de manera que se estimule intelectualmente a los futuros docentes y se les prepare emocionalmente para enfrentarse a la realidad cotidiana de las aulas de primaria. Quizás así sea posible la formación de maestros excelentes. Un maestro que favorece constantemente la autocorrección. Aquel que en lugar de penalizar los intentos fallidos del alumno, utiliza estrategias de falsación o contraejemplos que no disuaden y frustran, sino que desafían y motivan al que aprende para seguir intentándolo. Los verdaderos maestros albergan capacidades para generar sonrisas y emociones positivas, potencian la autoestima, la confianza y la seguridad del alumno. Dan prioridad a la intuición, la creatividad y la reflexión y saben cómo despertar la curiosidad conectando con los intereses y pasiones de su alumnado.
Un docente excelente es también aquel capaz de fomentar un pensamiento autónomo, crítico y positivo. Un buen maestro potencia la comprensión y el razonamiento a través de actividades e investigaciones aplicadas.
Y sobre todo, un buen maestro facilita que sus alumnos se conviertan en ciudadanos capacitados, responsables y felices sirviéndose de la vocación y el trabajo bien hecho, al que sin duda acompaña de grandes dosis de dedicación y de cariño.
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