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Recuperando la competitividad de nuestra sociedad a través de la Formación Profesional

Artículo de opinión


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Ana Cruz Chust. Directora del Centro Profesional Europeo de Madrid de la Universidad Europea de Madrid
La Formación Profesional española está experimentando cambios de profundo calado en los últimos tiempos. Su capacidad para reducir el abandono educativo temprano, de elevar los índices de inserción laboral de la población y la necesidad de fomentar en nuestro país una cultura de formación continua que impulse la cualificación de nuestros profesionales, han sido las principales razones para ello.

En este sentido, la filosofía de la reforma está siguiendo los pasos de los llamados "modelos de formación dual", que combinan la educación en el aula con la realización de prácticas en una empresa y han demostrado un gran éxito en la lucha contra el desempleo en países del norte de Europa como Alemania, Suiza, Austria u Holanda. Así, mientras que en España busca trabajo uno de cada dos jóvenes, en Alemania la tasa de desempleo juvenil no llega al 8% y en Suiza es inferior al 4%.

La formación en alternancia que se está promoviendo en nuestro país coincide en muchos puntos con los objetivos del modelo dual alemán, pero teniendo en cuenta las peculiaridades de nuestra sociedad y nuestro entramado empresarial. Así, ambas comparten su capacidad para vincular la formación teórica con el trabajo en una empresa desde el primer curso, permitiendo a los estudiantes, mediante determinados tipos de contratos, cotizar a la Seguridad Social y percibir una beca-salario por ello, y garantizándoles una alta cualificación.

El objetivo es conseguir que las empresas participen activamente en la educación teórico-práctica que recibe el estudiante, que debe estar estrechamente relacionada con la actividad que desarrolla en su puesto de trabajo, complementarse con asistencia tutorial y suponer al menos dos tercios respecto al total de su jornada. Además, una vez finalizada la formación, se acreditan las competencias del estudiante con un título de Formación Profesional.

Así, la compañía puede formar desde aprendices a técnicos superiores, de acuerdo a sus propias necesidades, teniendo en cuenta sus particularidades y métodos de trabajo. El estudiante tiene la posibilidad de aprender mientras se integra en el sistema laboral, especializándose en una profesión concreta y con una acreditación oficial. Y la sociedad en su conjunto se beneficia del ajuste entre oferta y demanda de cualificación que se produce en el mercado laboral.

A pesar de ello, para que el modelo funcione es necesario que las empresas dispongan de las instalaciones, los profesionales y las estructuras formativas necesarias para poder enseñar a los estudiantes. Algo que no es demasiado habitual en nuestro país, donde el 99,88% de las compañías son PYMES, y que requeriría de una gran inversión económica.

Resulta aún más complicado si tenemos en cuenta que actualmente el Gobierno español subvenciona a las empresas para que acepten a estudiantes de Formación Profesional en prácticas, y que estos se incorporan cuando ya han terminado su formación teórica y no cobran nada por ello. Las principales reticencias vienen en este sentido, ya que no se espera que con la actual situación económica nuestras empresas accedan a pagar costes tan elevados por admitir a alguien sin ningún tipo de formación.

En estas circunstancias, y teniendo en cuenta que el último intento realizado en Euskadi en 2007 no contó con el apoyo del sector empresarial, algunas Comunidades Autónomas están impulsando programas experimentales de formación dual, en determinados sectores y sin intención de generalizarlos. Es el caso de Madrid, que lo ha implantado en el curso actual para los Ciclos Formativos de Grado Superior de Mantenimiento de Aeronaves y Desarrollo de Aplicaciones Multimedia en dos centros concretos; o Valencia, que a partir de septiembre ofrecerá a sus estudiantes de Formación Profesional un modelo de prácticas remuneradas que duplicará la formación en la empresa (hasta ahora 400 horas no remuneradas) y se realizará desde el primer curso en periodos vacacionales (Navidad, Semana Santa, verano).

Todo parece indicar que aún tenemos que seguir trabajando en este sentido, buscando fórmulas que permitan acercar al estudiante al tejido empresarial para potenciar su competitividad y luchar contra el desempleo. No obstante, la formación dual no debe considerarse un modelo a seguir al pie de la letra, ya que podría implicar aspectos negativos por el papel que la empresa juega en el mismo, al definir la oferta de plazas de Formación Profesional según sus necesidades de personal, limitar la capacidad de elección del estudiante, sobredimensionar la dedicación de los estudiantes o plantear discriminaciones en los procesos de selección,…

A pesar de que tenemos que aprender mucho de su éxito, no podemos dejar pasar por alto que estas deficiencias son parte de las causas por las que el número de personas que eligen la formación dual en Alemania es cada vez menor. De hecho, el modelo no está disponible en especialidades sanitarias o educativas, que recurren al sistema escolar para la formación teórica y gestionan la realización de prácticas en empresas al final de su periodo formativo, de forma similar a lo que sucede en España.

Los centros educativos debemos, junto a las empresas, replantear el modelo y ajustarlo a nuestro entorno para atraer a los jóvenes a la Formación Profesional, así como fomentar la formación continua e impulsar el reciclaje de nuestros profesionales. Sólo así conseguiremos convencer a nuestra sociedad de la capacidad de la formación profesional para responder a las demandas empresariales de mano de obra cualificada y mejorar nuestras tasas de empleo.

Para ello debemos seguir insistiendo en la correcta revisión y adecuación de los títulos a los perfiles más demandados en nuestros días; controlar la calidad de la enseñanza, que debe combinar teoría y práctica durante todo el proceso formativo y contemplar también competencias propias de cada profesión y de carácter internacional; y verificar la cualificación de los docentes y tutores que acompañan al estudiante durante todo su periodo formativo, en el centro educativo o en la empresa. Sólo así, desarrollando una Formación Profesional acorde a las necesidades de nuestra sociedad, podremos luchar por mejorar nuestra competitividad.
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