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Las competencias amplían el enfoque de titulación como requisito para encontrar empleo

Artículo de opinión


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Mercè Gómez Ubiergo. Directora del Posgrado de Experto/a en Inserción Laboral de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social de la Fundación Pere Tarrés y Directora de Nau Desenvolupament Professional (Barcelona)
Vivimos un momento de convulsión social y laboral. Se ha hablado ya en muchas ocasiones de los cambios producidos en las últimas décadas en este mercado laboral. Aspectos como la globalización, la revolución tecnológica, la llamada sociedad del conocimiento, cambios en la concepción del trabajo y en la sociedad han hecho que el mercado laboral demande perfiles muy distintos a los de hace tan sólo veinte o treinta años.

Estos profundos cambios se han agudizado en los últimos tiempos por la situación de crisis económica. Actualmente, el mercado laboral ofrece escasas oportunidades laborales en proporción a las personas que están en proceso de búsqueda o mejora de empleo. Y la sociedad se pregunta qué aspectos  debemos tener en cuenta en el momento de elegir unos estudios, encontrar o cambiar de empleo, o reorientar nuestra trayectoria profesional.

¿Titulación o competencias?

Uno de los muchos aspectos que nos podemos cuestionar es hasta qué punto la titulación que nos ofrece un determinado estudio o formación es un requisito imprescindible en el mercado, o bien, si en un momento como el actual quizás prevalezcan otros criterios, como las competencias requeridas para un determinado empleo.

Responder a este dilema implica una reflexión, pues no hay una respuesta única, sino una  gama de matices.

Tradicionalmente, una titulación ha sido la garantía de la adquisición de unos determinados conocimientos, en un mundo laboral sólido, es decir, estable, con puestos de trabajo bien perfilados, de una forma concreta y de tiempo duradero. Las personas se formaban obteniendo un título (universitario, de formación profesional, ocupacional, etc.) que les permitía acceder al ejercicio de su profesión u oficio con los conocimientos y prácticas fruto de estos aprendizajes. Luego estas  personas se consolidaban con el surco cada vez más profundo que confería la experiencia profesional. La titulación otorgaba una esencia, una identidad: "Soy psicóloga", "Soy mecánico". ¿Podemos defender que este planteamiento sea válido ahora?

La sociedad en general, y el mundo laboral en particular, vive actualmente, por el contrario, en una transformación permanente, en constante cambio (si se permite el oxímoron), las pautas claras desaparecen y la sociedad se abre a una mayor flexibilidad de pensamiento y de conducta, inmersos en lo que Z. Bauman acuñó a finales de los noventa con el término de "modernidad líquida".

En estos momentos, un mercado laboral centrado exclusivamente en demanda de títulos (lo que llamamos popularmente "titulitis") se arriesga encontrar titulados que no sean profesionales competentes, porque, en definitiva, ¿qué es un título? Pues depende de lo que el título en cuestión signifique. El valor de un título puede estar en el prestigio (o no) de la institución que lo expide (garantía de conocimientos o competencias o un simple trozo de papel), en la metodología utilizada por esta institución (conocimientos teóricos, prácticos  o competencia integral). En todo caso es una garantía de haber cursado y aprobado unos estudios y esto es una evidencia que simplifica –y mucho– los procesos de selección.

Tener un título, hoy en día ¿es suficiente? Lo que hoy aprendemos mañana quedará obsoleto. Lo que aquí es norma allá no nos sirve. ¿Qué hacemos con los conocimientos adquiridos hace veinte años de una titulación como informática, genética, telecomunicaciones, inmunología (pero también sociología, lingüística, biblioteconomía, historia o un first certificate)? ¿Qué hace un titulado de una de estas disciplinas, si no ha desarrollado y desempeñado competencias como la disponibilidad de ponerse al día, de actualizar y gestionar nueva información, de resolver los problemas que surgen de forma cotidiana en su trabajo, de adaptarse a nuevos materiales, programas, contextos , o sin iniciativa para anticiparse a situaciones? Es ahí donde entran en juego las competencias.

A su vez, ¿el mercado laboral abrirá –sin título– las puertas a posibles profesionales de la medicina, la abogacía, a maestros y maestras, por competencias que tengan? Es evidente que no, pues el título es una garantía de, al menos, haber estado en contacto con determinados conocimientos y prácticas profesionales.

Un mercado laboral que valora la titulación y las competencias

Una ventaja de nuestra sociedad líquida es que permite rehuir planteamientos de blanco y negro, y admite soluciones en amplia gama de grises. El mercado laboral no admitirá a un cirujano sin titulación, pero seguramente sí a un comercial o a un fotógrafo, si demuestra competencia. Es obvio que la titulación es imprescindible para algunos empleos y valorable en otros.

Plantear una dicotomía entre titulación y competencias no deja de ser una trampa, inconsistente más allá de una tertulia de café, una caricatura que en sus dos extremos (un titulado sin competencias y un competente no titulado) llevarían necesariamente a dificultades para encontrar trabajo. El mercado requiere de personas tituladas y competentes. Y en estos momentos, eso significa abandonar la imagen que identifica una titulación con aquel papel enmarcado y colgado en una pared, sin correspondencia práctica significativa en su dueño o dueña. Y también significa ir con cuidado con el intrusismo profesional porque no es verdad que podamos hacer de todo.

Pero también es cierto que para algunos empleos no hay una titulación específica porque se trata de puestos de trabajo transversales ("Gestor de proyectos" "Asesor comercial" o "Gestor de clientes")  o porque las realidades profesionales se crean y van por delante de las titulaciones y, a menudo, son entonces las competencias quienes mandan.

Un título, especialmente si se ha expedido en una entidad de referencia es una garantía de aprendizaje y es una evidencia de capacitación. Esto implica un proceso de adquisición y desarrollo de competencias técnicas específicas, a la vez que de competencias transversales. En definitiva, una forma de asegurar un proceso lógico y coherente de aprendizaje, una disciplina ordenada de adquirir las competencias.

Titulaciones que incorporen formación en competencias

Los que diseñan cada una de las titulaciones tienen la responsabilidad de formar profesionales competentes, es decir, no sólo sabios teóricos conocedores en profundidad de su disciplina en la vertiente teórica y/o técnica, sino también personas  se adapten a los cambios, emprendan, reaccionen, solucionen, se relacionen positivamente o trabajen en equipo. Un programa de estudios actualmente no tiene sentido si, además de los contenidos, no se diseña un recorrido paralelo que forme a los estudiantes en las competencias necesarias para la titulación. Y se es competente trabajando en equipo si se da la oportunidad, se trabaja y se evalúa el trabajo en equipo. Y se es competente en iniciativa si se generan durante la formación posibilidades de poner en práctica, desarrollar, contrastar, aprender y evaluar la iniciativa y la creatividad. Cada titulación, sea ocupacional, profesional, o superior, debe preocuparse de incorporar las competencias en la trayectoria formativa de modo intencional y no como fruto del pack genético o del azar del alumnado.

Cuando en el mercado laboral un título no garantiza un empleo, la toma de decisiones de la persona a la hora de orientarse o reorientarse pasa por conocer cuáles son las competencias transversales más demandadas en el mercado y tomar consciencia desde el conocimiento de uno mismo de cuáles ya tenemos y cuáles sería interesante desarrollar. Nuestra genética, nuestra educación formal y no formal, nuestra trayectoria vital y profesional nos ha dotado de competencias transversales, que tienen un valor en el mercado laboral. Observemos hasta qué punto en nuestro trabajo somos adaptables (gestionamos bien los cambios), emprendedores, proactivos, interactuamos de forma positiva con los demás, creando, manteniendo y ampliando vínculos, trabajamos verdaderamente en equipo, obtenemos resultados, lideramos grupos, afrontamos y resolvemos diferentes situaciones, gestionamos adecuadamente la información,  o mostramos  disposición al aprendizaje continuo. Éstas son actualmente las competencias más demandadas en el mercado, que podemos "trasplantar" de un empleo a otro, y hasta de una profesión a otra, porque van más allá de una titulación. Quien sepa jugar estas cartas competenciales tendrá más posibilidades de ganar la partida. Y desde este punto, la titulación –siempre desde una coherencia– puede ser el contenido específico necesario para desarrollar un empleo concreto en un momento determinado.

Actualmente el mercado laboral promueve, desarrolla y conforma profesionales más heracliteanos que parmenídeos, más machadianos ("se hace camino al andar"), si se quiere. Los recorridos personales, es decir los currículums, permiten surfear, fluir, en una concatenación lógica y personal de experiencias (competencias) y formaciones a lo largo de la vida (titulaciones) que da como resultado trayectorias únicas, fruto de entretejer títulos y competencias.

Quizás una buena manera de orientarse en esta vorágine del mercado laboral actual es, pues,  asegurar que disponemos de aquellas competencias transversales más demandadas en general en el mercado (las citadas anteriormente), pasar luego a analizar o descubrir cuáles son nuestros intereses y las competencias que aportamos, para dirigir la mirada a aquellos empleos que las requieran, y apostar entonces, si es necesario, por la formación que nos dé la titulación requerida.
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