Aviso para navegantes. No soy experto en la materia. Pero, en cambio, creo que la integración de las personas con necesidades especiales en la escuela, el instituto o la universidad es una de los símbolos clave que explica si una sociedad se preocupa por dar las máximas oportunidades a todo el mundo.Un país de calidad educativa se demuestra de muchas formas. Puede generar muchos premios Nobel. Puede estar en la cima de los ránquings de las pruebas PISA de la OCDE.
Sin embargo, y una cosa no es incompatible con la otra, la calidad educativa también es la capacidad de integrar en las aulas a los niños y niñas, a los adolescentes, jóvenes universitarios o mayores en la dinámica académica –cada uno a su nivel- con naturalidad, tanto desde el punto de vista de la percepción del propio afectado como el de sus compañer@s, profesorado y resto de la comunidad.
Hay quien puede creer que legislando a favor de los menos favorecidos o haciendo un discurso políticamente correcto a favor de la inclusión educativa se solucionan las cosas.
Creo sinceramente, que las leyes y la política pueden ayudar, pero que los cambios culturales se producen más a partir de procesos de sensibilización social, que pueden empezar en las escuelas, institutos y universidades y que no requieren, forzosamente, el papel de la administración para activar la transformación.
Por ello, pienso que los profesionales de la educación tienen que tener herramientas (contenidos, metodologías) para gestionar estos casos con normalidad. Evidentemente tienen que existir los especialistas, pero además y quizás de forma más relevante, el resto de tutores y docentes, tienen su papel central para tratar de forma normalizada algo que, en definitiva, es un hecho: todos somos diferentes y el proceso educativo tiene que combinar el cumplimiento de un currículo y la búsqueda de la excelencia con la diferenciación del trato según las necesidades.
Enric Renau
Editor
