Además de estas funciones preparatorias del proceso de orientación, el aspecto central de las funciones específicas es el acompañamiento de la persona para que desarrolle su potencial a nivel profesional. Así pues, a través de las tutorías el orientador debe ser capaz de analizar, junto a la persona orientada, su situación global, de animarle a realizar cierta introspección para identificar sus fortalezas y debilidades para su inserción o mejora laboral. Para ello, potencia competencias comunicativas, como la escucha activa, y el uso de un lenguaje motivacional y respetuoso con las diferentes culturas y características personales para una comunicación eficaz.
Al mismo nivel, encontraríamos competencias emocionales como dotar a la persona de herramientas para gestionar sus estados emocionales negativos (esto es, por ejemplo, frustración y estrés), mejorar su autoestima y legitimar su necesidad de apoyo y consuelo en el caso de pérdida del empleo. Además, el orientador debe saber gestionar de forma saludable sus propios sentimientos y frustraciones para que no interfieran en su trabajo.
Por otro lado, cabría destacar las competencias de evaluación de necesidades de desarrollo personal y profesional, así como la visión global a medio y largo plazo. El ser capaz de establecer unos objetivos profesionales y un diseño de itinerarios formativos y experienciales conlleva una serie de competencias implícitas, como un profundo conocimiento de las alternativas posibles en relación a las capacidades y necesidades del usuario y de la oferta, y de las posibilidades que ofrece el entorno en el que está buscando desarrollarse. Es necesario ayudar a planificar el itinerario de inserción/mejora de forma realista, previniendo así la aparición de pequeños fracasos o puntos muertos.
Igualmente importantes son las competencias de seguimiento y registro de los casos para su posterior análisis. El manejo adecuado de la información recibida y el registro no sólo de la entrevista de orientación, sino también del feedback, nos da una idea de la utilidad del servicio de orientación y de las mejoras a realizar en el futuro.
Por último, la necesidad del orientador de mantenerse informado y relacionado con otros profesionales intra e interdisciplinares permite fomentar competencias metodológicas y de difusión del saber hacer de una profesión en desarrollo y hoy por hoy necesaria.
El trabajo del orientador laboral es, por tanto, un conjunto de capacidades generales implícitas para cualquier trabajador, independientemente de la actividad laboral, y específicas que le permiten desarrollar una actividad centrada en la persona con necesidad de apoyo en su carrera profesional.