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Perfil y evolución del gestor-director de centros. En el gozne de la vida de una comunidad

Artículo de opinión


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Emili Boronat Márquez, Profesor del Grado de Educación Infantil y Primaria, en la Universitat Abat Oliba-CEU; Ex director del Col·legi Cardenal Spínola - Abat Oliba (Barcelona)
En el actual momento histórico vemos como se abren perspectivas inusitadas ante nuevos desafíos: irrupción de los medios y de los usos tecnológicos en la escuela, cambios sociales y expectativas laborales que modifican la percepción de los fines de la educación, internacionalización y globalización, alteración de las dinámicas familiares tradicionales, retorno a la escasez de recursos. Por otra, se pone de manifiesto un desconcierto profundo sobre la naturaleza de la escuela y de la educación, de sus fines, del papel del maestro. Siguen vivas las tensiones en la relación entre enseñar y educar, entre desarrollar las capacidades personales y las impuestas por las nuevas necesidades económicas.

Ninguna época está exenta de tensiones, pues la vida es cambiante. La escuela misma, cada escuela en concreto y cada proyecto educativo, son y se configuran como una respuesta a todas esas cuestiones. De ahí que la primera condición para la eficacia del sistema debiera ser la libertad. ¿Saben los gobiernos, que suelen seguir con demora los grandes cambios sociales, hacia dónde orientar el sistema educativo? ¿Conocen realmente la dirección en que se mueve nuestro mundo? Parece más natural pensar que es la propia sociedad, con su propio dinamismo interno, con sus capacidades, la que es capaz de ir respondiendo en su entorno a los desafíos que se le presentan. Los poderes públicos deben velar por el cumplimiento de las reglas del juego, velar por la asunción de unos mínimos indispensables, por la igualdad de oportunidades.El Estado no debe constreñir las iniciativas y las capacidades que desean ponerse al servicio del progreso social. Este principio educa indirectamente al ciudadano desde niño a responder también a los desafíos de su entorno dando lo mejor de sí mismo. De hecho, favorece la mentalidad de emprendedor.

La dirección de centro queda situada, le guste o no, en la encrucijada de todas las coordenadas simbólicas que expresarían  las fuerzas y tendencias, a veces opuestas, que confluyen en la escuela. Su función esencial consiste en mantener el nexo de unión de todas ellas para favorecer que su confluencia resulte creativa y generadora de los cambios convenientes. Veamos algunas: director gestor-director educador, necesidad de conservación-necesidad de adaptación, objetivos ideales-realidad del colegio, formación humanista-formación científico-técnica, formación del carácter-formación intelectual, cultura-profesionalización, desarrollo personal-desarrollo social, el niño que se es-el hombre que puede ser, familias-claustro, adultos-niños y jóvenes.

La primera competencia del director deriva de su vivencia de la cultura: su amor al saber y al bien de los educandos, actitud propia de todo buen profesor, es el motor de todas las acciones directivas. Esta competencia promueve en el profesorado una disposición a la mejora de los conocimientos y de los medios didácticos. Favorece un ambiente del gusto por aprender. Ante todo un director es un maestro.

La segunda es la capacidad de escuchar, de impulsar el diálogo en el seno del claustro con el fin de diagnosticar el estado y evolución de las acciones educativas para la consecución de los fines. Liderar y moderar la implicación del profesorado para que pongan al servicio de los objetivos acordados sus capacidades y conocimientos.Un director es un promotor prudente del cambio a partir de lo permanente.

La tercera competencia es un conocimiento suficiente de las condicioneslegales y administrativas del sistema para salvaguardar los fines educativos del Colegio, sus métodos propios en lo didáctico y organizativo sin romper las reglas de juego del sistema. Un director es un gestor que busca las oportunidades del sistema sin ser desleal a sus reglas de juego.

La cuarta es la capacidad de explicar y de poner en valor ante los padres el proyecto educativo del colegio y de todo cuanto éste comporta con el fin de suscitar la confianza, el apoyo y el compromiso de las familias. Ha de procurar mostrar que la tarea educativa está en un constante camino de mejora, al igual que el niño lo está de crecimiento. La implicación familiar mejora el clima y la acción del colegio. A su vez ha de suscitar en el claustro el deseo de corresponder a esa confianza de los padres con su entrega. Finalmente debe velar para que los chicos aprecien con su trabajo responsable el de sus maestros y, como hijos, el esfuerzo y confianza de sus padres. El director es valedor de la confianza de los padres en los maestros, y del compromiso de los maestros ante los padres. Así mismo, mueve a los alumnos a la gratitud para con adultos que los educan: los padres y los maestros.

En quinto lugar, el director debe tener el juicio suficiente para discernir el rumbo de los cambios que en el entorno cultural, social y económico se producen. Orienta los enfoques de enseñanzas clásicas o tradicionales, aprovechando sus múltiples posibilidades, en lugar de descartarlas cediendo ante las modas, a la vez, integra nuevos contenidos o métodos. Este proceder sirve al desarrollo de las capacidades adaptativas de los alumnos, al tiempo que permite un aprendizaje integrador y crítico, evitando el oportunismo o el utilitarismo. El director conserva innovando, innova consolidando.

El director ha de poder ejercer de juez prudente en los conflictos que de modo natural se dan en la compleja vida de toda la comunidad educativa, favoreciendo la superación de los puntos de vista emocionales y promoviendo un diálogo sincero entre las partes. Fundar de nuevo la relación de confianza a partir de la asunción de limitaciones y errores, así como de la bondad de los deseos de cada parte, constituye una de las experiencias más constructivas del crecimiento educativo de padres, alumnos y maestros. El director es un promotor de la renovación de la confianza y de la esperanza, condición necesaria para la superación personal y comunitaria.

El director debe tener una cierta capacidad de reconocer las capacidades y talentos de los miembros del claustro y buscar el estímulo para su desarrollo en favor de la comunidad educativa. Ayudar a superar las rutinas es más una cuestión de crecimiento de las personas en un sentido vocacional, que de cambios periódicos en los organigramas y en los esquemas de funcionamiento de los centros. Esa misma acción debe dirigirse a los alumnos más capaces de excelencia y a los padres más dispuestos a colaborar en la vida del colegio. La desconfianza hacia las personas que poseen mejores capacidades en algún aspecto que el propio director es, seguramente, el freno mayor al aprovechamiento de verdaderos talentos y capacidades en los centros. El director es un promotor del desarrollo y aprovechamiento de las capacidades personales.

El director debe promover que la experiencia de convivencia en un ámbito social y humano complejo como es el colegio, se convierta en una oportunidad de educación cívica y política. Evita la politización ideológica en la justificación de las normas, acciones y decisiones, pues esto sería contrario a una educación para la convivencia en una sociedad plural y genera actitudes excluyentes. Ha de favorecer que la vida comunitaria sea una experiencia de acatamiento responsable de las normas, de asunción de responsabilidades por los alumnos para la mejora de la comunidad, de participación en la gestión de conflictos, aplicando el principio de subsidiariedad: cuanto puedan hacer los alumnos, mejor no lo resuelvan los adultos. El director es un educador para la vida en común y el gobierno justo.

El refugio en la simple gestión, en la promoción comercial, en el deseo de contentar siempre a las variopintas reclamaciones de clientes desorientados, el buscar cumplir escrupulosamente con la administración y sus expectativas, son algunos de los males más frecuentes que acechan a los directores de centros educativos. Más que correa de transmisión o cúspide de una pirámide de jerarquía de autoridad, el director se sitúa en el centro de la vida de una comunidad diversa en edades e infinitamente rica en posibilidades humanas de crecimiento y de sentido. Su tarea, más que función, no es sino expresión de su propia riqueza de carácter y de sus actitudes vitales, de su buen ser de educador y de sus virtudes.
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