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"El éxito de las TIC en el aula no viene por la disponibilidad de los dispositivos ni por los contenidos, sino por los usos pedagógicos que transforman la enseñanza o el aprendizaje en procesos más eficientes"
Entrevista
Lo que funciona en tecnología y educación son aquellas soluciones que permiten llevar a cabo el trabajo escolar de forma más eficiente. Esto explica por qué, por ejemplo, los alumnos utilizan masivamente la tecnología para sus trabajos escolares, aunque siendo, como muchos son, huérfanos digitales de cualquier tipo de influencia educativa sobre esta materia, confundan eficiencia con plagio o prescindan de cualquier esfuerzo de procesamiento crítico de la información -razón de más para insistir de nuevo en la importancia de la escuela en este ámbito. Y esta misma búsqueda incesante de la eficiencia explica también por qué los docentes encuentran óptimas las soluciones que la tecnología les ofrece para preparar sus clases o presentar mejor los contenidos en el aula, pero no todavía para cambiar sus formas de enseñanza.
¿De qué forma podemos evaluar este éxito?
La adopción de soluciones tecnológicas en educación no es un fin en sí misma. El éxito no viene por tanto ni de la disponibilidad de los dispositivos ni siquiera de los contenidos, sino de usos pedagógicos que transforman la enseñanza o el aprendizaje en procesos más eficientes para el docente, para el alumno o para ambos. Generalmente, la intensidad y la variedad de usos son indicativos del éxito de la adopción, pero lo que cuenta verdaderamente no es, ni más ni menos, que el que se aprenda más y mejor. Y esto, que también se puede medir, es la verdadera medida del éxito.
El texto muestra que a menudo las experiencias didácticas que satisfacen al alumnado no son aquellas que el docente desearía. ¿Cómo podemos lograr el equilibro entre la valoración de los docentes y la del alumnado en relación al uso de las TIC?
No necesitamos ningún equilibrio en este sentido, sino que existan soluciones adaptadas a las necesidades de unos y de otros y que, por la distinta naturaleza de las actividades que desarrollan docentes y alumnos, tienen que ser a la fuerza distintas. Las soluciones para los docentes y los alumnos serán siempre distintas, pero eso no significa que no puedan existir aplicaciones o servicios compartidos. Con demasiada frecuencia hay quien se empecina en afirmar que, a diferencia de lo que ocurriría con un cirujano, un docente del siglo XIX transportado a cualquiera de nuestras escuelas actuales se sentiría perfectamente cómodo y sabría al instante qué hacer en el aula. Hay que denunciar esta charlatanería: puede que el mobiliario no haya cambiado radicalmente, pero sí lo han hecho los objetivos de aprendizaje, el contexto de los alumnos y, por supuesto, sus perfiles, expectativas y necesidades. Y también las tecnologías, en el sentido más amplio del término, ¿o acaso se usaban ACIs en el siglo XIX? Por otra parte, es innegable que las tecnologías digitales forman parte indisociable del paisaje escolar: el 93% de los alumnos de 15 años de edad de la OCDE asisten a una escuela en la que cuentan con acceso a un ordenador y prácticamente el mismo porcentaje (92,6%) dispone igualmente de acceso a Internet. España se encuentra, en este sentido, ligeramente por debajo de la media (90%) pero ciertamente con una cifra nada despreciable. Pese a todo, cuando se examinan con detalle los datos acerca de los usos escolares de la tecnología emerge una imagen extremadamente compleja. Por una parte, el porcentaje de alumnos de 15 años de edad en los países de la OCDE que usa como mínimo 60 minutos a la semana el ordenador en el aula es siempre inferior al 4% en todos ellos y apenas alcanza el 1,7% en el caso del área de matemáticas. Y son estos mismos alumnos los que, en un 50% utilizan prácticamente a diario la tecnología para realizar sus tareas escolares… en casa. Por otra parte, más del 75% de los docentes utiliza casi diariamente el ordenador para la preparación de sus clases o para la realización de tareas administrativas, por no hablar de los usos privados, cuando apenas se sirve de él en el aula.
En su documento habla de tres actitudes polarizadas relacionadas con el uso de las TIC en el aula: "Del evangelismo tecnológico al pesimismo pedagógico". ¿En qué consisten? ¿Cuál es la situación de los docentes y alumnado españoles?
En educación existen dos puntos de vista extremos con respecto al uso de la tecnología. Por una parte, están sus defensores a ultranza, a quienes se ha dado en llamar evangelistas, y que recuerdan que una integración óptima de la tecnología permitiría cambiar el paradigma de la educación escolar, centrándolo mucho más en la actividad del alumno a quien, por cierto, ya se la identifica abiertamente como un nativo digital. Por otra parte, también hay voces que sostienen que la tecnología no es ni más ni menos que una fuente de entretenimiento que no hace más que distraer a los alumnos, y a sus docentes, de lo sustancial: aprender cosas serias. Curiosamente, ninguna de estas dos perspectivas parece responder a las preguntas que un profesional de la docencia generalmente se hace y que básicamente tienen que ver con la mejora de las prácticas de enseñanza y aprendizaje, y de los resultados educativos, en un contexto de recursos limitados. Por esta razón, comienza a cobrar fuerza una nueva visión centrada en el realismo: ¿puede la tecnología aportar soluciones a estas preguntas? ¿Servirán estas soluciones a "docentes como yo", es decir, a profesionales que ni pretenden ser paladines de la tecnología ni tampoco acérrimos protectores de la pizarra, sino sencillamente buenos docentes?
¿Hacia dónde deberíamos avanzar? Las proposiciones evangelistas pueden parecer muy sugerentes, pero lo que verdaderamente moviliza para el cambio son propuestas basadas en el realismo: ¿qué necesita un docente "como yo"? ¿Qué necesitan alumnos "como los míos"? A estas alturas no debería ser necesario recordar las razones por las que cabría esperar que la tecnología tuviera ya una mayor presencia en las aulas. Para empezar las hay relacionadas con las necesidades de la nueva economía, en particular el aprendizaje de las competencias del siglo XXI, o con los cambios en las demandas de los mercados laborales; de hecho, sabemos a ciencia cierta que la mayor parte de los alumnos que hoy están en las aulas de la ESO tendrán trabajos en los que la tecnología y el conocimiento tecnológico serán capitales. En segundo lugar, está la cuestión de la brecha digital, tanto de la primera (todavía hay en los países desarrollados un porcentaje no inferior al 5% de los alumnos que no tienen acceso a internet en el hogar) como de la segunda y más sutil y que recuerda que el empleo de la tecnología por los jóvenes tiene mucho que ver con el capital social y cultural con que cuentan: los alumnos usan la tecnología para cosas muy distintas, y algunas veces en detrimento del aprendizaje. En la lucha contra las brechas digitales la escuela sigue siendo un bastión muy importante. En tercer lugar hay que recordar una vez más el flaco favor que conceptos como el de nativos digitales hacen a la educación al presuponer, erróneamente como se ha demostrado empíricamente en multitud de ocasiones, que por el mero hecho de ser diestros en el manejo de determinados dispositivos, aplicaciones o servicios son automáticamente maduros en términos de competencias requeridas y de valores y usos responsables de la tecnología en la sociedad del conocimiento. ¿Dónde, si no es en la escuela, se puede aprender a manejar responsablemente la información y a transformarla en conocimiento? ¿Dónde se puede aprender a cooperar y a no plagiar? Bastaría con sólo una de estas razones, y las enumeradas aquí son sólo algunas de las muchas que hay, para justificar las expectativas públicas acerca del uso de la tecnología en la escuela.
¿Es necesario un cambio radical en las metodologías de enseñanza para poder utilizar las TIC en el aula con éxito?
La conocida paradoja de Solow, aplicada a la enseñanza, nos indica claramente que sí. En un sistema de aprendizaje basado en un paradigma industrial, las soluciones tecnológicas tienden a tener éxito sólo por medio de la creación de economías de escala, como por ejemplo en la enseñanza a distancia. Sólo un sistema que rompiera con este paradigma podría sacar máximo partido del potencial de las soluciones tecnológicas. Pero la cuestión es si para "un docente como yo en un sistema como el nuestro" es predicable universalmente un cambio radical de paradigma.
¿De qué modo un uso razonable de la tecnología puede permitir que los docentes mejoren su eficacia profesional?
Los datos demuestran que una mayoría de docentes ya usan soluciones tecnológicas para preparar sus clases y, mucho menos, para presentar la información. Lo que no es frecuente todavía es que promuevan soluciones que mejoren las actividades de aprendizaje de los alumnos de forma significativa. Se echan en falta propuestas realistas de metodologías docentes que saquen partido de la tecnología, que deberían venir de los centros de formación del profesorado –lugares, por cierto, que acostumbran a presentar un bajo índice de utilización de soluciones tecnológicas para fines docentes.
¿Qué opina de la aplicación de políticas como el plan escuela 2.0. o el impulso de iniciativas que persiguen dotar de un ordenador para cada alumno como el caso de Catalunya?
Todo lo que contribuya a generar las condiciones apropiadas para que los docentes experimenten nuevas soluciones en busca de una mayor eficiencia del aprendizaje debe ser bien recibido. La condición de partida es que la solución siga a la necesidad y no que se imponga una solución en busca de un problema que los docentes no perciben como existente o relevante. Muy probablemente las soluciones tecnológicas que se proponen no son suficientemente convincentes para la gran mayoría de "docentes como yo", probablemente porque el esfuerzo que exige su adopción no parece suficientemente recompensado, ni por el sistema en forma de incentivos para la carrera profesional, ni por los resultados obtenidos porque la forma y los contenidos de lo que hoy se evalúa no se corresponden todavía con las expectativas y las necesidades de la sociedad y de la economía del conocimiento.
Una de las conclusiones de las jornadas ITWorldEdu de 2010 es que es necesario acompañar la innovación pedagógica, con apoyo de TIC, de cambios más profundos como la organización escolar, la formación del profesorado, el liderazgo, etc. Además de los citados, ¿cuáles cree que son los elementos clave para innovar con las TIC?
Los datos sobre la intensidad y la variedad de los usos de la tecnología en el aula no transmiten la imagen que tal vez cabría esperar de la escuela de la sociedad del conocimiento. El análisis de las buenas prácticas en materia de tecnología y escuela muestra que uno de los factores más importantes es el maridaje entre el compromiso profesional docente, que algunos tildarían de voluntarismo, con un marco institucional favorable y un liderazgo escolar que le apoya. Si realmente se desea que las buenas prácticas se generalicen, el sistema escolar en su conjunto debe ser permeable a la innovación sistémica, es decir, debe contar con herramientas que permitan examinar con realismo en qué tareas o para qué problemas docentes pueden existir soluciones tecnológicas apropiadas, que mejoren la eficiencia del trabajo escolar o, sencillamente, que lo hagan aún más interesante. Puede que la tan deseable revolución en el paradigma de la educación escolar todavía tarde en llegar, pero la escuela y muchos docentes, lo mismo que los alumnos, se están moviendo: han depositado su confianza en soluciones tecnológicas que resuelven sus problemas. En definitiva, adoptan soluciones que les permiten trabajar de forma más eficiente. Y, en el caso docente, este trabajo consiste hoy en buscar fórmulas que permitan que los alumnos aprendan más, mejor y, probablemente, distinto.
Por último, ¿Considera que las TIC en el aula pueden mejorar los resultados académicos del alumnado?
Esta cuestión no está sujeta a opiniones. Lo que mejora los resultados no es el uso, o no, de la tecnología sino la propuesta de estrategias pedagógicas apropiadas para los objetivos de aprendizaje que se persiguen. Son estas estrategias las que, en principio, pueden beneficiarse de soluciones tecnológicas que las hagan más eficientes. Pero es importante insistir en que la tecnología es, por usar una metáfora, una navaja suiza que admite multitud de usos alternativos, pero su sola presencia no garantiza que se encuentre siempre la mejor solución.
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