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Generación Ni-Ni

Editorial

Se ha denominado generación Ni-ni a aquellos jóvenes de entre 14 y 30 años que ni tienen trabajo ni están prosiguiendo sus estudios. Una generación que vive en un contexto económico muy difícil y que es heredera, además, de los valores de sus familias. La búsqueda de seguridad y la aversión al riesgo, el hedonismo frente al espíritu del esfuerzo han caracterizado a sus padres en épocas de bonanza económica. Pero la salida al atolladero es y será suya y sólo suya.


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Enric Renau. Editor
Se ha denominado generación Ni-ni a aquellos jóvenes de entre 14 y 30 años que ni tienen trabajo ni están prosiguiendo sus estudios. Es una definición que se ha popularizado y caricaturizado a raíz de un programa televisivo.

No todos los jóvenes se encuentran en esta situación, pero no es menospreciable la cifra que nos indica que existe un abandono escolar en la ESO cercano al 30% y una tasa de paro juvenil cercano al 40%. Tampoco es desdeñable el dato del 54% de los jóvenes entre los 18 y los 34 años que dice no tener proyecto alguno por el cual sentirse especialmente interesado o ilusionado.

El contexto económico y las decisiones gubernamentales no ayudan. La legislación y las medidas políticas empujan a las empresas a despedir los trabajadores con menor indemnización y normalmente con menor formación.

El sistema productivo del país, poco basado en el conocimiento y en la productividad tampoco empuja suficientemente a los jóvenes a formarse, al menos hasta ahora, aunque, ya no hay duda que hay una correlación entre desempleo y baja formación.

Ello encierra en un circulo vicioso a las personas que ni han finalizado sus estudios ni aportan a las empresas un conocimiento adquirido del cual sepa mal desprenderse.

Esta generación Ni-ni es heredera, además, de los valores de sus familias. La búsqueda de seguridad y la aversión al riesgo, el hedonismo enfrente al espíritu del esfuerzo han caracterizado a sus padres en épocas de bonanza económica.

En cambio, como explica Eduardo Bericat en El País, a los jóvenes actuales no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estarán sometidos a vaivenes continuos y que difícilmente llegarán a buen puerto. Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el "presentismo", la reforzada predisposición a aprovechar el momento, "aquí y ahora", en cualquier ámbito de la vida cotidiana.

Una generación mimada diría mi madre, y seguramente describiría mejor que muchos sociólogos de pro. Y no vale sólo a culpabilizar a los jóvenes.

La crisis puede conllevar conflictos políticos, pero más que eso, yo contemplo una potencial fractura social entre los jóvenes que se salen con la suya y los que quedan en la cuneta, esperando un autobús que quizás no llegue o que cuando llegue estará lleno.
La solución no es el subsidio de empleo. Eso sólo es el parche.

Y la salida de los jóvenes al atolladero donde están metidos es y será suya y sólo suya.

Enric Renau
Editor


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