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Conciliar es una actitud

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Josep Manuel Prats. Presidente de la Federació d'Associacions de Mares i Pares d'Escoles Lliures de Catalunya (FAPEL)
La Conciliación está muy de moda. Es un tema que está en la agenda de muchas instituciones, empresas (e incluso de los partidos políticos), pero de muy pocas familias. Y no está en su agenda porque no les hace falta. Todos tienen que conciliar y eso lo saca de sus agendas para ponerlo en su cabeza y, en algunos casos, en el corazón.

Las instituciones (administraciones y empresas), deben ser conscientes de que personas tensas, tensan, y que las personas tranquilas, trabajan mejor y producen más... y todo eso que las empresas necesitan para generar riqueza, etc. etc. etc.

Todas las perspectivas parecen buenas para tratar un tema que tiene mucho de sentido común, aunque grandes problemas para concretarlo. En todo caso, hay que estar de acuerdo en que nadie que no sea un insensato está en contra de la conciliación, y probablemente una gran parte del éxito que puede tener está en que todos creemos firmemente que queremos y podemos conciliar, aunque luego la realidad es muy testaruda, y no siempre lo conseguimos.

Pero, ¿qué es conciliar? Unos dicen que es un cierto equilibro entre nuestra vida familiar, profesional y social. Pero claro, no todo el mundo tiene las mismas circunstancias, no todo el mundo da la misma importancia a sus necesidades familiares, profesionales o sociales, o incluso no pueda. Dependerá siempre de una escala de valores, en la que vamos colocando aquello que creemos que es importante, que nos conduce por la vida en todo lo que hacemos.

Hagamos una ficción. Imaginemos un punto cero. Dejemos de pensar que tenemos una herencia-losa (nuestra propia educación) y pensemos que tenemos que educar a nuestros hijos. Que los modelos de nuestros padres y de la sociedad no nos sirven ahora. Tabula rasa. ¿Qué modelo queremos para ellos? ¿Qué es importante para nosotros? Como familias, ¿tenemos pensado qué queremos para nosotros, para nuestra familia y para nuestros hijos? Respondamos a estas preguntas y empezaremos a encontrar la solución.

Y empiezan a aparecer, en ese diálogo entre el marido y la mujer, entre padre y madre, palabras como compartir, como corresponsabilidad, como complementariedad... Vaya, que habrá que empezar a ceder terreno, renunciar, pactar... ¡¡qué pereza nos da todo eso!!

Al final de mantenidas largas conversaciones, escuchadas varias conferencias y leídos algún que otro libro y artículos sobre el particular, todo se reduce a lo mismo: para educar hay que dedicar tiempo; y no importando cuánto más o menos sea, dentro de un orden, lo relevante viene a ser pensar en las necesidades familiares en general y del otro/a cónyuge en particular: cubrir, complementar, corresponsabilizarse de cada tarea doméstica y educativa. Es un tema de cabeza y de corazón, más que de tiempo. ¿O no "conciliábamos" cuando éramos novios, y sacábamos lo que fuera al trabajo y a la familia para vernos? ¿Y derrochábamos imaginación para sorprender al otro/a?

Pues eso es debe ser conciliar. Cuesta mucho, y hay que empezar cada día... pero se trata de pensar más en el otro y menos en las cuotas de tiempo, espacio o poder de cada uno. Y entonces se educa a los hijos, porque el ejemplo nos sale por los poros. Y eso educa, seguro.
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