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Excelencia universitaria: el compromiso con la calidad real
Artículo de opinión
Los motivos esgrimidos para justificar los esfuerzos en pro de la excelencia suelen ir asociados a la ausencia de universidades españolas en los puestos significativos de los rankings internacionales.
Si este último argumento suscita recelos (¿quién confecciona esos rankings? ¿Es lo mismo excelencia universitaria y reconocimiento en determinados circuitos?), existe más consenso para aceptar los aspectos válidos a la hora de "soñar" la Universidad que queremos.
Elementos que conformarían la Universidad "soñada"
La excelencia es considerada, en los documentos del ministerio (ver, por ejemplo, "La contribución del talento universitario en el futuro de la España del 2020", en la web del Ministerio de Educación) como el principio inspirador y ha de concretarse en cuatro dimensiones: internacionalización, transferencia de conocimiento, responsabilidad social e interacción con el tejido social. Esa Universidad soñada, sería, en consecuencia:
- Una Universidad cuyos profesores, personal de administración y servicios y estudiantes están acostumbrados a romper barreras lingüísticas y geográficas, como una fuente permanente de riqueza cultural y científica.
- Una Universidad que no sólo difunde el conocimiento que los estudiantes pueden, de manera cada vez más sencilla, encontrar en Internet o en las bibliotecas, sino que lo genera o lo hace evolucionar mediante la investigación. Y, cuando hablamos de investigación, pensamos en una investigación útil para el desarrollo de las personas y los pueblos y que transfiere de forma adecuada y rigurosa el conocimiento generado, en contextos científicos o profesionales, y también mediante aportaciones técnicas o divulgativas de calidad.
- Una Universidad comprometida con su entorno y con el planeta que busca la coherencia entre los valores que la inspiran y sus actuaciones. Y lo hace como organización que toma decisiones, como empresa que contrata e influye en la vida de mujeres y hombres, como consumidora de productos o servicios, como generadora de impacto social y ambiental o como entidad que interviene en proyectos de cooperación al desarrollo.
- Una Universidad que une fuerzas con otras entidades públicas y privadas de su territorio cercano o que amplia horizontes con agregaciones estratégicas de carácter transnacional. De esta manera, supera el binomio público-privado y centra sus esfuerzos en tejer redes de colaboración que enriquezcan la formación de sus estudiantes, la pertinencia de su investigación y el impacto de su actividad en la transformación de la realidad que la rodea.
Si se me permite la metáfora fácil, la esencia del "sueño universitario" sería la síntesis simbólica de estos cuatro elementos que podríamos conectar con la mirada clásica: el aire que evoca la movilidad internacional, el fuego del conocimiento renovado que ilumina caminos no transitados anteriormente, el agua que nos limpia, que purifica nuestras intenciones y que nos hacer responsables de lo que le pasa a los otros, y la tierra que nos mantiene vinculados a lo que somos y en contacto con los que nos rodean.
Retos para alcanzar esta Universidad "soñada"
Si en el "mundo de las ideas" casi todos podemos estar satisfechos, el mundo real tiene, de momento, más sombras.
La senda del trabajo bien hecho conecta en países con experiencias valoradas positivamente, con la autonomía de los centros universitarios y la autorregulación. Sin embargo, el control del dinero público invertido precisa de medidas de seguimiento que, al menos en una primera etapa de implementación, parecen, desde el punto de vista de las voces más críticas haberse asociado más con la burocracia que con la calidad real.
Para evitar suspicacias diré que soy "creyente" en temas de calidad. Al menos si entendemos que trabajar con calidad significa tener claro lo que se quiere hacer, escribirlo para que todos los implicados lo puedan compartir, actuar en consecuencia (hacer lo que se dice que se hace), recoger sistemáticamente evidencias que nos permitan saber si hacemos lo que decimos, agradecer de corazón las miradas críticas que nos ayudan a ser más coherentes, rendir cuentas periódicamente de manera clara y rigurosa y mejorar lo que no funciona o lo que, simplemente, puede hacerse mejor.
La opción por la calidad que se ha hecho en el proceso de transformación de la Universidad española (imprescindible) en el que estamos inmersos, ha estado marcada por su carácter apriorístico. La verificación de títulos universitarios o los certificados de calidad de los centros se han hecho a partir de documentos que definen planes y proyectos y no han podido contar, en general, con procesos directos de auditoría in situ que comprueben directamente si se hace lo que se dice que se quería hacer. A cambio, la mayoría de los ajustes entre el proyecto inicial y el desarrollo del mismo han de contar con la aprobación de las agencias de calidad, probablemente saturadas con la gestión y documentación de intenciones y con poco margen para supervisar y asesorar la práctica real.
Por extraño que pudiera parecer a los "no iniciados", la presencia o ausencia de dos puntos (:) en el nombre de un título universitario o el cambio de semestre de una asignatura para repartir adecuadamente al profesorado de una facultad, han sido, en estos años, objeto de petición formal de cambio a las agencias de calidad, con la consiguiente documentación asociada.
Los gestores universitarios, colapsados por la hiperdocumentación del sistema, hemos descuidado, en ocasiones, el necesario acompañamiento de los equipos docentes, comprensiblemente tensionados por las exigencias de cambio metodológico o por los requisitos de control de la calidad docente (doctorados, acreditaciones, investigación o transferencia de impacto).
Paradójicamente, algunos rankings publicados a partir de datos de impacto social (inserción laboral o valoración en el propio sector profesional, por ejemplo) parecen ser más tenidos en cuenta por los futuros estudiantes que muchas de las acreditaciones de títulos, de profesorado o de centros hechas por las agencias oficiales de calidad.
A pesar de este complejo inicio, estoy convencido de que del arrebato controlador inicial pasaremos a la necesidad de simplificar y operativizar procesos de trabajo y todos saldremos ganado. A cambio, estaremos ya dentro de una lógica ineludible en el que aquellos cuatro elementos soñados no sean sólo palabras.
El Campus de Excelencia Internacional
La convocatoria del Campus de Excelencia Internacional ha tenido algunas de estas sombras, pero también algunas luces, entre ellas, valorar tanto las intenciones (los planes estratégicos) como las realidades (los datos actuales en los indicadores contrastados).
Nuestra Universidad es una de las que ha obtenido la calificación positiva como Campus de Excelencia Internacional. En el proceso seguido hasta hora (confío que mis colegas me perdonen la indiscreción), hemos discutido abiertamente sobre si lo que buscábamos era un sello (por tanto, si se trataba simplemente de una cuestión de marketing) o si queríamos aprovechar la oportunidad para reforzar el impulso de calidad en el que estamos comprometidos. Como no podía ser de otra manera, hemos analizado sin reservas misiones, visiones, fortalezas y debilidades y hemos soñado juntos el camino a seguir.
El día antes de la resolución sabíamos que, independientemente del resultado de la misma, seguiríamos trabajando en esa dirección, también con las universidades agregadas en el proyecto compartido (algunas españolas y otras internacionales). El día de la resolución, los correos electrónicos de los miembros de nuestra comunidad universitaria se llenaron de mensajes de alegría. El día después, prima la conciencia de que presentarnos públicamente como Universidad que se mueve en el territorio de la excelencia, más que ninguna otra cosa, es un compromiso con la calidad de nuestros sueños y nuestras prácticas. No seremos excelentes porque seamos mejores que otros, sino porque contribuyamos, de verdad, a hacer mejor el mundo que nos ha tocado vivir.
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