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La formación continua, un desafío permanente
Artículo de opinión
La educación es un proceso humano que se encuentra en permanente cambio y sujeta a reajustes continuos por lo que la práctica educativa debe de modificarse, cambiarse o adaptarse en función de dichos cambios. En paralelo con dichas transformaciones nuestro quehacer diario de educadores debe caminar en una construcción permanente e inacabada. La formación es la herramienta que nos permitirá cambiar nuestra práctica educativa y sobre todo la visión misma de la educación.
La escuela actual se enfrenta al reto de hacer frente a unas vertiginosas transformaciones propiciadas por las nuevas tecnologías y el mundo de la comunicación que nos obliga a replantearnos el papel del maestro que ya no es el poseedor y transmisor único del conocimiento y de la información. En la actualidad cualquier persona puede acceder a una enorme cantidad de conocimiento desde su propia casa y en tiempo real gracias a esos nuevos medios tecnológicos. Por tanto, nuestro papel deberá evolucionar de transmisores al de mediadores y educadores del uso de esa información. La escuela deberá encabezar el reto que supone que los ciudadanos aprenderán a lo largo de toda la vida en una sociedad en continuo y rápidos cambios.
Anteriormente, hemos señalado que la escuela se encuentra inmersa en una sociedad que genera profundos cambios en poquísimo tiempo debido a la citada revolución tecnológica y a los medios de comunicación de masas. Pero aquí no acaban ni los retos ni las nuevas situaciones que se producen en nuestros centros educativos. Hemos pasado de ser un país de emigración a ser receptores de inmigración por lo que en nuestras escuelas comienzan a convivir culturas, razas y creencias diversas. Así mismo, existe un alumnado que presenta necesidades específica de apoyo educativo que requieren una atención especial y eso supone que necesitan otra atención, necesitan más tiempo, requieren modos distintos, recursos adecuados, lo que viene a ser respeto y cariño o bien afectividad y al mismo tiempo provocación que es lo esencial para que fluya una auténtica relación entre el profesorado y el alumnado distinto, que es el que se refiere a esa "población diversa y plural".
Ante estos retos solo hay una respuesta o una solución que se llama FORMACION CONTINUA del profesorado. Formación seria y coherente con los nuevos retos que se nos presentan, lejos de una formación burocrática de cumplimiento de sexenios, de cumplimiento de convenios o por otro tipo de exigencias. El maestro debe estar concienciado y motivado hacia su proceso de formación permanente, formación para la carrera, durante toda la vida. No obstante, si no existe un convencimiento de dicha necesidad y un planteamiento personal de la formación ésta carecerá de sentido y no contribuirá a una mejora de la praxis educativa.
Debemos acceder a la formación para "mejorar y cambiar" nuestra práctica educativa, pero también para convertirnos en motores de cambio en nuestros respectivos centros educativos. Siguiendo a Giruoux (1990,1993) decimos que es necesario que el profesor/a actúe como un intelectual crítico con capacidad de construir y utilizar su conocimiento y de comprometerse en la búsqueda de las posibilidades de transformar las teorías y las prácticas sustentadas en ellas.
Las barreras de la formación
Las resistencias del profesorado y las barreras propias del sistema escolar y social, constituyen dos factores importantes que inciden en el desarrollo de los programas de formación continua actuando como obstáculos, Ruiz de Gauna (1997). Se deben a la concepción abstracta de la teoría y la práctica, la separación entre la formación y el desarrollo profesional, la escasa importancia de la escuela al aspecto ambiental, la homogeneización del profesorado, la pasividad, la inseguridad por los cambios, la poca decisión que tiene el profesorado y la sensación de pérdida de autonomía. Además de la función conservadora y transmisora de la cultura de la sociedad por parte de la escuela, la estructura del sistema, la burocracia organizativa y la centralización en la toma de decisiones provocan la resistencia a la innovación junto con el centralismo administrativo que reduce la autonomía de las instituciones.
Del mismo modo, la propia naturaleza del sistema educativo produce resistencias al cambio. Las exigencias administrativas dejan poco margen de maniobra y el cumplimiento con los requisitos tiene tales exigencias que consumimos gran parte de nuestras energías en la ejecución de tareas rutinarias, sin apenas dejar tiempo para las modificaciones que podrían suponer una mejora del propio sistema.
Hacia un proyecto de formación continua
Lo que ha influido en nuestra concepción de la educación y en nuestra manera de enfrentarnos a ella, ha sido el proceso de socialización vivido como docentes, el contacto con la realidad educativa y el enfrentarnos día a día a las dificultades de la propia práctica educativa. Hemos aprendido mucho de compañeros experimentados que en cierto momento ejercieron de padres adoptivos y nos enseñaron cómo desarrollaban su quehacer diario.
Los centros educativos deberían establecer unos programas, planes, proyectos o como se les quiera denominar que permita que un profesor neófito se sienta acogido desde el principio, sepa transitar por el nuevo mundo que se le presenta y que cuente con los andamiajes oportunos. Las primeras experiencias laborales son claves para el desarrollo de la docencia y tener que compatibilizar dos papeles importantes como son enseñar a tus alumnos y aprender a enseñar (Angulo, 1993) es algo muy complicado. Es un proceso que tarda años en mejorarse. Conocerse a si mismo es decisivo para que te guste la docencia y lo que haces cada día. Algunos autores dicen que un maestro tarda por término medio cinco años para que se le pueda considerar con la experiencia suficiente para afrontar los retos que la escuela y la sociedad nos impone.
Por ello creo que en cualquier Plan de Formación Continua del profesorado neófito deberían articularse y planificarse a corto y medio plazo una serie de elementos indispensables: un tutor (profesor experimentado y de reconocido prestigio pedagógico que le sirva de asesor y guía), un plan de lecturas de experiencias pedagógicas a partir de libros, revistas especializadas, etc., asistencia a cursos, participación en seminarios y grupos de trabajo, intercambios de experiencias con otros centros y compañeros a través de blogs, plataformas educativas, etc.
Hay otro aspecto importante que me gustaría reseñar para finalizar y es el de la importancia del trabajo en equipo, la praxis conjunta permitirá avanzar en un Proyecto Educativo común. Por tanto, reclamar que la formación del profesorado debe ser un proceso colaborativo, una trayectoria socializada todavía sigue siendo una reivindicación necesaria en estos tiempos de feroz individualismo. "La formación debe inscribirse en el contexto organizativo de los centros"(Escudero, 1990); debe ser susceptible de articular cambios organizativos y cambios en las relaciones de los profesores; cambios que permitan la emergencia y la construcción de nuevas culturas profesionales: la "cultura de colaboración", expresada en la interdependencia de sus miembros en el trabajo como empresa conjunta, respetando la individualidad como estrategia que ayuda a cada uno a comprender mejor su enseñanza y aprender de la de los demás, dotando al centro de un sentido de comunidad, en la que existe la disposición a poner en común lo que cada uno sabe hacer, a solicitar ayuda a otros y a aportarla. En una palabra, en estas escuelas existe un ambiente comunitario de trabajo.
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