La creatividad, la empatía, el pensamiento crítico, la flexibilidad, la humildad y las ganas de continuar aprendiendo, son competencias tan esperables como la formación académica adecuada en quienes llevan a cabo esta labor.
También los son, la capacidad de captar integralmente la problemática de quien atraviesa el momento de elección, teniendo en cuenta el impacto que su decisión puede acarrear en su entorno, tolerando la eventual frustración propia y ajena.
Evitar metas poco realistas, ambiguas o inconmensurables, mantenerse actualizado, revisar la metodología de trabajo empleada, supervisar la tarea y re-evaluar la propia elección profesional periódicamente, son intentos muy válidos destinados a optimizar su desempeño.
Sin embargo, dado que nada implica más cambios que el hecho de vivir, un profesional que se dedique a ayudar a otros a construir un proyecto de vida, debería ser por sobre cualquier otra cosa, alguien que no sólo permita -y se permita- el error, sino que además promueva la construcción positiva a partir del mismo.
Un buen orientador conjuga ética y libertad desistiendo de la actitud expeditiva que lleva a clasificar las vocaciones o las personas como si se tratasen de un catálogo de bazar.
No son pocas las ocasiones en las que quienes solicitan orientación al finalizar sus estudios secundarios reclaman una especie de autorización externa para recortarse de un decorado perfectamente instalado por otro.
Algunas de las escenas que vemos con frecuencia en las consultas son:
- A consultorio equipado, odontólogo puesto, apretando los dientes para no decir "no, este no es mi deseo"; "quiero ser periodista, ingeniero o maestro".
- A estudio de arquitectura funcionando, arquitecto calzándose el casco abdicado por un padre o un abuelo; Ajustándolo, para que no se le escapen sus verdaderos sueños de psicólogo, músico, abogado…
Esto nos convierte en promotores de salud mental, previniendo una elección basada únicamente en "no despreciar lo dado", o en el refrán que reza: "a caballo regalado no se le miran los dientes".
Por eso propongo como competencia básica del orientador, la capacidad de dar lugar a "lo impensable", más allá del escenario que la familia –o a veces el entorno social- haya armado para ese joven, que se debate entre lo que se espera de él y aquello otro que da sentido a su vida.
Tomo "lo impensable" desde la interpretación de Michel-Rolph Trouillot (1995), como "aquello que no puede ser concebido dentro del rango de alternativas posibles (…) que pervierte todas las respuestas porque desafía los términos a partir de los cuales se formulan las preguntas"
Puede ocurrir, por ejemplo, que en contextos familiares muy similares a los anteriormente descriptos, aquello que un orientado busque en un orientador, no sea que le sirva de escudo en la lucha por su independencia personal, sino que le restituya el sentido común que –por lo complejo de la situación- siente haber perdido transitoriamente.
Un lugar neutro de escucha, un espejo en el cual poder mirarse como si fuera la primera vez y darse permiso para elegir –por decisión propia- eso mismo que le proponen los demás; Ya no porque sea más fácil o satisfaga a la familia, sino porque realmente responde a su verdadera vocación y no hacerlo sería "seguir un mandato al revés".
Esta revalorización de la profesión "heredada" -si y solo si llega luego de un exhaustivo trabajo de autoconocimiento- le permite revalorizar también sus propios recursos, situándose en una posición de mayor confianza en sí mismo.
De más está decir que ningún test psicométrico por sí solo va a resultar suficiente para detectar qué porcentaje hay de obediencia, comodidad, frustración o deseo cuando se opta por aquella carrera para la cual el camino ya está trazado.
Hace falta diálogo, ese que tal vez - por respeto, temor, inseguridad, o lo que fuere- no se anima a mantener con quienes tratan de decidir por él aludiendo a "su propio bien".
No un diálogo cualquiera, sino uno que no juzgue, que convoque a la introspección, al reconocimiento de aquello que apasiona tanto que vale la pena defender –a veces ante uno mismo- cada vez que haga falta.
Una escucha dialogada de orientador a orientado –a la vez que de orientado a orientado- que desafíe tanto a las respuestas apresuradas como a las preguntas tardías…. dando lugar a lo impensable.