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Los rankings universitarios, desde una perspectiva realista y constructiva

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José Santiago Fernández Vázquez, Vicerrector de Coordinación y Comunicación de la Universidad de Alcalá (Madrid)
Las ventajas que para una universidad tiene figurar en los rankings son evidentes, y más en estos tiempos en que las fronteras académicas parecen diluirse, y las universidades compiten en el ámbito internacional por atraer a los mejores estudiantes, profesores e investigadores, así como a empresas con las que firmar cátedras de investigación y poner en marcha empresas de base tecnológica.

Figurar en un ranking supone hacerse visible en el panorama internacional, consiguiendo un reconocimiento externo y objetivo que ponga de relieve las fortalezas de una universidad. Cada vez más, los centros de educación superior seremos evaluados por la posición que ocupamos en estos índices, y eso debe suponer un estímulo y un reto para seguir mejorando nuestra actividad día a día. También constituye un respaldo para nuestros estudiantes, muchos de los cuales tratan de abrirse camino fuera de España una vez concluida su formación. Tener un título académico impartido por una universidad de prestigio, bien posicionada en los rankings internacionales, redunda en la mejora de las posibilidades de inserción laboral de los estudiantes en un mercado laboral cada vez más globalizado.

Pero los rankings han de ser analizados en detalle, tanto en sus resultados globales como específicos, y deben contrastarse unos con otros. No debemos quedarnos en la foto fija del titular, sino que debemos comparar las distintas clasificaciones y examinar su metodología con rigor. Para poder evaluar adecuadamente la posición que cada universidad ocupa en un determinado ranking, hemos de prestar atención a los criterios específicos que se emplean para establecer la clasificación, pues no todos los rankings miden lo mismo ni conceden la misma importancia a las distintas misiones que las universidades debemos satisfacer. Por ejemplo, el Ranking Mundial de Universidades de Shanghái (ARWU), uno de los más conocidos,  otorga una gran importancia a la presencia de Premios Nobel entre la plantilla de profesores, algo que sin duda, es motivo de orgullo para cualquier universidad, pero que no ha de traducirse inmediatamente en una mejora automática de la docencia. Este es, además, un criterio que, desafortunadamente, no está en estos momentos al alcance de las universidades españolas. Conviene quizás recordar las palabras que pronunció recientemente el rector de la Universidad Politécnica de Madrid, Carlos Conde, en su discurso de apertura del curso académico 2013/2014: ‘Nadie esperaría que hubiese equipos de beisbol españoles entre los cien mejores equipos del mundo, con la inversión que en nuestro país se realiza en este deporte'. Teniendo en cuenta los drásticos recortes a los que se ha sometido en los últimos tiempos a las universidades españolas, los resultados que arrojan los últimos rankings internacionales conocidos son muy meritorios: según el índice QS (QS WorldUniversity Ranking), 17 universidades españolas están entre las 700 mejores del mundo (de las más de 17.000 universidades existentes y las más de 3.000 preseleccionadas por su alta calidad docente e investigadora). Si atendemos a la clasificación por materias científicas, en el ranking de QS (QS Subject Ranking) hay 17 universidades españolas entre las 200 mejores del mundo y 43 de ellas están entre las 400 primeras. A este respecto, tal y como afirmaba Xavier Grau, rector de la Universidad Rovira i Virgili recientemente en el diario ‘El País', en relación con el Ranking de Shanghái, ‘España es el sexto país del mundo en número de universidades que se sitúan entre las 200 mejores en alguna disciplina o ámbito'.

En suma, las universidades españolas debemos esforzarnos por estar en los rankings, y emplearlos como un instrumento que haga visibles nuestras fortalezas y nos permita corregir nuestras debilidades, ayudándonos a progresar en un mercado cada vez más competitivo. Pero al mismo tiempo debemos relativizar la importancia de estas clasificaciones, y esforzarnos en aquello que realmente suponga una mejora en la calidad de nuestra docencia y de nuestra investigación. Así lo hacemos en la Universidad de Alcalá (UAH): por segundo año consecutivo nos situamos, según el índice QS, entre las 700 mejores universidades del mundo. Además, en algunas áreas, como la Geografía y los Estudios Ingleses, figuramos entre las 300 mejores. También hemos logrado buenas posiciones en otro de los más prestigiosos índices internacionales, el ranking de Shanghái, que sitúa los Estudios de Informática y Ciencias de la Computación de la UAH (ComputerScience) (Ingeniería Informática, Sistemas de Información e Ingeniería de Computadores) entre los 200 mejores del mundo. Pero en la UAH tampoco olvidamos nuestro compromiso social con los ciudadanos, acreditado en distintos estudios y rankings internacionales, pues esta misión resulta fundamental en una universidad pública y debe tenerse en cuenta en los "rankings". Así, por ejemplo, la Universidad de Alcalá es la primera universidad española y la número 31 en políticas de sostenibilidad medioambiental, según el índice internacional GreenMetric, o la tercera universidad española en transparencia, según el último informe de la Fundación Compromiso y Transparencia. Igualmente, el índice internacional QS Stars concede a la UAH la máxima calificación posible en sus políticas de compromiso social, junto con otros aspectos propios de la actividad universitaria, como la calidad docente, la internacionalización o la innovación. Este ejemplo muestra, una vez más, que es necesario obtener una visión global de los distintos aspectos de la actividad universitaria, si queremos obtener un retrato fidedigno de nuestro sistema de educación superior.
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