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La orientación, los centros educativos y las familias

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Mª Jesús Comellas. Doctora en Psicología y profesora titular del Departamento de Pedagogía Aplicada de la Universitat Autònoma de Barcelona. Directora del curso de postgrado "Orientación y estrategias para el debate educativo en el contexto familiar"
Antes de empezar me gustaría destacar que no creo que deba centrar mi aportación en defender la importancia de la educación como eje de crecimiento y bienestar personal para toda la comunidad, a corto, medio y largo plazo, ya que los profesionales de la educación demuestran que lo saben, lo valoran y lo tienen claro.

Así pues, sólo me tomaré la libertad de hacer referencia brevemente a tres puntos: el alumnado, las familias y los centros educativos, porque parece que no acabamos de encontrar un discurso y enfoque que sea bastante sólido y cohesionado como para frenar y contraponer a las informaciones que se dan día tras día en los medios de comunicación y, también, cabe destacar, en nuestros propios colectivos, sean centros educativos, fórums profesionales o instituciones. Obviamente, la orientación tiene su mirada e implicación que cohesiona a los 3 colectivos.
  1. El alumnado, que, siendo el actor y quien tiene éxito o no, ni es el causante ni, por tanto, quien debe aportar respuestas o soluciones.
  2. Las familias, punto de referencia y de pertenencia del alumnado con unos retos educativos que ahora no están suficientemente claros.
  3. El centro educativo, que es la institución que tiene el protagonismo, como referente profesional, y que no puede ni debe asumir de manera aislada su actuación.
¿Quién puede decir de qué será capaz una persona de aquí a 20 años?

¿Quién se atreve a decir "tú no sirves para..."? Eso, hasta ahora, se ha hecho con demasiada frecuencia y ya se han demostrado los efectos devastadores de esta mirada determinista y fatalista y cómo, también afortunadamente, hay bastantes testimonios de personas que, con valentía y tenacidad, han podido demostrar que esta valoración no tenía fundamento y era un error.

Si ello se hacía en base a un conocimiento que consideramos científico, en momentos en que la sociedad y el profesorado eran más estables y conocida su práctica, hacerlo ahora sería ciencia ficción, ya que nadie se arriesga a hacer hipótesis de cómo será la sociedad y los campos profesionales de aquí a 10 o 20 años y, sobre todo, qué competencias habrá que desarrollar.

Está claro que, en un mundo complejo, las evaluaciones cuantitativas de supuestas capacidades, intereses y oportunidades no tienen sentido y hace falta una mirada sistémica, valorativa, de los factores cualitativos que envuelven a las personas, su desarrollo para seguir este camino adaptativo personal y profesional, y ofrecer nuevas oportunidades.

Ninguna persona es más ni menos que nadie por su ideología, habilidades, intereses, ideas o formas de vivir. Ni todo se decide ni está determinado a los 16 años, ni las oportunidades y expectativas están cerradas.

Por tanto, hay que abrir alternativas, ver que no se puede reproducir el error de hacer la valoración de las personas por su rendimiento sino por ellas mismas, y hay que evitar las atribuciones e interpretaciones de sus actitudes (esfuerzo, ganas de progresar, aspiraciones, capacidades, falta de espíritu, inseguridad...) para dar libertad de tomar decisiones sin desprecio ni juicios de valor hacia opciones de formación o salidas profesionales.

La familia es el núcleo de pertenencia más importante para las criaturas, con su diversidad de composición y en su quehacer cotidiano. Promueve el desarrollo de sus hijos e hijas y proyecta, desde el nacimiento, los deseos de futuro, interés por la formación y expectativas de éxito personal.

Los sueños de la familia son un motor para el desarrollo infantil y son la base de su afecto, y de la imagen que los adultos proyectan. Por eso, las familias creen que tienen un tesoro en casa y si la familia no lo cree, ¿quién lo hará?

¿Por qué está tan arraigada la idea de que la familia es dimisionaria o que ha perdido su interés por la educación porque "no responde como nosotros les decimos que lo hagan", cuando, de hecho, en casa, en la intimidad, nadie responde como está previsto en teoría.

También, desde fuera, se hacen demandas y exigencias en relación con el estilo educativo que tienen (falta de límites y normas, sobreprotección...) sin hacer una mirada a los mensajes profesionales de los últimos años, llenos de incoherencias y contradicciones (no frustréis, que traumatizaréis; hay que ser amigos de los hijos, no les hagáis llorar, y un largo etc.). Y ahora vemos los efectos.

Junto a estos mensajes, vienen afirmaciones de "no saben hacer de padres y madres, y no tienen sentido común", hecho que ha llevado a una fragilidad de la familia y ha repercutido en un claro sentimiento de inseguridad y culpabilidad muy poco eficaces. ¿Por qué ponemos en duda las competencias familiares? ¿Por qué las familias no pueden educar según su cultura y manera de ver el mundo (y no hablo de las familias de fuera, sino de todas).

¿Cuál es, por tanto, el problema? Está en las demandas y exigencias que se hacen desde fuera, más que nunca, y en la dificultad de que exista para compartir el enfoque en relación con las necesidades de las criaturas en un mundo lleno de estímulos, de publicidad y de imágenes que implican mensajes y crean necesidades.

No olvidemos que la mejora del nivel educativo de nuestra sociedad, en relación a hace 50 años, ha sido posible gracias a la generosidad adulta de las personas que no tenían cultura escolar (la generación de las abuelas y abuelos de ahora) y que, sin títulos académicos, posibilitaron que sus hijos e hijas no reprodujesen la vida que habían tenido.

Por ello, cuando ante el rendimiento escolar poco satisfactorio se propone a la familia que cubra un espacio que no le corresponde y que renuncie a su dinámica para dar "refuerzo a sus hijos o hagan una nueva inversión en profesionales complementarios" se está creando una preocupación nueva y se da a la familia una responsabilidad que no le corresponde.

El tiempo familiar tiene mucho valor; es un lugar de aprendizajes vivenciales, y el clima familiar no debería estar condicionado ni por la profesión de las personas adultas ni por los aprendizajes de las criaturas.

Con el acercamiento a la escuela, la familia confía al centro educativo la acción profesional que debe favorecer el desarrollo de sus hijos e hijas, potenciar la socialización con las otras criaturas en un periodo más largo que antes (posiblemente aún demasiado corto) y, sobre todo, realizar unos aprendizajes de los que son especialistas por su formación.

El profesorado es el colectivo profesional que responde al encargo que la sociedad le hace para favorecer el aprendizaje y acompañar a las familias en este proceso, no para desanimarlas sino para abrir nuevos horizontes.

En este sentido, nos hace falta un análisis y una reflexión seria de los cambios que, como institución y como profesionales, debemos hacer. Se dice que la situación es, al menos, curiosa. La escuela poco ha cambiado en relación con la que era en el siglo XIX: el profesorado tiene ideas y metodologías propias del siglo XX y el alumnado vive y está adaptado al  siglo XXI.

La escuela debe favorecer el conocimiento y, sobre todo, fortalecer el proceso de desarrollo, poniendo su experiencia y conocimiento profesionales al servicio del aprendizaje de las competencias que se requieren en el momento actual.

También la escuela debe abrir los ojos de las criaturas a muchos itinerarios de formación, estimular intereses, descubrir opciones no marcadas por las dificultades y carencias, sino por la valoración y las oportunidades.

Esta responsabilidad del profesorado viene acompañada por los profesionales del campo de la orientación, para garantizar, conjuntamente, que el alumnado reciba una acción educativa con una mirada amplia y respetuosa hacia todos los aspectos de su vida y de su desarrollo, para llegar a poder tomar decisiones vinculadas a la vida cotidiana escolar, familiar y, en un futuro, profesional.

El rol orientador es, por tanto, imprescindible para estimular propuestas e iniciativas, como la de hoy, que puedan partir de enfoques adecuados para trabajar cooperativamente con todas las especialidades que intervienen en el marco educativo.

Ya se ha comentado que no se puede categorizar al alumnado en unas edades muy tempranas, en función de las "supuestas capacidades", cuando, si se potencian los aprendizajes, con la experiencia y la formación, continuarán su desarrollo.

El alumnado está viviendo en un mundo de zapping y de imágenes. Tiene muchas habilidades e información muy superficial. Por ello, el punto de partida no puede ser reproducir los objetivos escolares que existían, con libros u ordenadores, sino que hay que adecuarlos para que puedan ser asumidos y aplicados.

La teoría la tenemos, pero la práctica no. Hablamos de competencias y mantenemos los ejercicios mecánicos, bloqueamos el tiempo fuera de la escuela, que es donde deben ser competentes, y pedimos a la familia que complemente el trabajo que no hacemos con 6 horas diarias, y ponemos ‘deberes’ en vacaciones, no sea que olviden lo que deben saber.

Necesitamos un cambio serio, como lo han hecho otras profesiones, por ejemplo el campo de la salud, de la tecnología y de la agricultura o el comercio.

No significa cambiarlo todo, sino seleccionar y ver cuáles son los puntales, que existen, y focalizar el trabajo en aquellos campos imprescindibles como puede ser la comunicación, despertar intereses, mostrar la necesidad de lo que creemos que deben saber, y favorecer el aprendizaje del trabajo de forma cooperativa que promueve la socialización y abre oportunidades profesionales.

No se trata de partir sólo de los intereses concretos del alumnado cuando el conocimiento del mundo es parcial. ¿A quién le interesaba la psicología en los años 60 cuando apenas ni se hablaba de ella? ¿o de la tecnología en los años 80 cuando era incipiente e imposible imaginar su desarrollo? ¿desde cuándo se empezó a hablar de trasplantes?

Haciendo una síntesis cuando casi no hemos podido empezar:

El fracaso educativo se da cuando el adolescente ha llegado a no querer continuar la formación. Hace falta una reflexión seria para ver dónde se ha perdido el interés por aprender y, sin caer en decisiones poco reflexivas, comprender que la responsabilidad es nuestra y que debemos aprender a abrir caminos para no dejarlos fuera de juego.

Es en el marco de la educación donde aprendemos a ser personas, a vivir y convivir, a relacionarnos con todos de forma satisfactoria en un contexto de respeto mutuo hacia las personas por su condición.

Hay que potenciar el crecimiento como factor clave del éxito educativo. Pero con una mirada que sea respetuosa con todos, con todas las oportunidades formativas y con todas las profesiones. No se puede partir, desde la educación, del desprestigio, y debemos evitar la doble moral en la mirada hacia la sociedad y hacia las diferentes situaciones profesionales y personales.

¿Cuántas criaturas desde pequeñas pueden querer trabajar como personal de limpieza? En cambio, en casa, las personas adultas limpian y aún existe un porcentaje importante de madres que tienen su actividad cotidiana enmarcada en la limpieza y cuidado del hogar.

También hay muchas familias que tienen contratadas personas para hacer este mantenimiento del hogar y en todos los centros públicos y en las ciudades existe personal de limpieza y muchas de las personas que la realizan son padres y madres. Pero no ha cambiado el mensaje y el estereotipo: "Si no estudias, no serás ni barrendero". Y por tanto, se pone en evidencia que despreciamos algunas profesiones a pesar de ser necesarias y que hay familias que las ejercen.

Es sólo un ejemplo, pero al menos puede ser ilustrativo de la necesidad de que, desde las primeras edades, no se hagan atribuciones de fracaso personal o profesional, y sobre todo se pueda valorar que existen muchos itinerarios y caminos para crecer y alcanzar una situación que, casi seguro, no será definitiva, porque precisamente lo que debemos es explorar, cambiar de contexto e ir descubriendo nuevas oportunidades.

Por eso, en el momento actual, con tantos cambios de fondo, perspectivas diferentes e incertidumbres, el reto de la orientación es más relevante que en otros tiempos en que las alternativas, prácticas profesionales y necesidades de conocimiento estaban mucho más acotadas.

Hace falta fortaleza profesional para dar respuestas a estos retos, mejorar nuestra práctica con un enfoque claro que pueda transmitir un modelo que dé respuesta, y preparar a la juventud para un mundo que será de ellos y de ellas en el sentido de que, aunque aún estemos en él, las decisiones y gestiones ya no nos corresponderán.
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