La idea de educación se ha ido expandiendo y abriendo con el paso del tiempo. Lo que se consideraba como algo realizable sólo en la escuela, ha pasado a ser acontecimiento habitual en cualquier rincón de nuestra sociedad. Se ha llegado a hablar, por tanto, de sociedad educativa e, incluso, cuando se consideraba a la misma, a la educación y a la escuela como fuente de todo tipo de males, llegaba a hablarse de desescolarización de la sociedad (véase a Iván Illich). Igualmente sucede con los agentes educativos: de padres a maestros, de éstos al grupo de amigos y de éste a las relaciones laborales.
Paralelo a este proceso se ha ido fraguando una nueva crisis, al parecer sin precedentes en la historia de la educación, cuyo principal indicador es la crítica generalizada de nuestra sociedad sobre el sistema de enseñanza, puesto en cuestión desde los más diversos frentes, con mejores o peores argumentos.
Las consecuencias no se han hecho esperar y, de una manera generalizada en muchos países, podemos observar una notable caída de la imagen social de los profesores. De forma tal vez paradójica son los profesores los que han sufrido las consecuencias más negativas de los éxitos obtenidos por el sistema escolar a través de los años y por la aplicación de sus múltiples reformas. Los profesores han perdido el respeto y el apoyo social que constituían su retribución social más gratificante, ante la clara evidencia de que los salarios no eran ninguna fuente de alegría para los mismos.
La cuestión es del todo pertinente porque una de las consecuencias de este derrumbe de su imagen tiene que ver con la aparición de una nueva realidad: el malestar docente, el estrés del docente en un marco general de estrés laboral fundamental para comprender una parte de los problemas que aquejan al sistema educativo.
Un elemento parece destacar en este proceso: el fin del consenso en educación, cosa que venimos arrastrando por lo menos desde mitad de la década de los setenta. Hasta entonces la sociedad creía singularmente en la educación. Socialmente se pensaba en ella como la única en promover la movilidad y una mayor igualdad entre las personas. Tal vez se fabricaron unas expectativas desmesuradas sobre el poder de la educación, cosa que también ocurre hoy, hasta darnos cuenta que con el tipo de educación de hoy, que es francamente mejorable, desde sus paradigmas hasta sus medios, esto tal vez no sea posible.
Desde luego hoy estamos frente a una serie de factores que han determinado el cambio: aumento de las exigencias sobre el profesor, inhibición educativa de otros agentes de socialización, desarrollo de fuentes de información alternativas a la escuela, ruptura del consenso social sobre la educación, aumento de las contradicciones en el ejercicio de la docencia, cambio de expectativas respecto al sistema educativo, modificación del apoyo de la sociedad al sistema educativo, descenso de la valoración social del profesor, cambios en los contenidos curriculares, escasez de recursos materiales y deficientes condiciones de trabajo, cambios en las relaciones profesor-alumno, fragmentación del trabajo del profesor.
Por otro lado, echando una mirada a los variados estudios sobre el malestar docente (véase por ejemplo Bermejo y Prieto, 2005; Durán y otros, 2005), tenemos que las fuentes de estrés que los profesores consideran más importantes son:
- La cantidad de trabajo que les "sobrepasa", ya sea por falta de tiempo o de exceso de tareas.
- La sobrecarga de tipo emocional.
- Ambigüedad en el que el profesor no tiene claro cuál es su rol como docente, qué se espera de él por parte de la escuela, los alumnos, los padres y la sociedad en general.
- Conflicto de rol o grado en el que el profesor percibe instrucciones contradictorias respecto a cuáles son sus cometidos laborales.
- Falta de apoyo social por parte de compañeros y escuela.
- Falta de coordinación para el trabajo en equipo.
- Desmotivación, apatía eindisciplina por parte de los alumnos.
- Obstáculos técnicos como problemas en el material didáctico y fallos y/o averías en la infraestructura y/o instalaciones.
No cabe duda, de cualquier forma, que el escenario actual en el que desempeñan su labor estos profesionales reclama medidas personales e institucionales para afrontar uno de los problemas que más está erosionando el sistema educativo, su calidad y su futuro.