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Rankings universitarios y elección de universidad: una relación imposible

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Joan Francesc Fondevila Gascón, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado de la Universitat Abat Oliva - CEU (Barcelona)
Los investigadores que amamos la ciencia y que dedicamos una cantidad ingente de horas a esa vocación sonreímos cada vez que topamos ante la retahíla de rankings educativos de todo tipo. La escasa o nula fiabilidad de la métrica utilizada y la incapacidad de esos rankings de relativizar (el concepto de ratio parece desconocido para ellos) les resta casi toda credibilidad.

Con los rankings ocurre como con los grupos de investigación. Así, en muchas universidades, se pretende crear la mayor cantidad de grupos para poder blandir ese dato internamente o de cara a la galería. Al final, un grupo de investigación eficaz es aquel que cuenta con un liderazgo claro, que crea metodologías científicas originales, rupturistas, aplicables y aprovechables por la empresa, que publica en journals de prestigio (sean JCR o In-Recs, por ejemplo, a poder ser en primer cuartil), que lo hace con frecuencia, que obtiene premios y reconocimientos científicos y que agrupa a un elenco de investigadores internacionales especializados en el objeto o los objetos de estudio (si se analizan intersecciones) en cuestión.

Por tanto, una universidad de reducidas dimensiones, con una escasa cantidad de grupos de investigación, pero muy activos, consiguiendo resultados objetivos, puede superar claramente a una universidad de gran envergadura. Evidentemente, lo normal es que la victoria sea en términos relativos: si, por poner un ejemplo, 3 grupos de investigación de una universidad con 130 profesores y 2.000 alumnos publican 15 artículos anuales en journals, y 12 grupos de investigación de una universidad con 1.000 profesores y 15.000 alumnos publican 30 artículos, cualquier analista con un mínimo de rigor determinará que la universidad pequeña es mejor que la grande. La ratio de la pequeña es claramente superior.

En ese entorno investigador, como en los diferentes sectores empresariales, al tratarse de áreas científicas específicas en las que los involucrados controlan y monitorizan los resultados propios y los de la competencia, cada uno es consciente de la posición que ocupa. Cuando es la primera en investigación en el ámbito propio, se relativizan totalmente otros rankings, normalmente más generalistas y que dependen de multitud de factores exógenos.

Otros parámetros deben ser tenidos en cuenta para valorar correctamente la actividad investigadora: el journal en el que se publica, el cuartil del artículo publicado, el peso del área científica objeto de estudio, su aplicabilidad al ámbito de la empresa (por ejemplo, el trío comunicación-telecomunicaciones-informática, debería liderar por peso social y cantidad yacimientos de ocupación ese factor de impacto) y otros indicadores que, curiosamente, la mayor parte de empresas o entidades que publican rankings no tienen en cuenta. Eso, si no son escondidos o no se publicitan con claridad, probablemente para evitar el escarnio público. Sin transparencia, no hay ranking que valga.

Ejercicios homogeneizadores tan sencillos como los aquí expuestos escapan a la mayor parte de rankings. La clave, por ende, no reside en los datos absolutos, sino en su carácter relativo. La clave no son cantidades en bruto, sino filtradas, analizadas cualitativamente, de forma racionalmente comparativa. La fórmula utilizada debe ser validada y consensuada por la comunidad científica, como precisamente ocurre con las publicaciones científicas.

El fenómeno es proclive a paralelismos con las métricas en redes sociales. El surgimiento de empresas que intentar establecer un marcador de la actividad en redes va de la mano del reconocimiento, por parte de esas compañías, de la dificultad o la imposibilidad de establecer unos resultados que aúnen de forma equilibrada el aspecto cualitativo y el cuantitativo. Algunas de esas empresas valoran por igual un post muy compartido y con muchos likes en un blog científico que un tweet sobre el "botellón" del sábado noche. Inexactitudes de esa naturaleza son las que se dan en los rankings universitarios.

Más allá de esas consideraciones, y en el supuesto de que mejorara de raíz la fórmula y la transparencia de los rankings, y éstos fueran consensuados por la comunidad universitaria, siempre se debería tener en cuenta el factor de relatividad en función de la cantidad de docentes y estudiantes.

Pese a que es posible que algunos estudiantes puedan sufrir la tentación de atender esas clasificaciones, diversas investigaciones científicas (publicadas en journals) que hemos llevado a cabo en la Universitat Abat Oliba CEU (UAO CEU) reflejan que el principal factor de elección de universidad es la proximidad geográfica, y que las referencias más recurrentes son la decisión familiar, recomendación familiar, recomendación de estudiantes universitarios, recomendación de antiguos alumnos de la universidad, recomendación del profesor/tutor/orientador, recomendación de amigos o comentarios leídos en los foros de Internet y portales específicos (crece el peso de las redes sociales), promoción e información directa a los alumnos potenciales (visitas a escuelas, mailings...) o difusión de la universidad en los medios de comunicación. Otros factores son el conocimiento de la universidad, el profesorado, la internacionalización del centro, la bolsa de trabajo o servicios diversos. Como se puede observar, de los rankings, ni rastro. Sin métrica correcta no hay relación ni correlación. Por ende, entre rankings y elección de universidad la relación es imposible.
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