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Plan Bolonia: los protagonistas hacen balance

Artículo de opinión

El Plan Bolonia fue objeto de especial atención informativa antes de su implantación, sobre todo debido a la contestación que generó, tanto por parte de los estudiantes como de los profesores. En la actualidad pocos medios de comunicación hablan de este plan europeo, entre cuyos principales objetivos cabe destacar la mejora de la calidad de la educación superior y la movilidad de los estudiantes dentro del llamado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Para saber cómo está funcionando, cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles, lo mejor es hablar con sus protagonistas, ahora que se gradúa la primera promoción. En este reportaje nos lo cuentan.

  • 15/01/2013

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Daniel Romaní. Escritor, periodista y colaborador de Educaweb
Dificultades en su implantación

La implantación del Plan Bolonia -que algunos han comparado con la del euro, no tanto por tratarse también de ámbito europeo sino sobre todo por su complejidad- no ha sido una tarea nada fácil. Los elementos comunes de los sistemas universitarios de los países de Europa eran, antes del Plan, escasos. "Como todo proceso de cambio en una máquina grande y antigua, su implantación ha producido muchos chirridos. De todas formas, no sé hasta qué punto es Bolonia quien ha provocado los chirridos o es el modo en el que se ha implantado Bolonia en cada Facultad en concreto", dice Arturo Elosegi, catedrático de ecología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad del País Vasco.

Elosegi recuerda que "el Plan Bolonia daba la oportunidad de rediseñar el mapa de titulaciones y los contenidos de cada titulación, y de hacerlo no en base a los equilibrios de poder de los distintos ámbitos universitarios sino en base a lo que se supone que debería saber hacer una persona con una determinada titulación, eso que hoy en día llamamos las competencias. Mi impresión es que ha habido grados que se han diseñado siguiendo criterios muy razonables, mientras que en otros se ha perdido una  oportunidad de oro y han mantenido el status quo". Y añade: "Cuando comento con mis colegas los problemas que produce la implantación del Plan Bolonia, me da la impresión de que las distintas opiniones que recibo reflejan más las peculiaridades de cada departamento (elementos como la proporción de estudiantes por profesor) o las preferencias de estilo de cada persona, que una fortaleza o una debilidad real del Plan".

"Hay grados que se han diseñado muy bien, otros que son sólo licenciaturas descafeinadas. En principio, no veo razones para que los grados funcionen peor de cómo funcionaban las licenciaturas. Es muy fácil lamentarse del declive en el nivel de la educación, e idealizar la formación del pasado, de cuando nosotros estudiábamos. La realidad es que los estudiantes españoles son extremadamente competitivos a nivel internacional, y no creo que la reducción de la duración de los estudios para acercarla a la práctica habitual en Europa les afecte negativamente", dice Elosegi.

Hace una década (2002) que empezó el largo proceso de reconversión al modelo Bolonia, un proceso que Esther Giménez-Salinas, que ha sido rectora de la Universitat Ramon Llull durante todo el proceso de adaptación de la universidad al Plan Bolonia (dejó el cargo a finales del curso 2011-12) describe como "un inacabable tejer y destejer en función del ministro o de la ministra de turno. En estos años hemos tenido hasta seis ministros de Educación, cada uno de los cuales ha querido implantar su programa, con la consiguiente destrucción de una parte de lo que se había realizado anteriormente. Así hemos hecho y deshecho el camino hasta alcanzar la meta de la implantación de Bolonia en 2008, con seis años de retraso respecto la media europea", subraya Giménez-Salinas, y dice que "estos años han sido una locura para nuestras universidades: nos hemos visto obligados a reconvertir todos nuestros estudios a grados y másteres; a ser evaluados, corregidos y en algunos casos incluso suspendidos por las agencias de calidad". Finalmente Giménez-Salinas afirma que "la tarea de adaptación que se realizó durante todos estos años fue muy dura. En mi universidad, en la que reconvertimos unos 80 títulos, si contamos las horas de dedicación que supuso la gestión, planificación y adecuación de los títulos, así como el proceso de tramitación, he calculado que supuso un coste aproximado de 1.500.000 euros, que tuvimos que asumir íntegramente nosotros".

El alumnado

Eulàlia Solé, estudiante de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra, que pertenece a la primera promoción del Plan Bolonia, afirma que "pese a los inconvenientes evidentes, he encontrado muchas ventajas: participación, clases en grupos pequeños, presentaciones orales, trabajo continuo, etc. Desearía destacar sobre todo la importancia de la evaluación continua, que te hace trabajar permanentemente en las diferentes asignaturas y por tanto te impide "descolgarte" de la materia. Aunque esto para algunos también es un problema porque dificulta la compaginación laboral; debido a la actual falta de becas, muchos estudiantes estamos trabajando", explica.  Y señala como nota negativa el hecho de que "las clases se han convertido en una pequeña introducción superficial de los temas; algunos profesores te dan una lista de libros que no sabes ni por dónde empezar a leer... y acabas teniendo menos horas de clases y además sin saber muy bien qué tienes que hacer en casa".

Por su parte, Arturo Elosegui, que está en contacto permanente con el alumnado, opina: "Me da la impresión de que los estudiantes están contentos, aunque la mayor parte de ellos sólo ha conocido el sistema nuevo, por lo que no pueden comparar".

El profesorado

En relación a cómo se ha adaptado el profesorado, Arturo Elosegui señala que "hay quien está desbordado y hay quien sigue funcionando más o menos como antes. Pero incluso cuando estamos desbordados, me parece que el problema es no tanto Bolonia como el aumento de burocracia que hemos sufrido con su implantación. Por ejemplo, se han creado numerosas comisiones para diseñar cada uno de los aspectos de Bolonia dentro de cada titulación (léase tutorías, horarios de clases prácticas, trabajos de fin de grado...), y cada una está realizando su trabajo lo mejor que  puede, pero a menudo ignorando que en conjunto están obligando tanto al profesor como al alumno a una carga burocrática excesiva".

Una de las críticas más habituales que recibe el colectivo de profesores es que algunos aún no han realizado "el cambio de chip". La estudiante de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra Eulàlia Solé opina que "los seminarios acaban siendo una continuación de las clases magistrales o simplemente no han sido preparados, y el resultado son dos horas poco provechosas. Además, la mayor incongruencia es que los profesores ponen mucho trabajo a los estudiantes durante la evaluación continua -lo cual no me parece mal- pero no te devuelven los cuatro ensayos que has tenido que escribir durante el trimestre hasta después del examen final -que se realiza al final del trimestre-"; y añade: "Si no recibes "feed-back", no hay posibilidades de mejorar".

Solé lamenta finalmente la "falta de aplicación por parte de los profesores que estaban acostumbrados a sólo corregir los meses de exámenes finales. Supongo que también están desbordados, presionados por la investigación y el aumento de horas (sumado a la reducción de salario)".

Conclusiones

Se han tardado varios lustros a homogeneizar el sistema universitario europeo -la Declaración de Bolonia fue firmada en 1999-. ¿Se ha conseguido en este tiempo aumentar la calidad de la docencia y de la investigación en la universidad? Parece que sí, aunque  habrá que auscultar el sistema universitario dentro de unos años para confirmar esta tendencia.  

"La comunidad universitaria es bastante conservadora, en el sentido de que le cuesta adaptarse a los cambios", reconoce Elosegi. Y concluye: "La "libertad de cátedra" se utiliza a menudo como excusa para no cambiar, y es demasiado fácil echar la culpa de cualquier problema de rendimiento al alumno. También es cierto que se pretende cambiar el producto sin cambiar la maquinaria universitaria, es decir, ofrecer algo distinto pero con la misma plantilla de profesores y personal de servicios que antes. En el caso de Bolonia, todavía llevamos poco tiempo para poder apreciar realmente cuáles han sido los aspectos positivos y cuáles hay que mejorar".
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