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La formación continua: "renovarse o morir"

Artículo de opinión

Teniendo en cuenta que la competitividad ya no se basa exclusivamente en la inversión en tecnologías, el actual panorama de cambio exige un capital personal responsable, autónomo, dotado de iniciativa, polivalencia y capacidad de razonamiento


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Marta Iglesias Berlanga. Doctora en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Dirección Académica del ISDE
Constituye un lugar común que la sociedad actual transita por entornos cambiantes que solicitan fuertes dosis de calidad, información y conocimiento por parte de la pluralidad de entidades que la estructuran. Desde esta perspectiva, el objetivo de alcanzar la excelencia o el mejor grado de profesionalización sólo se puede lograr, siguiendo a Wollmer y Mills (1966), a través de una progresión constante cuya estrategia formativa nos permita averiguar, comprender y aprehender cómo utilizar la información, cómo interpretarla y cómo, en consecuencia, transformarla en conocimiento.

Si, como decía un viejo poeta victoriano, "el estancamiento es el origen del aburrimiento", la formación continua constituye, a día de hoy, la mejor herramienta y el más poderoso antídoto contra la desinformación y la falta de adaptación al medio. Teniendo en cuenta que la competitividad ya no se basa exclusivamente en la inversión en tecnologías sino también en el factor humano, el actual panorama de cambio exige un capital personal responsable, autónomo, dotado de iniciativa, polivalencia y capacidad de razonamiento. En definitiva, la formación continua estimula la motivación del individuo, contribuyendo a potenciar su satisfacción personal y, por ende, su promoción profesional y/o su primer contacto con el mundo laboral.

Con respecto a esta última idea, huelga decir que la coyuntura actual está dificultando, lamentablemente, las posibilidades de encontrar un empleo. De esta suerte, aun presumiendo su valía, la sola posesión de un título de grado no es suficiente para satisfacer las cada vez más rigurosas exigencias del competitivo mercado laboral. La formación continua, a través de sus múltiples opciones (Diplomatura, Magíster, Doctorado, etc.), constituye, en consecuencia, ese "plus" significativo, necesario y, especialmente, diferenciador.

Huyendo, en todo caso, de la suma irreflexiva de títulos, el fundamento de la formación continua no radica en acumular y/o reciclar los conocimientos teórico-prácticos de sus destinatarios. Lo que pretende, en esencia, es revisar la madurez personal y laboral de los profesionales para, a partir de ahí, construir un planteamiento más sólido que les garantice una mayor y mejor capacidad de comunicación y de interacción tanto con su entorno como con el hetereogéneo marco humano y profesional del momento.

Por consiguiente, ante el amplio abanico formativo, el reto consiste en realizar un ejercicio de autocrítica que, inspirado en la excelencia, permita a los interesados valorar objetivamente tanto sus aspiraciones profesionales como sus competencias interpersonales y técnicas. De lo que se trata, en definitiva, es de descubrir que el deseo de aprender sine die reside en la consciencia de nuestra propia ignorancia. Como decía Sócrates, "Yo sólo sé que no sé nada".



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