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¿Y después de la huelga general qué?
Editorial
Debemos respetar el derecho de huelga de los trabajadores pero también tomar consciencia individual del entorno económico y social en el que nos encontramos. Si la huelga sirve para encontrar soluciones compartidas y sólidas, bienvenida sea. Si sólo sirve para enfrentar más las partes y expresar las quejas, habremos perdido el tiempo.
Para los sindicatos ha sido un éxito, especialmente en la industria y el transporte, y el gobierno socialista, para no enfrentarse contra las centrales, calla, de momento. No quiere excitar a los que son sus votantes potenciales.
Lo que parece claro es que la Ley de reforma del mercado de trabajo no va a modificar drásticamente la capacidad de creación y estabilización de empleo. Un estudio de Infojobs.com, con la colaboración de DEP Instituto señala que según el 70% del personal directivo de las empresas de España la reforma no ayudará a crear puestos de trabajo. El 74,6% considera que tampoco frenará la destrucción de empleo y el 68,4% que no ayudará a aumentar el número de contratos indefinidos. Esta opinión es compartida por el colectivo de trabajadores, ya que sólo el 25% de los mismos cree que la reforma generará empleo. Asimismo, solamente el 32% opina que la reforma reducirá la temporalidad.
Esta Ley es consecuencia de la crisis, por un lado. De la falta de consenso entre sindicatos y patronal y de la incapacidad del Gobierno de liderar una reforma estructural que fomente la creación de empresas, la mejora de la productividad de las vigentes, con una apuesta real por la innovación y la tecnología y la internacionalización. La Reforma tampoco da respuesta a la mejora de la flexiseguridad en las empresas, es decir, a adaptar horarios y calendarios de los trabajadores en las organizaciones, según las necesidades de cada persona y de cada empresa sin que ello precarice el puesto de trabajo ni signifique la pérdida del mismo.
Pero la huelga y la queja social es consecuencia también de otras cosas. De la Ley. De la reducción de sueldos públicos. De la destrucción del tejido industrial y empresarial. Del miedo al futuro inmediato y de la voluntad de presionar al gobierno para que las medidas que se tomen en los próximos años ante una crisis que no cesa, no afecten otra vez a los mismos colectivos.
Ello no significa que la huelga general sea justificada. Creo que el país y sus empresas no se la pueden permitir, aunque aquí parece que no pasa nada.
¿Quién atiende a los enfermos y educa a los niños? ¿Quién transporta de un lugar a otro a los ciudadanos? ¿Quién compra y quién vende? Unas empresas ya tocadas por sus resultados desde hace al menos dos años, sufren un nuevo parón. Unas administraciones con largas listas de espera, expedientes acumulados y juicios pendientes, también se lo permiten todo.
Mi reflexión parte del respeto al derecho de huelga pero pretende que cada uno de nosotros tome consciencia del entorno económico y social en el que nos encontramos.
Si la huelga sirve para encontrar soluciones compartidas y sólidas, bienvenida sea.
Si sólo sirve para enfrentar más las partes y expresar las quejas, habremos perdido el tiempo.
Enric Renau
Editor
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