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Cuando orientar es aceptar el "quizá"

Artículo de opinión


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Silvia Gabriela Vázquez. Directora de la Diplomatura Interdisciplinaria en responsabilidad Social y Resiliencia de la Universidad de la Marina Mercante (Argentina). Miembro de la Red Latinoamericana de Profesionales de la Orientación
"La educación tiene que ver con el quizá (…) Y es ahí (…) donde dar a pensar (sin anticipar el pensamiento del otro) es también dar lo que no se tiene"  (Larrosa, 2009)

Cuando eran otros –la tradición, la clase dominante, los empresarios, los gobiernos- quienes decidían la especialidad, distribución y número de empleos, los adolescentes encontraban un escenario rígidamente estructurado de posibilidades de estudio.

Del mismo modo, cuando otros -los padres, el "test vocacional", los profesores- se ofrecen a decidir por ellos, muchos jóvenes se ahorran la tarea de pensar y se conforman con un destino casi trazado de antemano.

En el mundo cambiante en el que vivimos actualmente, es poco probable saber qué profesiones serán las más demandadas en el futuro.  Sin embargo,  la orientación vocacional sigue teniendo un valor insoslayable, no para entregar respuestas definitivas, sino para ayudar a construir proyectos personales flexibles y genuinos.

Hoy, quienes nos dedicamos a la orientación, intentamos hacer equilibrio entre la vocación de quienes nos consultan y la turbulenta realidad posmoderna que se empeña en mover nuestras escasas certezas.

Utilizo la preposición "entre", no como límite que atrapa o confunde, sino como espacio de tensión que nos acompaña, ida y vuelta,  desde aquello que nos apasiona hacia aquello que se nos ofrece como demanda externa constantemente cambiante.

En ese recorrido debemos lidiar con nuestro humano impulso de aconsejar que alguien estudie esa carrera que el presente arroja como "conveniente" - tal vez porque, como ha escrito José Vasconcelos, "manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra"- y focalizarnos en el reconocimiento de sus fortalezas.

Son esas capacidades, inteligencias, habilidades -pero especialmente la actitud de compromiso y predisposición hacia el diálogo interdisciplinario- los recursos que le permitirán, en un futuro imposible de imaginar, conseguir un empleo.

Las últimas encuestas sugieren que carreras como Ingeniería Industrial, Comercio Internacional, Administración de Empresas o Ingeniería en Sistemas son algunas de las profesiones más demandadas por el mercado laboral. Sin embargo ¿lo serán también en el próximo decenio, cuando quienes hoy cursan su educación media se inserten profesionalmente?

Se trata de no descuidar aquello que la sociedad pide o necesita, ni traicionar a la propia vocación.  Preservarla y darse tiempo para elegir… porque así como la educación tiene que ver con el "quizá", orientar en el siglo XXI implica aceptar la incertidumbre.

Del "consultante desorientado" al "acreedor"

"Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula" (Antoine De Saint Exupery, 1943)

¿Tiene sentido orientar hacia los estudios más demandados por el mercado laboral presente a quienes trabajarán en el futuro? ¿Es tarea del orientador intentar encontrar una especie de "fórmula" para orientar a los desorientados? ¿O su función consiste en guiar responsablemente a quienes se enfrentarán con ese mañana incierto, considerando su derecho a elegir libremente?

Según el diccionario, es "acreedor" quien tiene mérito para obtener algo o derecho a exigir el cumplimiento de una obligación contraída por dos partes con anterioridad.

Propongo entonces, que tomemos a quien solicita una orientación, no como "desorientado" sino como "acreedor".  En el sentido de alguien que ejerce su derecho a pedir que se le otorgue la libertad de elegir, así como el mérito para obtener la confianza en que su decisión será responsable, coherente y oportuna de acuerdo a la situación que deba atravesar.

En determinados casos, la familia no tiene la apertura suficiente para aceptar que el joven estudie una carrera diferente a la esperada y a través de diferentes actitudes -a veces francas, otras encubiertas- lo presiona para que cumpla con sus expectativas, aún en contra de sus deseos.

Si bien el consultante no puede exigir un resarcimiento por perjuicios, comprobamos, en numerosas ocasiones, que se produce realmente un daño. 

Este daño afecta su presente, ante la pérdida de oportunidades –y de tiempo- mientras cursa materias totalmente contrarias a su vocación, con la angustia, la sensación de culpa o la inseguridad que esto genera. 

No obstante, existe una consecuencia aún más grave: Formarse en una disciplina para la que no se tiene aptitud ni interés, obstaculiza el desempeño laboral futuro, con los efectos nocivos que esto representa para la autoestima y la autoeficacia.

Por otra parte, ser productivo en un trabajo significativo es uno de los 14 rasgos fundamentales asociados a la felicidad (Fordyce, 2000). Si tenemos en cuenta que desempeñarse en un ámbito laboral sin relación alguna con la vocación, disminuye la productividad, comprenderemos que una orientación vocacional irresponsable, no sólo perjudica a los empleadores sino que atenta contra el bienestar psíquico de los trabajadores.

¿Hace falta entonces responder si tiene sentido orientar hacia los estudios más demandados por el mercado laboral, cuando éstos pueden ser diferentes dentro de unos años?

Si algo tiene realmente sentido en esta compleja cuestión, es ayudar a los jóvenes a tomar decisiones criteriosas, que –sin dejar de lado el contexto familiar, socioeconómico, político y laboral- se sostengan en una vocación auténtica.

Vocación que, si ha podido ser construida, aceptada y valorada por  ellos mismos, hallará un espacio para desarrollarse aún en el ámbito más inesperado o adverso.
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