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Un fracaso algo emotivo

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Beatriz Rubio Blanco. Profesora de Ámbito Científico Tecnológico en el IES Emilio Castelar de Carabanchel (Madrid )
Mucho es lo que se ha escrito sobre los motivos del fracaso escolar, pero hay un aspecto que debido quizás a su complejidad, se menciona, se reconoce su valor, pero nunca se afronta en profundidad: la importancia de las emociones.

La familia es el espacio natural donde se gestan las actitudes claves para la vida de un ser en crecimiento. Es sabido que cuando el ambiente familiar estimula y acompaña el desarrollo, valorando los logros y alentando la superación personal, esa expectativa se convierte en un anhelo de los hijos, que tratan de satisfacer a sus propios padres. Pero ¿qué ocurre cuando eso no se da, cuando los hijos están solos mucho tiempo, cuando no se percibe un aliciente de reconocimiento, cuando hay desatención? El deseo profundo de ser querido o valorado por los propios logros se desvanece, e implícitamente surge un ajuste de cuentas que se traduce en la exigencia de ser satisfecho al menos en deseos materiales. Y esta tiranía maligna es aceptada tanto por los padres que se sienten culpables, como por los hijos.

Esta actitud de algunos padres no alude a una mala intención o perversidad, simplemente a que las condiciones de vida laboral, y sus propios conflictos internos, en muchos casos no permiten que la familia pueda atender al pleno desarrollo de sus hijos. El hecho es que, ese proceso latente en el quehacer cotidiano va impregnando a la persona, y cuando el niño o el adolescente descubre que no hay expectativa, él mismo favorece el cumplimiento de una falsa verdad al creer que su ser no tiene suficiente valor, siendo ese es el germen de muchos fracasos, ya que el esfuerzo y la dedicación no tienen reconocimiento suficiente.

El otro ámbito de desarrollo y crecimiento es la escuela o el instituto. Mi trabajo se viene desarrollando con adolescentes, en centros públicos, desde hace más de 20 años, y este escenario ha sido un observatorio privilegiado donde contemplar cómo se le exige al alumnado tener unas conductas responsables para su propio desarrollo. Se pretende que un ser en formación, que por tanto adolece de criterios para afrontar muchas situaciones de su vida cotidiana, responda de forma impecable a los desafíos del estudio: ser capaz de organizar su trabajo, distribuir sus horas de ocio de forma razonable, afrontar la conciencia de sus dificultades y buscar soluciones a las mismas. Y todo ello, en muchos casos, en ambientes familiares muy complicados.

El ámbito escolar, sólo es un escenario donde las huellas que yacen en el inconsciente se manifiestan, pero escapan a su tratamiento, porque el modelo de escuela actual, difícilmente sabe abordarlas. El sistema escolar está diseñado, en el mejor de los casos, para desarrollar la racionalidad del individuo, pero ¿dónde y quién enseña a tratar con las emociones propias y ajenas?

En una ocasión, tratando de razonar con un alumno muy enfadado con una profesora que "le había suspendido", me preguntó: ¿y qué hago con mi rabia?

Su pregunta se clavó en mí, y se fue repitiendo en mi interior como un eco durante semanas… ¿Y qué hago con mi rabia? Yo no tenía respuesta, pero entendí que esa es la clave de muchos de los problemas que son tratados falsamente como problemas escolares.

Los sentimientos y las emociones son el motor de muchos de los comportamientos por los que nos regimos. (Hay estudios que afirman que el 70% de las compras las realizamos por impulso). Las emociones nos mueven… y también nos bloquean. De todos es conocido que el profesor que cae bien hace que su asignatura guste y viceversa. Y el gran poder que hay detrás es un sentimiento: ¡la simpatía!

Cuando el profesor llega al aula, quiere dar su clase de Biología… , mientras, el alumno está allí sentado con su situación, con su historia, con su rabia, y por supuesto, cualquier información sobre la célula le importa bastante poco. Desde la rabia, el rechazo y la tristeza, es imposible que se dé ningún tipo de aprendizaje conceptual.

El núcleo de las emociones es la amígdala. Cuando ésta se activa, muchas cualidades del pensamiento racional como la lógica o la memoria se ven muy mermados y por lo tanto, también el aprendizaje. Hay un secuestro de la energía disponible para la incorporación de nuevos conocimientos. Muchos alumnos viven situaciones de estrés continuo que no les permiten salir del bucle en el que entra su propio organismo. Es necesario expresar las emociones en ámbitos sanos que permitan que esa respuesta emocional se disuelva para dar paso a un estado sosegado donde sea posible el aprendizaje. ¿Cuáles deben ser esos ámbitos? ¿El psicólogo? ¿La familia? ¿La calle? Todos ellos juegan un papel importante, pero debería tener un papel primordial el centro escolar, que por su dimensión social, no puede eludir lo que hoy es una realidad muchas veces desatendida.

El modelo escolar necesita un cambio. Tiene que dejar de ser un lugar al que se tiene que ir, para convertirse en un espacio al que se quiera asistir. El absentismo escolar en muchas ocasiones se debe a la búsqueda de espacios afectivos que los chicos no encuentran ni en casa ni en la escuela, y que suplen con la búsqueda de un grupo, carente en muchos casos de referentes válidos de desarrollo personal, pero que aporta el calor del afecto y genera placer emocional.

Cada día tienen más fuerza las redes sociales y en definitiva ¿qué son? Son un espacio donde uno cree que se siente escuchado, donde se puede plasmar la propia creatividad, donde se puede inventar una forma de ser que se erige como la ideal. ¿Pero por qué surgen con tanta fuerza? Sencillamente porque hay una carencia que se intenta cubrir.

La escuela y el instituto se tienen que reconvertir para ser un sitio donde cada alumno pueda ser entendido, no sólo atendido. No sólo el psicólogo debe atender los problemas emocionales de los chicos, es el centro escolar en sus distintos niveles el que tiene que afrontarlos para mejorar los rendimientos en todas las facetas de desarrollo, incluido el conceptual.

El alumnado en situación más desfavorecida se tiene que "salvar" a sí mismo de su contexto social o familiar, pero nadie puede hacerlo sin recursos. El descubrimiento individual de cómo le condiciona todo lo emocional que lleva dentro, se puede dar, pero es necesario facilitar experiencias y reflexiones que muestren cómo nuestras actitudes para afrontar los problemas son reflejo de nuestras emociones. Cuanto más observador sea de mí y más entienda desde donde estoy actuando, cuanto más me conozca, más poder tendré sobre mí y mi comportamiento. Eso yo lo he aprendido como adulta, pero quizás, si alguien me hubiera enseñado, podría haber abordado muchos problemas de otro modo. Ese es mi desafío actual en el aula, trabajar la conciencia emocional para favorecer el cambio de actitudes.

Se pide al profesorado que nos formemos y adaptemos al uso de las nuevas tecnologías, pero con tanta tecnificación, se pierde de vista que, la impronta mas primaria, aquella que impulsa los deseos de superación y por lo tanto el aprendizaje, son las emociones y los sentimientos, aunque no tengan tratamiento informático. Es importante también que los profesores empecemos a formarnos en la observación de lo que se despierta en nuestro interior ante las situaciones que vivimos en lo cotidiano. Aprender a comprender nuestras historias personales, nuestras luchas de poder, el deseo de ser más que el otro, el deseo de valoración, lo que conecta con nuestra propia autoestima, reconocer las vergüenzas como limitadoras de la propia expresión que necesita encontrar un cauce, descubrir cómo la incapacidad para el propio disfrute nos lleva a buscar el placer en comportamientos negativos como la venganza, etc…, en definitiva, aprender sobre nuestro inconsciente y la necesidad de dar salida de forma no dañina a nuestros sentimientos negativos; es una necesidad tan vital como la higiene corporal, porque es una herramienta para la adquisición de los tan deseados conceptos académicos.

Si no aprendemos a identificar lo que sentimos y a entender nuestras propias emociones, seremos siempre seres incompletos e inmaduros. La dificultad estriba en que para este aprendizaje, es necesario un trabajo de introspección personal. Es difícil enseñar lo que uno no ha profundizado en sí mismo. Pero así como se exige al profesorado que se forme en la adquisición de conocimientos sobre las nuevas tecnologías de la comunicación, se debería facilitar formación para identificar los patrones con los que nos dirige el inconsciente.

El fracaso escolar es un problema de todos que nos obliga a reflexionar. Es el desafío ante una nueva formar de entendernos a nosotros mismos, como seres individuales y como sociedad, con más consciencia y atendiendo a lo que constituye la mitad del nuestra inteligencia, la parte derecha de nuestro cerebro: el cerebro emocional.

La reforma necesaria es la del curriculum emocional en el aula y ahora con más "e- motivos" que nunca.
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