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Los rankings han venido para quedarse, y si están aquí, debemos figurar en ellos

Artículo de opinión


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Enric Canela Campos, Vicerrector de Política Científica de la Universitat de Barcelona (UB)
Los rankings universitarios aparecieron de forma explosiva hace unos años. Cada día tenemos más y su número se incrementará con seguridad. Los rankings son, por otra parte, un campo de investigación de los investigadores del ámbito educativo y bibliométrico, lo cual favorece su proliferación. Unos tienen más prestigio que otros, y su grado de objetividad es muy diverso. Algunos ranking incorporan la opinión de las diferentes partes interesadas —profesorado u ocupadores— y otros simplemente incluyen datos objetivos, como por ejemplo el Academic Ranking of World Universities (ARWU), conocido como ranking de Shanghái y elaborado por el Centro para Universidades de Clase Mundial de la Universidad Jiao Tong de Shanghái. Los ranking ponderan según métodos diferentes y algunos normalizan por la media, mientras que otros no. Todos tienen algún sesgo que depende de los indicadores que se utilicen para comparar, en algunos casos derivados de los intereses de quienes los han promovido.

Quizás es un ejercicio teórico interesante preguntarse si es bueno o malo que existan; pero finalmente importa poco: los rankings han venido para quedarse, y si están aquí, nosotros tenemos que figurar en ellos, y cuanto mejor posicionados, mejor.

De forma análoga a lo que en Física indica el principio de incertidumbre de Heisenberg, los ranking, como elementos de medida que son, provocan modificaciones en el comportamiento de las universidades, que cambian sus prácticas por el solo hecho de ser observadas. Algunas universidades que quieren aparecer bien situadas realizan acciones para mejorar posiciones, a pesar de que en algunos casos esto no es sencillo.

Nosotros tenemos herramientas bibliométricas para identificar fortalezas en investigación; pero no conozco ninguna que objetivamente evalúe la calidad de la docencia de las universidades. Tampoco sabemos muy bien qué es la calidad docente. ¿Un mejor conocimiento de las competencias específicas? ¿Una combinación entre competencias específicas y transversales? ¿Tener mejores instalaciones? Así como el informe PISA nos aporta información sobre la calidad de la enseñanza preuniversitaria, no tenemos ninguna medida análoga para las universidades. En definitiva, los ranking miden resultados de investigación, los combinan y ponderan, incorporan algunas ratios sobre estudiantes y profesorado, datos sobre internacionalización y, en algunos casos, opiniones: aun así, no se incluye en ellos ninguna medida objetiva sobre docencia.

En mi opinión, es bueno que los candidatos busquen asistir a universidades de calidad elevada. Sin embargo, los estudiantes podrían inferir que una universidad muy posicionada en las clasificaciones será mejor que otra que no lo esté; pero esto es una gran simplificación. Pondré un ejemplo a riesgo de comprometerme: yo no me atrevería a afirmar que la Universidad de Barcelona o la Universidad Autónoma de Barcelona forman mejor en Química que la Universidad de Girona, a pesar de que las dos primeras están mejor posicionadas en todos los ranking. Podría hacer valoraciones subjetivas, pero ninguna objetiva. Yo aconsejaría al candidato, si puede elegir universidad, que se informe bien y que analice concretamente el ámbito de estudio. Aquí, de momento, el mercado no valora mucho las clasificaciones. Las ligas universitarias y los rankings son más propios de la cultura anglosajona.

Finalmente, lo que importa a un estudiante no es la posición de una universidad en los ranking, lo que realmente le interesa es si dicha universidad forma bien en aquello que quiere hacer, y si le da otras competencias sin que esto vaya en detrimento de la formación principal. Pondré un ejemplo: ¿qué le pediríais como estudiantes a una facultad de Medicina? ¿Y cómo enfermos?

En investigación no se atiende mucho a las clasificaciones: si alguien quiere hacer un doctorado y tiene libertad de elegir y los medios para moverse, lo que tendría que hacer es buscar la calidad de la investigación en el tema de su interés e intentar formarse allí donde sea mejor el grupo de investigación o el investigador que tendrá que guiarlo.

Aquí, las escuelas de negocios son mucho más dependientes de los rankings que las universidades. En algunos casos, esas clasificaciones deben de medir realmente calidad; pero en otros parecen más un signo distintivo, como el de una marca cara. Sin entrar en valoraciones de calidad, y yéndonos lejos de aquí, haber estudiado en Eton es un signo de distinción: es haber estudiado en la escuela más famosa del mundo; pero eso no supone necesariamente que sus graduados sepan más de nada ni que sean mejores ciudadanos, sino que forman parte de un club selecto.

De todas formas, como decía, en el campo de la enseñanza preuniversitaria hay indicadores suficientemente buenos como para poder elaborar clasificaciones y yo, sin duda, los mostraría. Introducir el elemento de medida hace modificar el comportamiento. A buen seguro, incorporar los ranking al mundo de la formación preuniversitaria haría mejorar la calidad de la enseñanza; aunque quizás introducirían un ruido en el sistema —cuando los padres no tienen la posibilidad de escoger— que no convendría a los responsables políticos.
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