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Grados: Entre el título y las competencias

Editorial

La apuesta de los grados ya no puede ser el título -que pierde fuerza- sino los conocimientos y habilidades que permiten desempeñar adecuadamente una tarea profesional, es decir, la disposición de determinadas competencias.


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Enric Renau. Editor
La aparición de las titulaciones universitarias de grado es consecuencia del Proceso de Bolonia y de muchos años de tradición.

Durante muchos decenios el título universitario era un factor de diferenciación social y cultural. En algunos casos, era sinónimo de prestigio y en otros, un requisito mínimo para acceder a determinados puestos de trabajo. Una minoría podía acceder a una licenciatura o ingeniería y esto se visibilizaba en el reconocimiento público, en las responsabilidades profesionales y en las condiciones laborales.

Actualmente, también existe una correlación entre la disposición de un título universitario y la posición en el mercado de trabajo y el prestigio social. Por ejemplo, los universitarios tienen, de promedio, tasas de paro muy menores, una media salarial superior y una mejor posición dentro de una empresa que los que no tienen estudios superiores. Pero la consolidación de los ciclos formativos, por un lado, y la ampliación de la oferta de másters y postgrados ha desdibujado algo el papel del título universitario equivalente a lo que ahora denominaremos titulo de grado, gracias al acuerdo de Bolonia.

El siguiente paso de los títulos de grado, especialmente, los nuevos, pasa a mi entender, por la diferenciación basada en las competencias ofrecidas por parte del centro académico y la percepción que pueda tener el alumnado de secundaria –potencial universitario- de esta oferta.

Como ejemplo, los estudios de psicología. Si todas las facultades sitúan esta ciencia en el mismo marco –el clínico-, ¿como podrán diferenciarse ante los futuros psicólogos que quieran trabajar en el ámbito escolar, en la orientación académico o laboral o en una empresa?

No vale decir que ya llegará la especialización en los másters. Porque el mercado laboral privado y público no querrá sólo postgraduados. Desde la elección de los estudiantes en los bachilleratos, cada centro ya se debería posicionar de una forma diferencial. ¿Y cuál es la clave de la diferenciación?. Según mi punto de vista, las competencias profesionales que sepan aportar en un centro u otro.

Siguiendo el ejemplo de la psicología, ¿el alumno aprenderá la teoría y la práctica de diagnosticar enfermedades mentales, trabajará en un departamento de selección de personal de una empresa, asesorará a los alumnos de un instituto en la elección de sus alternativas académicas o detectará problemas de dislexia? ¿Sabrá dirigir un despacho de psicólogos o tendrá que realizar una investigación cualitativa de mercado?

La apuesta de los grados ya no puede ser más el título –que pierde fuerza- sino los conocimientos y habilidades que permiten desempeñar adecuadamente una tarea profesional, es decir, la disposición de determinadas competencias.

Enric Renau
Editor

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